Un poco de los no
lugares –espacios del anonimato–, algo de una nostalgia con acotaciones de
prestigio social, el vacío, los vacíos más que físicos y algo más evocan las
imágenes de Ana del Ángel de su serie Espacios inevitables, expuesta hasta
el 15 de marzo en el bar, pizzería y cervecería La Central de Xalapa.
Dice
Marc Augé: “Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e
histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni
como relacional ni como histórico, definirá un no lugar. La hipótesis aquí
defendida es que la sobremodernidad es productora de no lugares, es decir, de
espacios que no son en sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la
modernidad baudeleriana, no integran los lugares antiguos: estos, catalogados,
clasificados y promovidos a la categoría de lugares ‘de memoria’…” No lugares, es decir, lugares de tránsito,
como el andén del metro, la habitación de hotel, el aeropuerto, el
supermercado y hasta el club, allí donde entre formas y firmas se tiene acceso
y eventualmente conexiones y correspondencias que suelen ser fugaces y con
frecuencia circunstanciales e insustanciales, salvo excepciones.
En 16 fotografías a color de mediano
formato, Del Ángel da cuenta parcial de ello. El entorno le es familiar en más
de un sentido y en él encuentra pretextos para hablar del vacío, no sin una
retórica que pasa por la alusión, la metonimia –o algo parecido– y la
disyunción: alude al tipo de lugar –no lugar– y a las personas y acciones que
pasan por él y ocurren en él; designa una cosa con la imagen de otra y suprime,
así sea en apariencia, nexos (“Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es
pasar”, decía Machado). Y la sinécdoque:
el todo por la parte o la parte por el todo. Ante la ausencia de totalidad
surge la presencia de la totalidad; la imagen, cada una de ellas, como signo
presente, porta un significado tal que es capaz de evocar la totalidad pero,
¿cuál es esta?
La vacuidad, el ámbito vacante, remite a la
falta de contenido, de profundidad, acaso más de las personas que de los
espacios (¿hay más vacío con ellas o sin ellas?). Vacíos no del alma –¿o también?– sino
aquellos que se engendran por la ausencia de relaciones efectivas y auténticas,
por la falta de interés del uno en el otro, por la individualización
contemporánea y por la transitoriedad que no es por cierto ajena a la
transterritorialización que permiten la web y la telefonía móvil: estar aquí y
allá y en ninguna parte, en casa pero viendo el Louvre, en la escuela pero
leyendo mensajes que se escriben en Holanda, en la oficina pero dando una
charla a un público a mil kilómetros de distancia (“No soy de aquí, ni soy de
allá”, cantaba Alberto Cortez).
La ausencia de personas en las imágenes
afirma a las primeras, a su correspondencia con el lugar o, más bien, a su
desunión con el no lugar. Se trata así,
también, del problema de la identidad del individuo, ese conjunto de rasgos
típicos, propios, que caracterizan y distinguen y que recurrentemente son
construidos, recreados, matizados al menos por el aquí y el allá, el adentro y
el afuera: a qué se pertenece, a dónde se pertenece.
La sencillez de las fotografías, el
emplazamiento de las tomas, su carencia de tensión (nada inestable,
nada inesperado, nada irregular, nada complejo) y su
simetría axial, meridiana quizás a voluntad o debida a un vicio que es común
entre fotógrafos, contribuyen a expresar otra cosa, el silencio, eco por
antonomasia del vacío, omisión de sonido y ruido pero también cancha para la
reflexión porque, como sostenía algún escritor francés “… sólo el silencio es
grande, todo lo demás es debilidad”.
Pero, ¿por qué “inevitables” estos espacios?
Quizá por las rutinas, las costumbres, los hábitos, las soledades, la
complicidad de las soledades, si bien en otros casos son las relaciones
afectivas, de trabajo y otras las que requieren de los no lugares en tanto
puentes entre lugar y lugar.
El tema da para más y Ana del Ángel lo sabe,
como sabe que su vocación por la fotografía está ligada al ensayo, pero sobre
todo el que involucra sus inquietudes, su vida personal, su relación con los
demás y lo demás y en buena medida una cuota de preguntas sobre la identidad
propia y el devenir. En este sentido, Espacios
inevitables es sólo una pista, un indicio, un andamio de lo que sigue y, por
cierto, una suerte de despedida porque de aquí se fue a la gran ciudad, no a
probar suerte sino a hacerla. ♦
Por Omar Gasca