Octavio Paz en 1958 |
M. A. Q.: Una de las ideas constantes en el mundo
intelectual mexicano consiste en pensar que la literatura y el periodismo son
dos universos irreconciliables, los periodistas son unos seres empeñados en
empequeñecer la literatura…
O.
P.: Creo que tiene mucha razón en plantear su pregunta con ese tono de
reproche. Nunca he creído eso; mi camino como editor, como un hombre que en el
siglo XX creyó en la factura de revistas, de publicaciones periódicas, que
siempre aplaudí la proliferación de suplementos, me parece impensable pensar la
literatura separada del periodismo.
Los
géneros que más se frecuentan en las revistas literarias son propios de los
desarrollos periodísticos. Pienso que el despliegue profesional, si es que
podemos llamar profesional a un escritor, de ambos mundos se hace a partir de
unos géneros y estilos dominantes de cada campo. En el periodismo y la
literatura compartimos el ensayo. Es un territorio sumamente prolífico en
nuestra lengua y que tiene grandes representantes que publican con periodicidad
en suplementos, periódicos y revistas, que incluso participan en medios
electrónicos.
La
crónica tiene autores emblemáticos entre los narradores de ficción. Ningún gran
narrador puede prescindir de ese género que nos muestra el transcurrir de los
acontecimientos multiplicando voces e ideas sobre un paisaje, a un espacio que
se ubica en un aquí y ahora que es muy semejante a la actualidad del
periodismo.
La
entrevista es un género que desde principios del siglo XX nos ha permitido
establecer un diálogo con los grandes creadores y sus procesos. Eso lo ha hecho
Carballo, lo viene haciendo usted con sus entrevistas, lo han hecho otros
periodistas cuyos diálogos podemos conservar para guardar la memoria de
nuestros grandes creadores. No sólo de los escritores; los pintores, los
músicos, los cineastas también pueden conversar para dar testimonio de su
tiempo, de sus problemas estéticos, de sus filias y sus fobias que hacen la
historia de las artes.
Conversar,
he dicho en un poema, es humano. Los dioses no conversan, no leen periódicos ni
a los periodistas y viven desinteresados de la actualidad. La única actualidad
que conciben es la de sus deseos, la de sus caprichos, y eso no es periodismo,
evidentemente.
Se
suele aislar, por ejemplo, la labor del poeta de la vida diaria, de la
cotidianidad, de la política, del tráfico, la contaminación y todas las
poluciones de la vida diaria. Nada más equivocado. Yo he tratado de ser un
poeta y desde que me convencí de que en esa tarea me iba a empeñar toda mi vida,
decidí que no le iba a cerrar la puerta a mis preocupaciones del día a día, que
el transcurrir de las cosas tenía que hermanarse con ese fluir de la historia
que el poeta tiene la responsabilidad de escuchar y hacer escuchar en el
futuro.
Hay
mucho de historiador en el poeta que sabe escuchar a su tiempo. Los narradores
lo hacen y lo evidencian, sin duda. Los recursos narrativos permiten crear
imágenes que no pueden sustraerse de un modo de organizar lo que nos parece
verdadero y creíble. No pasa lo mismo con el poeta. Parece que lo que le sucede
a alguien en la voz de la poesía le sucede a todos. Hay algo de general en la
voz poética, de existencial, de abstracto, que se mide contra lo concreto de la
narrativa.
Pero
revisemos mi poesía y verá que no he dejado pasar momentos que no pueden dejar
de discutirse, tránsitos del tiempo, batallas, enfrentamientos que nos han
distinguido frente al mundo. A menudo se me ha acusado, y a muchos amigos míos,
de darle la espalda a la política y bogar por un mundo que se construye en una
torre de marfil ajena e indiferente. Nada de eso. Que la política no sea lo
gravitacional de mi creación, que la ideología no gobierne mis textos, que no
tenga obreros sonrientes, como los que tiene la pintura de Diego Rivera, no
quiere decir que la indignación y el compromiso no sean los materiales de mi
creación.
¿Y la poesía figura junto al periodismo?
Usted
me toca el tema y de inmediato pienso en periodistas poetas o poetas
periodistas; el más cercano, Efraín Huerta. Salvador Novo. Mire, usted sabe que
me acaban de distinguir con el premio Mariano de Cavia, voy a recogerlo en
Madrid y he preparado un texto en el que reflexiono sobre el tema. Cavia fue un
periodista de amplias miras y se ha premiado en ediciones anteriores a
verdaderos maestros de la heterodoxia. No puede ser de otro modo. El periodismo
también es un mirador de la diversidad.
La
poesía del siglo XX tiene la impronta de la brevedad. El sentimentalismo, la
retórica de los poetas barrocos y románticos ha desaparecido en las notas de la
poesía contemporánea. El poeta de hoy es un investigador de la vida cotidiana,
la primera persona de la poesía le sirve para hablar de sus sensaciones, de su
psiquismo frente a una realidad que enfrenta o de la que huye, que lo acosa o
lo ilumina.
Algunos
de estos temas están en un ensayo que estoy preparando sobre poesía y fin de
siglo. Hay una voz otra que el poeta recoge en las cosas, una especie de reporter
que se cuela en las descripciones, en esa parte anecdótica de la poesía que
testimonia y donde el poeta se convierte en un protagonista, en testigo, en la
propia víctima y verdugo de los acontecimientos.
Apollinaire
y Eliot han escuchado ese llamado inquietante de la actualidad y lo han puesto
en dos poemas extraordinarios, Eliot en Tierra baldía. No es casual que
un poeta/periodista como José Emilio Pacheco se entusiasme tanto con un
escritor como Eliot, tan urbano, tan contemporáneo, tan de hoy. El mismo
Pacheco lo es. Es un poeta que se conmueve con lo que pasa. No se compromete
como los militantes sino como los clásicos, con un dolor por su presente que se
expresa en una obra.
Apollinaire
en Zone ha hecho lo mismo, apoderarse con el lenguaje de una vasta zona
de incertidumbre que es la ciudad, la vida que ya no puede fluir en los rieles
apacibles de un mundo predecible. Todo es sorpresa, todo inquieta y salta la
palabra como bandera de esas inquietudes. Pasa lo mismo con los articulistas.
No pueden callar, aportan una idea sobre esto, una idea sobre lo otro.
Así
se configuran los aportes de De la Serna, o de Ortega y Gasset, de Bergamín o
de D’Ors. Como poeta me gustaría tener la agudeza y la oportunidad de un buen
periodista, y como periodista, la sabiduría para encontrar las palabras
precisas que den cuenta de lo que está pasando ahorita mismo del otro lado de
esta ventana, transfigurar con el poder alquímico de la palabra.
¿Breton, Péret, algunos surrealistas entrarían en
esa categoría de registro de la realidad en el corazón mismo de esta ecuación
entre poesía y periodismo?
Sí,
Breton desde luego. Su pregunta se dirige a una zona precisa y la contesto en
ese sentido porque habría otras perspectivas que forman parte de esta entidad
difícil de abarcar que es Breton. Breton fue un hombre de la calle, del
callejoneo, y un hombre sobre todo parisino. París es su coordenada cero. No es
el París en llamas de Apollinaire, es una ciudad sinuosa como el Sena, con
cuerpo de mujer, brumosa y ambigua. Breton me inflama.
Yo
no lo conocí en México pero puedo pensar cómo fueron sus encuentros con muchas
cosas que lo sorprendieron y con otras que nos sorprenden a nosotros pero que
él había intuido y que de alguna manera vino a buscar y/o a corroborar su
existencia. Él tenía nostalgia de un pasado enterrado. Las raíces del gran
árbol de la vida y el conocimiento se trenzan en el corazón de los muertos.
Afectividad
y poesía son una dupla en él insoslayable, indisoluble, sobre todo en la última
parte de su vida. Hay un texto que merece ser recordado y que muestra parte de
todo este universo que le refiero: Pont-Neuf, develación y ocultamiento bajo un
mismo arabesco sinuoso y sensual como el agua oscura que atraviesa la ciudad.
Esto
que le digo ahora me recuerda a un gran amigo que ya perdimos. A Emil Cioran,
lo conocí en París en 1947 y nos hicimos grandes amigos. Cioran representa otra
de las formas de actualidad de la que no debemos prescindir y que es tan escasa
entre nosotros. Cioran es un moralista que nos muestra la miseria del presente,
nuestro egoísmo, nos despoja de la fatuidad y la falsa importancia que nos
atribuimos.
Unos
llaman a sus pequeñas piezas maestras aforismos, yo los llamaría epitafios. El
arte del epitafio lo ha cultivado en un momento en el que parece que la verdad
sale sobrando. Usted me comentó que lo visitó en París. Ya estaba muy enfermo.
Nedda [G. de Anhalt] me había comentado que intervino para que usted se
encontrara con Cabrera [Infante] en Londres y con [Fernando] Arrabal en París y
ese fue el vínculo que lo acercó a él, ¿verdad?
En
realidad fue Esther Seligson. Le llevé a Cioran una planta de parte de ella,
era el pasaporte, la clave que me indicó para pasar la aduana de su justificada
desconfianza con algunos extraños.
[Risas.]
Esther lo tradujo, lo interpretó y lo puso admirablemente en nuestra lengua.
Tradujo sus colaboraciones en Plural y luego en Vuelta, algunas
de ellas. Luego conocí a un joven filósofo español que se hizo adicto a él y
escribió una tesis sobre su trabajo: Fernando Savater. Somos amigos, un hombre
inteligente, a quien también se le da la construcción de epitafios.
El mundo de las correspondencias
Otra forma de escritura en mutación es la epistolar
y parece despojada de sus poderes retóricos que la colocan incluso en lo
ficcional. ¿Todavía escribe cartas?
Sí,
escribo cartas. El uso del mail no me ha segado la pasión por comunicar un
conjunto de preocupaciones, de encargos, de comunicaciones laborales,
instrucciones, consejos, discusiones que no tienen cabida en lo público. Pero
sé, porque soy un hombre que sabe que las cartas son el registro de las
comunicaciones más profundas entre dos o más interlocutores, que serán material
para la historia. No se lo digo porque me sienta muy importante o piense que lo
que digo y pienso tenga que ser protagónico. De ninguna manera, lo que sucede
es que las tareas que hemos elegido sí lo son, protagónicas e importantes.
Por
eso las discusiones entre pares, las advertencias, las reflexiones, las
demandas de atención, las polémicas que no se dirimen en el espacio público,
con la sociedad, con los otros que son ajenos, exigen de una probidad y una familiaridad
en la discusión, sin los engolamientos que produce hablar para el público.
Cuando uno habla para el público, inevitablemente busca adeptos, convencer y
adherir a nuestros argumentos. En cambio cuando uno dirige una carta se dirige
también a la intimidad, a la discreción y en la confianza de que nuestras
palabras serán atesoradas. Digo atesorar en términos de archivar, de conservar,
de guardar y convertir en futura referencia.
Creo
que ese sentido se está perdiendo. Hoy los reclamos, los dichos, los dimes y
diretes se hacen bajo la teatralidad que significa atraer la mirada pública:
reclamar a gritos en el escenario de la plaza. Muchas veces me he enterado de
que alguien tiene algo que decirme gracias al periódico. No se acude al
teléfono, al telegrama o al mail pero sí a un intermediario, un periodista o la
propia pluma, que se esgrime como una bocina escandalosa.
Escribo
cartas. Muchas las he donado a archivos que indagan sobre algún interlocutor
que ya no vive. Otras las donaré y pediré que se abran en su momento, cuando lo
que se dice no pueda herir a nadie. Hay quien me ha dicho o ha insinuado que es
miedo, por eso se restringe el acceso a esos documentos. En mi caso no hay
miedo, le reitero que nada lamentaría más que una palabra dicha en un contexto
preciso fuera utilizada en contra de alguien, o hacer sentir herido a alguno
por una opinión expresada al vuelo.
Se
tiene miedo sólo cuando el mundo privado, íntimo, es muy distinto e
incongruente con la imagen pública. Le digo que yo no vivo cuidando mi imagen
porque mi vida no es una representación. Participo de la vida pública, eso es
distinto. Mi mundo íntimo está expresado en mi obra también. Lo privado es otra
cosa, es la vida con los míos. La visita al médico, al dentista. Eso que no le
debe interesar a nadie y que si se empeña en saberlo dice más del interesado
que de mí.
Las literaturas mexicanas
“No
tengo muy claro en este momento en cuántos espacios llegué a referirme a
Revueltas. Cuando había que situarlo entre los grandes hice una nota en un
librito que publiqué en Seix Barral con el título de Hombres en su siglo y
otros ensayos. La primera impresión perdurable fue la lectura de El luto
humano, todavía no sé si esa vorágine verbal sea una novela como nos la han
legado los franceses y los norteamericanos. Hay mucho de filosofía y de
antropología de la miseria, tanto espiritual como material.
”Escribí
en los cuarenta una nota para la revista Sur, tal vez se publicó en el
año 1943, es una década bisagra entre lo que se fue y lo que vendrá. Yo todavía
sentía el fragor de la Revolución mexicana. Desde la voz de mi abuelo, de mis
lecturas, de las vivencias con algunos de los protagonistas que todavía se
agitaban en el México político de entonces, entre los intelectuales que no
terminaban de entender en qué consistían los legados de la revolución.
¿En qué consistían, de qué dependía entender o no
esos legados?
Legados,
sí. No podemos hablar de un solo legado. Las artes reciben muchas insinuaciones
fecundas de la Revolución mexicana, que transforma y redimensiona muchos
discursos. En las artes plásticas se abre una dimensión inédita, lo hemos
discutido. Pero en la literatura, con todo y que Revueltas es la figura
descollante, a pesar de las ediciones limitadas, las lecturas limitadas, la
limitada generosidad de los lectores del momento y de su facción, quienes lo
condenan a una purga cruel.
El
momento de Revueltas es también el de Efrén Hernández, Juan de la Cabada, Rubén
Salazar Mallén, Andrés Henestrosa y Rafael Solana; el realismo, el realismo crítico
y una fascinación por el pasado los caracteriza. No me sentía muy atraído por
sus búsquedas estéticas, respetaba la honradez que los caracterizaba. Queríamos
cambios, justicia, revolución.
Queríamos
arder en la misma flama del cambio, no en la hoguera de los censores y los
Torquemada. Nos conocíamos y había un respeto que hoy lamentablemente me
produce nostalgia; pensé que mejoraríamos, y el gremio de escritores, por
llamar de algún modo a la convergencia del interés artístico, no ha logrado
mirarse en el espejo de la autocrítica ni de la generosidad. Nos hace mucha
falta esa dimensión del diálogo.
¿No se han modificado esas visiones con el
transcurso del tiempo? Esa idea de Borges, tan extraordinaria, sobre la manera
en la que influimos al Quijote puede
aplicar también a nuestro siglo.
Desde
luego es una idea fascinante que tiene su asiento en la visión crítica de la
historia, que se mira mirando hacia atrás con plena conciencia de que el
presente modifica el pasado. Me gusta su sugerencia porque me invita a que
piense en mis rectificaciones, aunque más que rectificaciones debería referirme
a la evolución de unos puntos de vista que con el paso del tiempo redimensionan
obras que en su momento dialogaban con el presente de una manera distinta.
Vi
con reserva y luego con mayores matices la obra de Mariano Azuela y Martín Luis
Guzmán. Por momentos su pasión por lo fugitivo me pareció un riesgo que
comprometía sus alcances futuros más allá del comentario y la influencia
polémica que alcanzaba en su momento. Aunque los procedimientos artísticos no
me parecieron novedosos, sí me pareció que era muy importante valorar la
conjunción entre los temas y sus operaciones artísticas.
Rulfo
es la excepción, lo que logró en Pedro Páramo revoluciona la idea de
temporalidad en la novela y le da una esfericidad semejante a la de Ficciones
de Borges, que no parecerían comparables por los temas tan divergentes, pero
ahí, en “El jardín de los senderos que se bifurcan”, posee una indagación sobre
los sentidos del tiempo como los que nos hacen enmudecer en Rulfo.
El lector ordinario, que en términos de
publicaciones suele ser de memoria corta, tal vez no recuerde que usted es un
hombre de revistas, de publicaciones, esa vocación hace de usted un periodista
cultural sui generis en la
historia mexicana.
Creo
que eso que usted hace notar no es tan evidente para aquellos que piensan el
periodismo cultural como un monolito atravesado por las noticias y la cobertura
diaria de acontecimientos que están agendados por las instituciones. Por los
benefactores de los artistas que se empeñan todos los días en decir que hacen
algo por el arte y acogen a los artistas.
Desde
luego no todo lo que se promueve como un acontecimiento noticiosos es así. Por
fortuna hay muchas manifestaciones independientes. Pero la prensa más comercial
nunca atenderá esas demostraciones. Mucho del periodismo que se hace en México
es de conveniencias, de intereses. Me refiero a lo cultural. Quería decir “el
periodismo que se hace entre nosotros”, pero no, “entre nosotros” no hacemos
ese periodismo convenenciero.
Tampoco
diría yo que hacemos un periodismo más intelectual y que por eso hay tanta
distancia con los reporteros y eso que llaman tan eufemísticamente “la Fuente”.
No, la distancia la establecen los géneros de los que nos ocupamos: un ensayo,
una reseña, la crítica, el artículo, no son materias que ocupen al grueso de
los periodistas que se dedican a recoger información y que se llaman a sí
mismos reporteros; incluso nominalmente, laboralmente, los llaman así.
Creo
que nos separa el ejercicio de unos géneros que obligan a unos meditar la
información y traducirla en interpretaciones documentadas, mientras que otros
se ven llamados a ordenarla y a mostrarla con criterios más descriptivos, más
informativos y menos interpretativos.
Eso
es una cosa, pero no confundamos que en cada ejercicio los niveles
intelectuales son distintos. Hay géneros que requieren más empeño y cuyos
productos tienen que elaborarse en más tiempo. En fin, yo no justifico la
ignorancia arrogante de reporteros y periodistas que afirman que la práctica es
el terreno de la experiencia y la formación y no reconocen la necesidad de
estudiar, de conocer la cultura y sus producciones.
Cuesta
trabajo pensar que no se cansan de la superficialidad y de vivir hojeando los
libros de los que hablan, de no darse tiempo de ver las películas que
“reseñan”, de asistir a las funciones completas de las obras de teatro que
refieren y califican, de los conciertos en los que vemos a los periodistas
culturales y a los políticos dormidos.
¿Cree que sería muy distinto nuestro periodismo con
periodistas más cultos?
Mire,
hay periodistas que verdaderamente son una calamidad. Son tan necios unos, y
tan ignorantes otros, que habría que mandarlos de regreso a una reeducación
total. Otros, los que son desinteresados, no les preocupa en realidad la
cultura. Usted recuerde, cuando anunciamos el Encuentro Vuelta no les
interesaba saber quiénes eran los invitados ni enterarse de la posibilidad de
tener en México por primera vez a muchas figuras que aceptaron venir. Lo que
les preocupaba mayormente, y lamento decirlo, era si tendríamos una sala de
prensa con sándwiches, si habría café, si podrían hacer llamadas de larga
distancia; nos cuestionaban el costo del encuentro, nos preguntaban si el
origen del dinero era resultado de una confabulación de la derecha. Si alguien
me lo hubiera contado difícilmente lo hubiera creído. Hubiera pensado que
calumniaban a los muchachos de la prensa.
¿Muchachos?
Muchachos.
Así se les dice. Así les llamaban los poderosos burócratas de antaño para
visualizarlos como personas infantiles, adolescentes. Bromeo, aunque la prensa
cultural tiene que dar más pruebas de mayoría de edad. Bueno, no todos son así.
Hay algunos que verdaderamente se acercaron desde distintos foros interesados
en lo que pasaba.
El
joven Fernando García Ramírez, que laboraba para el semanario Punto y
que siempre se interesó por dar cuenta de la literatura de una manera muy
semejante a la que teníamos en nuestra tradición cultural, desde las revistas
de los treinta y cuarenta hasta la Revista Mexicana de Literatura;
Javier Aranda Luna, que fue reportero de La Jornada, aunque no lo
parecía. Christopher Domínguez, que era un entusiasta partícipe de revistas y
suplementos culturales apareció en nuestras páginas, primero ocupado de la
literatura mexicana y luego de temas literarios de otros orbes y tiempos.
Sí, era raro ver a un reseñista tan potente en un
semanario con tantas limitaciones. ¿Javier no parecía de La Jornada?
Bueno,
es una broma. Tampoco parecía de El Universal o el Novedades. No
poseía la ignorancia habitual de los reporteros de cultura. Tenía lecturas y
formación. Eso le permitía abordar la literatura de manera responsable. Nos
apoya mucho en notas que requieren una reflexión y una actualización. Darle
actualidad a lo fundamental no es sencillo si se desconocen los rasgos de las
cosas importantes. ¿No lo cree usted?
¿Sabe?,
yo he tenido la oportunidad… Mire, le voy a decir una cosa y es posible que me
quieran quemar en leña verde muchos colegas suyos, pero me da la impresión de
que muchos periodistas de cultura están ahí porque no tienen la capacidad
profesional para abordar cuestiones políticas que exigen conocimiento de la
historia y de la legislación.
Imagínese
si un periodista no es capaz de identificar un estilo arquitectónico, una
corriente pictórica, ¿cree usted que pueda enfrentarse de manera comprensiva a
un debate como los que tenemos hoy en torno al Tratado de Libre Comercio, o a
las reformas constitucionales que se intentan imponer en materia religiosa y
laboral? José Revueltas era capaz. Pepe Alvarado, Renato Leduc, Efraín Huerta.
No muchos.
Pero
son muy pocos los periodistas que logran ir más allá de las jornadas diarias.
Cuando salen de sus medios, son personas que se quedan vacías porque el nombre
de su medio lo llenaba todo. Aquí en Vuelta coinciden los proyectos
personales con los colectivos que proponemos todos los días en la revista.
Incluso
le puedo decir que Vuelta pronto dará la vuelta a los tiempos y estoy
pensando en cambiar muchas cosas, incluso en retirarme de la dirección. Enrique
Krauze ha sido un timonel leal e inteligente. Creo que es tiempo que Vuelta se
transforme acorde a las necesidades de nuevos tiempos, exigencias tecnológicas,
laborales, que irán de un siglo a otro.
Los
lectores no son los mismos que nos acompañaron en Plural. No son los
mismos, lo digo en un sentido evolutivo de los usos y los hábitos de consumo
cultural, literario. La presencia mensual es muy rica pero tenemos que
desarrollar otros mecanismos para tener una presencia permanente entre nuestros
lectores.
Simplemente
las novedades editoriales que uno pedía a amigos viajeros que las enviaran por
correo, hoy los gigantes de la distribución hacen posible que uno las tenga en
dos días. No dudo que incluso se distribuyan de manera electrónica. Cuando veo
cómo facturamos la revista y que me puedo llevar los archivos completos en una
computadora o en un cartucho, me sorprende.
Hoy
sería muy costoso implementar la lectura de la revista en una computadora, pero
cuando eso sea posible se hará realidad una fantasía personal, que consiste en
hacer reediciones de las revistas como lo hacemos de los libros. Una cultura
que hace desechable la experiencia meditada de un semanario, una publicación
quincenal y mensual no valora la trascendencia de una revista de ideas, de
cultura y literaria.
Muchas
cosas que se publican en una revista verán la luz nuevamente como libro, pero
muchas otras no. Hacer números coleccionables es un desafío. Todo editor debe
apostarle a la duración y permanencia de los materiales que publica. Incluso
cuando son coyunturales, su calidad puede transformarlos con el tiempo en un
documento que dé cuenta de la circunstancia que lo hizo posible. ♦
*Fragmento de La brújula y el laberinto. Encuentros con Octavio Paz (1986-1996)
de Miguel Ángel Quemain, de reciente aparición bajo el sello del InstitutoLiterario de Veracruz.