Las mias sí son miradas que matan |
Mucho
se ha comentado sobre el hecho de que El francotirador
(American Sniper), la más reciente obra de Clint Eastwood, es poco más
(o poco menos) que propaganda a favor de los marines estadounidenses.
Aunque creo que no es así —o que la aseveración admite al menos unos cuantos
matices—, es posible ver la película e intuir de dónde proviene esa lectura. El
retrato de Chris Kyle, el francotirador más letal en la historia de
Estados Unidos, como un hombre a manos iguales sensible e iracundo, tan
comprometido con el asesinato de los “salvajes” como amoroso con su esposa e
hijos, posee una extraña virtud: la ambigüedad.
Lejos de tomar partido por Kyle o por sus víctimas, la cinta observa a su
sujeto con cercanía pero sin simpatía. De esta forma, resulta difícil aseverar
con certeza si El francotirador es en efecto un producto “de propaganda”
o un retrato ambivalente de un ser humano tan complejo como cualquier otro, y
si la propaganda no es evidente, si está sujeta a una interpretación y a
sutilezas, ¿no anularía eso su condición de propaganda? Me da la impresión de
que sí —o de que, cuando menos, alcanza para plantear preguntas más filosas.
No fue eso, sin embargo, lo que más llamó mi atención de El
francotirador, sino un elemento acaso menos visible. Durante toda la cinta
es posible ver, en numerosísimas ocasiones, el logo de El Castigador (The
Punisher), un antihéroe de Marvel Comics. El francotirador lleva en sus
playeras —usualmente negras— una enorme calavera estilizada blanca que le cubre
el pecho. Su presencia resulta intrigante, dada la naturaleza del personaje.
Frank Castle era un veterano de Vietnam que, acampando con su familia en
Nueva York, se vio atrapado en un fuego cruzado de la mafia. Su esposa e hijos
mueren frente a él, y el exsoldado jura venganza: es así como nace El
Castigador. Su misión es detener —pasando por encima de cualquier ley o norma
social— a los “malos”, impartiendo justicia con su propia mano. Este es el
héroe cuyo símbolo escogió, en la vida real y en la ficción, Chris Kyle. Aunque
la película no lo explicita, el logo está por todas partes: en uniformes, en
tanques, en armas.
Esta presencia añade una nueva dimensión interpretativa a la cinta, una
textura que probablemente no sea evidente a primera vista. Vista desde la
óptica de El Castigador, American Sniper bien podría ser, además
de la crónica del soldado que ha matado más gente en la historia militar de
Estados Unidos, una inesperada reflexión acerca de la psique del soldado, la
forma en que se contempla a sí mismo, la manera en que la exposición prolongada
a la violencia y a la muerte y a la pérdida lo convierte, poco a poco, en una
especie de máquina de matar, incapaz de separarse de la vocación de acabar con
la vida de los enemigos.
Esto podría verse confirmado por el impulso que siente el personaje de
Chris Kyle —interpretado por un Bradley Cooper en su mejor momento— y que lo
empuja a volver una y otra vez a la guerra, y más aún, por la necesidad que
sintió Eddie Ray Routh de matar a Kyle en un campo de tiro en su natal Texas.
Kyle intentaba por esas fechas ayudar a Routh a salir adelante del estrés postraumático
que sufría. Su trauma era producto, de qué otra cosa si no, de la experiencia
de servir como marine en Irak. Las víctimas que cobra la guerra —del ficticio Castigador
al verdadero Chris Kyle— continúan extendiéndose mucho después de abandonar el
servicio, parece decirnos El francotirador. ♦
El
francotirador (American Sniper). Dirigida por Clint Easwood. Reparto: Bradley Cooper, Sienna Miller, Luke
Grimes. Duración: 132 minutos. Estados Unidos, 2014.
Por Luis Reséndiz