Poética (A la fecha de hoy)


Publicado porJosé Homero el 5:46 p.m.

Eduardo Espina

Cada vez que puede, el lenguaje toma posesión de aquello que está diciendo. Cada vez que puedo, comparto su credulidad. A partir de ella, todo lo demás resulta posible, incluso la convivencia astuta de las emociones con la abstracción. Parto de una unión asimétrica de ambas para instalarme en el decir, y si no, hacer lo contrario, desdecirme para que el acto de escribir poesía sea parte y núcleo de la suma de refutaciones que caracteriza a sus aspiraciones de constante disidencia, ir siempre en contra de cualquier intento de representación precisa de lo real. No en vano, la poesía está hecha de ingredientes que justifican su predilección por una discontinuidad de intuiciones organizadas, por un plan de indicios que conviven al margen de los argumentos, de los arrebatos elementales. Por consiguiente, en esa ampliación de los límites de la realidad la escritura del poema sobrevive más allá de las conversaciones de las frases y percibe razones, sensaciones y sentimientos que podrían estar al alcance. En la poesía china se considera un fracaso que el poeta no pueda trasmitir una visión objetiva del mundo a partir de su estado de ánimo. Pero,  ¿puede un estado de ánimo ser objetivo? ¿Es la mía una lírica basada en el estado de ánimo del lenguaje? O es, por lo tanto, ¿un cuento chino? La poesía es, al menos hoy, una gran muralla con un agujero en medio, por donde la visión puede colarse y estar más cerca de aquello que la separa. Algo así: alguien mira a través de los ojos del lenguaje –a veces creo que soy yo– para que el objeto no quede indiferente a la contemplación. Escribir poesía implica construir un acceso a lo desacostumbrado, y nada lo es más que el estado de ánimo del propio poeta. A partir de “eso”, lenguaje y poeta pasan a ser mutuamente la mirada del otro (siendo el poema lo que está en medio), para establecer una retórica de comunicación diferente a la que ha dejado atrás. La poesía, eso que mete en el mismo saco al escribir con lo que estuvo antes de las palabras, no tiene otra obligación que salirse de la sintaxis generalizadora para encontrar en lo que no puede describirse un tono, una prosodia, y todo cuanto venga después como algo abrupto sin declarar. “Hoy la mente no es parte del clima”, dice en uno de sus versos finales Wallace Stevens, quien había dicho que “la poesía es un río que fluye a ninguna parte, como el mar”.  A ese río a donde las palabras van a nadar sin otro propósito que estar en el agua del idioma no le encuentro un nombre definitivo, pero me lleva a un lugar que no puede ser estipulado, en el cual la dicción actúa por contraste, presentando un punto de vista al que tanto le da ser o no validado por la realidad empírica, pues su propuesta es emocionar intelectualmente, no mediante emociones convencidas de que tienen un propósito concreto. La poesía es el sonido de ese gran río sin nombrar, el que ha venido desde mucho antes para nacer nuevamente en la escritura que al oír escribo. Su prosodia no tiene deudas con la austeridad. Es un pensamiento que desde lejos se escucha y para cuando le presto atención ya está ahí, culminando todo cuanto pueda decirse a partir de ese momento, fuera del mundo, desplazándose por encima de algo que en cualquier momento puede llegar a ser imprescindible.

El ahora ha de ser seguramente un lugar semejante*
(Las horas siguen como si nada)

La mirada hace decir a las palabras hablándoles al oído.
Aquí descansan mi padre con mi madre, cada uno como
ahora son, países separados por cualquier razón a ciegas.
Al llevárselos, el zarzagán no siguió un orden alfabético,
no terminaron sus cenizas en algún mar –hay uno a mano,
por si quisieran– sino bajo el mármol, mar hasta la mitad.
Sus nombres vienen del viento en noches como esta, en las
demás tienen la valentía de quedarse sin que el aire lo sepa.
El silencio les alcanza y sobra para no morir un poco más.
Como suele suceder con las horas elegidas por el infinito
cuando quedan para el final, la imposibilidad consuela
a quienes ha dejado fuera para hacerlos visibles.
Aquí descansan, ambos de una vez por todas.
La cuerda que los une no está hecha de seda.

Un pasado en construcción
(Fue más fácil abrir las ventanas que decirlo)

Lord of happenings, & little things.
                                                                                                  J. B.
Por algo aprendí a olvidar la visibilidad donde estaba.
Siempre hay algún ruido cuando las respuestas fallan.
En el mundo esa vez, nada pudo quedar para después.
La firma figuraba debajo del parte médico, manera de
dar credibilidad en veremos a la última vida de alguien.
Hay una fuerza que así funciona, sin oponerse al deseo.
No eran los tiempos recíprocos cuando el pasado cedía 
su voz, y a la salida del teatro Stella había un taxi libre.
Ocho y media de la mañana, diciembre 3, a esa hora yo
dormía por diferencia horaria, eran cuatro horas menos
en la planicie texana, el alma al maldecir lo que vino no
prestó atención a las noticias traídas de arrastro, dormía
como si fuera lo más seguro para mantener la respiración
sin que se detenga ni el reloj por el cual supimos cuándo.
La cronología fue interrumpida por el teléfono al sonar,
hizo el mismo sonido mientras el mío debería haber sido
un número equivocado, wrong number, ya tan repetido
apenas el habla escuchada resultaba irreal al otro lado.
Hubiera preferido un final menos lógico, esconderme
entre las cobijas, decir no soy aquel al que se le ha
muerto el origen, que la vida siga siendo lo menos
parecido a una historia personal con uno incluido.
A lo largo de los días el tiempo va dejando tardes
y mañanas por el camino, se acostumbra a ser en
cualquier momento la condición que todavía falta
para llegar temprano al primer brío que descubra.
De aquella aspiración al permanecer para saberlo,
vagamente vienen llegando de atrás hacia delante
las manchas hechas a manos de un cuadro en otra
época, a la fe nada le falta, la figuración es la del
rostro desapareciendo en la lluvia iluminada por
error, una actriz escapando de su fárfara inefable,
en el boulevard de la memoria varios agregan una
fisonomía a la mirada traída de los pelos, no es lo
que habíamos pensado a la hora del almuerzo, un
rato antes, cuando el médico dijo, de esta se salva.
Oímos que lo llamaban por los altoparlantes, era
su apellido uno similar a tantos, aunque no fuese
él, quien viene y dispone como le da la gana es el
“Señor de los acontecimientos, y pequeñas cosas”,
en el verso de John Berryman está escrito en inglés.

Encontrado entre los apuntes
(La tristeza da ganas de no hacer nada, y entonces alguien escribe)

Apetece un no sé qué que se halla por ventura
le pertenece a San Juan de la Cruz,
y hay quienes lo han aprendido de memoria 
“Un promedio de por medio”, “Una causa que no
se anima a dejarle el desconocimiento a otros”,
o, la próxima vez que vaya a verlos, llevaré
“Una flor, para que no todo sea lo mismo”.
(Por no haber autoría o recuerdo alguno de alguien
antes de mí, esto debo de haberlo escrito yo, como
también la antepenúltima vocal de la palabra nada.)

Caía la noche para ser echada de menos.
(Primer verso del poema “Narciso en pose de idilio”
perteneciente al libro La caza nupcial, 1992, en cuya
portada aparece mi nombre.
Por lo tanto)


(*) Del libro inédito Todo lo que ha sido para siempre una sola vez. Poemas ante la muerte del padre y de la madre.



Por Eduardo Espina

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