El
escritor mexicano estará en Xalapa del 24 al 27 de marzo para dar un seminario
en la UV sobre la sátira y presentar su más reciente libro: La doble vida de
Jesús (Alfaguara). La periodista Mylène Moulin lo entrevista sobre su obra
y su visión del México actual.
Conocí a Enrique Serna en 2009, en una feria del
libro en Francia. Me sedujeron su franc-parler, su sencillez, su
compromiso con el lector, su corrosivo sentido del humor y su escritura límpida
y mordaz. Seis años después, el reencuentro en México confirmó mi primera
impresión: Enrique Serna sigue siendo, sin duda, una de las voces literarias
más libres y críticas del país.
Mylène Moulin: Tu última novela, La doble vida de Jesús (Alfaguara), tiene lugar en Cuernavaca, en
Morelos, uno de los estados más corruptos y violentos de México. ¿Por qué esa
elección?
Enrique Serna: México vive una psicosis de inseguridad desde por lo
menos ocho años, y Cuernavaca, casi 20 años. En los noventa, hubo una oleada
terrible de secuestros que le costó el puesto al gobernador Jorge Carrillo
Olea, cuyo jefe de la brigada antisecuestros era el principal secuestrador de
la región. En Cuernavaca, vivía también Amado Carrillo, el Señor de los Cielos,
un famoso capo del narcotráfico. De modo que es una ciudad bastante castigada
por esta complicidad entre el poder político y los criminales. Yo venía de
escribir dos novelas intimistas (La sangre erguida y los cuentos La
ternura caníbal), y sentí que no tuve la sangre fría para imitar a los
músicos del Titanic que seguían tocando mientras el transatlántico se hundía.
Tuve la inquietud de escribir algo que reflejara ese momento de violencia y
corrupción que vivimos en México, porque yo creo que una sociedad que ha vivido
con miedo durante mucho tiempo y con la cabeza agachada acaba envileciéndose.
Es definitivamente una experiencia envilecedora.
Hablemos de tu personaje principal, Jesús Pastrana.
Es un político honesto que quiere plantar un verdadero
estado de derecho para acabar con la simulación legaloide que existe en México,
y que quiere librar a Cuernavaca, la ciudad donde vive y donde he vivido yo
durante 15 años, de esa mafia narco-política. Jesús trata de librar una lucha quijotesca contra el hampa política de su
ciudad. Tiene un talón de Aquiles que es su vida
privada porque está enamorado apasionadamente de un transexual, y esta relación
amorosa puede resultarle peligrosa para su carrera política, que pueden
explotar sus enemigos en contra de él. Es un héroe con flaquezas como
todos los seres humanos: un redentor depravado. Mi
personaje va a contracorriente de la moral y del cinismo dominantes. En las cantinas de México es muy frecuente que se
escuche: “yo no pido que me den, sino que me pongan donde hay”. O sea, gente
que aspira a tener un puesto donde pueda robar. Y no es algo que sea muy
condenado socialmente. En cambio sí es muy condenado que a un político se le
descubra que se fue a un burdel. Eso sí escandaliza a las buenas conciencias.
También es un héroe burlado por su búsqueda de la
honestidad.
Así es mi personaje Jesús Pastrana, un pequeño
funcionario, síndico del ayuntamiento de Cuernavaca, que ha tratado de imponer
controles para que no haya malversación de fondos ni corruptelas, y toda la clase
política lo considera como un cretino. Lo llaman burlonamente “El sacristán”.
En México, el estado de derecho siempre ha sido una aspiración, no una
realidad. Por eso tenemos en la actualidad una impunidad terrible de que los 98
por ciento de los delitos denunciados quedan sin castigos. Y esa impunidad es
incluso mucho mayor en los políticos de todos los partidos. A raíz de que en
México hay libertad de expresión, nos hemos enterado de muchos escándalos
políticos que estaban ocultos, pero esos escándalos de corrupción no tienen
consecuencias penales. Entonces lo que sucede es que en lugar de servir de
escarmiento para que los políticos ya no se arriesguen a hacer latrocinios,
resulta un estímulo porque quedan vistos como los chingones como los llamamos
aquí, porque son pillos que lograron salir impunes con una enorme fortuna. Y
entonces hay gente que en lugar de condenarlos, quiere emularlos. Se vuelven un
objeto de admiración. Es una cosa extraña porque la corrupción engreída y
triunfante va creando toda una atmósfera en la que el que cree en la ley o en
la legalidad es visto como un idiota, un idealista, un quijote.
Eso es muy cínico...
En México, el valor predominante es el
cinismo. Hay un cinismo organizado y un pacto de impunidad, que es lo que ha sido
un cáncer de la vida política mexicana. Ahora, por ejemplo, Peña Nieto ofrece
una forma de reformas legales pero el problema de México no es que tengamos
malas leyes. El problema es que no se cumplen. Nadie las obedece y todos se las
ingenian para burlarlas, especialmente los poderosos, los oligarcas, los
políticos encumbrados, que están prácticamente al margen de la ley. Digamos que
hay una facción legaloide del crimen organizado que está a veces, en estrecho
contacto con los capos de la droga, y esto se manifestó por ejemplo muy
claramente con la tragedia de Iguala. Una de las cosas que me motivaron a
escribir este libro es la lectura de El único y su propiedad de Max
Stirner, un teórico anarquista contemporáneo de Marx, que a diferencia de los
anarquistas idealistas de esa época como Bakunin, Proudhon o Kropotkin, que
proponían la anarquía para llegar a una sociedad igualitaria, el creía que el
hombre “superior”, el hombre fuerte tenía derecho a atropellar la ley para
arrebatarle sus propiedades a los demás. O sea que Stirner es un teórico
involuntario tanto de los políticos corruptos mexicanos como de los capos del
narcotráfico, que desde luego no lo han leído. Pero cuando yo lo leí me di
cuenta de que era un profeta del caos que vivimos en México. Cuando todo el
mundo atropella la ley con tanta impunidad, se llega a esta situación: la ley
de la selva. Allí puede aflojar estas situaciones terroríficas: ya están
influyendo de diversas maneras a la cultura popular, a la religión como el
culto a la Santa Muerte por ejemplo. Me parece terrible que para muchos
jóvenes, para los ninis que ni trabajan ni estudian, los capos del narcotráfico
sean objetos de admiración. Representando lo que ellos anhelan llegar a tener.
¿Piensas que la corrupción es algo intrínseco a la
sociedad mexicana?
Lo que hemos vivido en México es un proceso degenerativo de las
instituciones políticas que viene de muy atrás y que entró en la fase aguda en
los noventa, cuando hubo el asesinato de Colosio, de Ruiz Massieu, del cardenal
Posadas. No se frenó cuando vino la alternancia de partidos políticos en el
poder. El PAN se montó sobre el aparato corporativo del PRI, haciendo alianzas
con los líderes sindicales más corruptos como Elba Esther Gordillo. Ese proceso
degenerativo continuó, continuó, continuó. Y de hecho hay más corrupción ahora
que en tiempos del partido único y hegemónico que era el PRI, porque lo que
sucedió es que tanto el PAN como la oposición de izquierda crearon un pacto de
impunidad para poder realizar corruptelas sin recibir castigos. Esto nos ha
llevado a situaciones tan terribles como de que en provincias enteras del país
los criminales gobiernan de facto porque hay una complicidad muy estrecha entre
el poder político y los carteles de la droga, que no solamente se dedican a
traficar droga sino también a secuestrar, a extorsionar comerciantes, a
traficar con inmigrantes, a traficar órganos, a la trata de blancas, a la
prostitución infantil. De modo que esa corrupción ha estado carcomiendo no sólo
al gobierno sino también a la propia sociedad donde hay bastante tolerancia
hacia la corrupción. Lo terrible es que la corrupción exacerba la desigualdad.
Por ejemplo, ahora conocemos este nuevo latrocinio que se reveló de Peña Nieto
con la casa de 7 millones de dólares, que viene sin duda de algún pago de un
moche por las concesiones que le dio a una constructora cuando era gobernador
del Estado de México. Toda esa sangría presupuestal debería de ir a obras
sociales. Cada vez que un político se roba 30 o 40 millones de pesos, hay un
pueblito que deja de tener una escuela, una calle pavimentada, una clínica. Lo
más urgente en México es, primero, garantizar que el dinero público realmente
sea empleado para fines beneficios. Después debería de trabajar sobre la lucha
ideológica y política entre diferentes sistemas económicos. Pero en México no
hemos resuelto ese problema fundamental. Nunca ha existido un pacto de
confianza entre el Estado y los ciudadanos.
Siempre echamos la culpa a los demás, pero ¿cuál es
el nivel de responsabilidad de cada uno en esta situación generalizada de
corrupción?
Hay una gran responsabilidad social el haber permitido que llegáramos a
estos grados de podredumbre institucional. Yo creo que esa indolencia, esa
resignación que hay en lugares como en Tamaulipas... Llevan 12 años donde nadie
puede poner una carnicería o un pequeño negocio sin ser extorsionado, donde la
gente no se atreve a salir a la calle después de las nueve de la noche. O sea,
ellos han permitido el llegar a este extremo, en parte porque es una sociedad
inmovilizada. Una sociedad que no cree en sí misma, que es víctima del
autodesprecio, algo muy arraigado en la cultura mexicana, y que por eso se ha
dejado gobernar por criminales. Mi novela no es nada complaciente con la
sociedad mexicana y aunque tiene una penetración social bastante menor, yo
traté de sacudir este letargo. Ahora parece que estamos en un despertar cívico,
hay una aparente insurrección, que yo espero que dé frutos y que sobre todo
tenga continuidad para que no volvamos a dejar las cosas tal como están.
¿Cómo es posible que la violencia se haya
incrementado de esa manera?
Violencia siempre hubo en la sociedad mexicana. Pero de los últimos diez
años para acá ha habido un proceso que fue primero la indignación, el estupor,
el asombro, y después la gente se fue familiarizando con esa situación hasta
llegar a la resignación. Algo que me parece muchísimo más grave todavía. Porque
cuando una sociedad se resigna a ser gobernada por los criminales entonces las
repercusiones masivas se perpetúan y la situación se agrava cada vez más hasta
llegar a cosas tan terribles como esto que ocurrió en Iguala. Un alcalde que
mataba en persona a sus enemigos políticos, que tenían hornos crematorios en
los tiraderos de basura para calcinar a sus opositores. Estamos hablando de una
barbarie casi comparable con el nazismo: el enemigo es el otro. La información
que tenemos sobre lo de Ayotzinapa es muy incompleta y muy parcial: sin duda
tiene que estar involucrado el ejército porque ahora sabemos que en los
alrededores de Iguala están los mayores plantíos de
amapola del país, cosa que nunca se supo antes. No creo que el ejército
ignorara que existían esos plantíos, debido
que ha de haberle brindado protección a los Guerreros Unidos: las complicidades
son mucho mayor de lo que ha querido revelar la procuraduría.
¿Las protestas y la solidaridad ciudadanas de los
últimos meses son la señal de una posibilidad de cambio verdadero?
Creo que es un buen brote de rebeldía y de inconformismo. Pero si el
gobierno nota que la propuesta ciudadana disminuye, no van a sentir ninguna
necesidad de dar una versión creíble de esta matanza. Eso depende de qué tanta
presión ciudadana haya, y de lo que va a pasar en los próximos meses. Lo que
desgraciadamente caracteriza a nuestra sociedad es la apatía. Creo que la
elección de Peña Nieto como presidente es resultado de esa apatía, de sentir
que el PRI es un mal necesario, como si fuera una tara genética, que tenemos
que llevar por casualidad. La gente creyó que el PRI iba a imponer el orden y
la paz social porque tradicionalmente el PRI hacía pactos con organizaciones
criminales y a pesar de que ellos siguieran operando, sus crímenes no
repercutían mucho en la sociedad. No había secuestros, no había extorsión de
comerciantes y demás. Ellos se dedicaban a su negocio y punto. Pero ya vieron,
y eso es lo único que me alegra de ese asunto, que esto es falso. Si uno deja
el gobierno en manos del partido político más corrupto del país que es el PRI
pues las cosas obviamente van a empeorar como lo que está sucediendo.
Entonces, ¿cuál puede ser el papel del escritor
frente a esos problemas en el México actual ?
El impacto que un escritor puede tener sobre la sociedad es muy pequeño
y relativo, entre otras cosas porque somos un país que lee muy poco. Tenemos
120 000 000 de habitantes y solamente el uno por ciento de la población lee
periódicos. Y libros, menos. De eso que es muy difícil pensar que la novela por
exitosa que sea pueda provocar movimientos sociales. La novela lo que sí puede
hacer es mostrar cómo se articula la vida pública con la vida privada e influir
tangencialmente sobre la actitud de una sociedad, ante lo que está viviendo. Yo
creo que en México ha habido una división del trabajo en las últimas décadas
entre los analistas políticos y los novelistas. La mayoría de los analistas
políticos son académicos, de ciencias sociales, politólogos, historiadores, y
nosotros nos hemos dedicado más a la literatura. No me parece mal que esto sea
así. Pero yo creo que la novela tiene la aspiración de influir en la opinión
pública y creo que no debe de perder esa aspiración porque de lo contrario se
estaría cortando mucho su ámbito de influencia. Lo estaría restringiendo a un
género meramente preciosista. ♦