![]() |
Estela Lucio |
Del
corazón de la tierra, a nuestro corazón.
De
nuestro corazón, al corazón de la tierra.
Del
corazón de la tierra, a nuestro corazón.
De
nuestro corazón, al corazón del tambor.
Con este ofrecimiento-invocación
termina sus clases Estela Lucio, maestra primera de las danzas de origen
africano en nuestra ciudad. Este año, su labor ha sido reconocida por el
ayuntamiento de Poza Rica, donde creció; y en el Festival Afrocaribeño, donde
ha participando desde sus épicos inicios. Y, ¡por fin!, el pasado mes de junio,
recibió un merecidísimo homenaje de los integrantes de diferentes generaciones del movimiento de
la percusión y la danza afrocubana y africana
de Xalapa, nacido formalmente en 1980.
A convocatoria de su
discípulo José Luis Ruíz, se organizó un activo y efectivo equipo logístico
para el evento: Esperanza Mozo, Aram Huerta, Tomás Owen, Claudia Rojas, Messe
Merari y Javier Cabrera. Fue con La Danza de Venado, originaria de Sonora e
interpretada magistralmente por Javier Santos y el Abuelo Huicho, que se pidió
licencia para que, durante casi tres horas, Annahí Saoco, los colectivos Maíz
Negro, Cañadonga, Ensamble de Percusiones de Xalapa, Zancora, Rumbamba y
Wantanara, sin olvidar la brillante danza-teatro de Enrique Vázquez, acompañado
en las congas por Cándido Hernández, le bailaran, tocaran, cantaran y actuaran
a la homenajeada, toda ella una sonrisa. Acompañada en la mesa de honor por sus
cómplices de andanzas Ramón Gutiérrez, Tomás Owen, Rocío Sagahón, Enrique
D’Flon, e Ivonne y Patricia Deschamps. Para concluir lo dancístico, Estela se
levantó para bailar una sabrosa rumba afrocubana convocando a las bailarinas
allí presentes. Fue muy emotivo. Messe y Miguel Flores cerraron el festejo con
unas rolas muy a su estilo.
Las danzas de origen
africano han sido el legado que esta extraordinaria bailarina, formada en la
danza contemporánea, ha transmitido desde hace ya más de tres décadas. Formadora de la mayoría de los actuales
maestros locales, ha enseñado su arte a bailarines de todas las edades en esta
ciudad, el estado y el país;
compartiéndolo con los más diversos públicos y en todo tipo de
escenarios. Esta entrevista es mi granito de arena al reconocimiento de su trabajo.
“Nací en Cerro Azul, Veracruz, y me crié en Poza Rica. Mi primer
acercamiento fue con el son huasteco, lo escuché mucho de niña. También muchos
ritmos afrocubanos entonces de moda, como el cha-cha-chá, el mambo y la
guaracha. En esa época, la Sonora Matancera y Pérez Prado eran populares en
todo México. Yo siempre quise bailar, pero en esa época, a lo que aspiraban los
padres era que uno hiciera una carrera universitaria decente y se recibiera. A
Xalapa llegué en 1970, a estudiar arquitectura, y la terminé. En 1972 me metí a la Facultad de Música y estudié
violín casi dos años; me costó mucho trabajo porque es un instrumento muy
difícil.
En el 74 llegó el maestro Rodolfo Reyes, con la finalidad de armar una
compañía de danza contemporánea. Empezó a dar clases en un salón del Teatro del
Estado, abriendo camino al maestro Xavier Francis, director principal de la
compañía que querían formar. En 1978, fui a Nueva York y tomé algunas clases de
africano, ese fue mi primer encuentro. De vuelta en Xalapa, el maestro
Alejandro Schwartz nos recomendó ir a Chilpancingo (Guerrero), donde estaba
Rodolfo Reyes como director de la Casa de la Cultura, haciendo lo mismo que en
Xalapa (una compañía), que Reyes quería armar con Arturo Garrido como
coreógrafo principal. Trabajamos mucho. Estuvo
Daniela Heredia (coreógrafa de Barro Rojo) y Serafín Aponte, y formamos el
Ballet Independiente de la Universidad Autónoma de Guerrero. Por diferencias,
nos separamos y decidimos llamar al grupo Barro Rojo. Fui fundadora, bailarina
y maestra de Barro Rojo. En el 82 obtuvimos el Premio Nacional.
Después de Barro Rojo me embaracé de mi segunda hija y decidí trabajar
como arquitecto en Tabasco; después trabajé en la Dirección de Cultura del
Estado. Di también clases de danza contemporánea a niños de entre diez y doce
años. En 1984 regresamos a Nueva York, y allí me metí a fondo con la danza
africana: Haití, Puerto Rico, mucho de Cuba, Brasil, del Congo, de Guinea, de
Costa de Marfil, un poquito de Malí y de Senegal bastante. Había mucho énfasis
en Senegal y Guinea sobre todo, de los demás había menos maestros. Estuve allí
hasta 1990. No he ido a África, solo tomé clases con muy buenos maestros
africanos.
Regresamos a Xalapa para criar a nuestras hijas. Empecé a dar
talleres; llamaron a Javier Cabrera y, en el segundo encuentro, empezó a tocar.
Empezamos con música afrohaitiana, que era lo que más me gustaba. Fue en un
salón que estaba en Ruíz Cortínez, casi frente al IMAC (a la entrada a
Coapexpan), un laudero, que se llama Ricardo, también me acompañaba. Mi segundo
salón fue en Corregidora (la calle Josefa Ortiz de Domínguez, por la iglesia de
La Piedad); nos amontonábamos porque había muchas personas. Javier Cabrera
acababa de regresar de Cuba e hicimos mancuerna; había unas muchachas que
habían estudiado afrocubano y sabían el complejo de Congo, que es yuca, macuta
y palo. Desarrollé danzas haitianas y brasileñas con dos alumnas que tenía:
Carmen Kicherman y Liliana Garcimarrero. Decidimos armar un grupo de tres
bailarinas con Cabrera, Enrique D’ Flon, Pedro Miguel Velásquez y Toñón; le pusimos Rumbamba. Actuábamos
en una discoteca y hacíamos yumbalú, haitiano, el complejo de Congo y luego
rumba y guaguancó; terminábamos invitando a la gente a bailar samba. No duraba
más de veinticinco minutos pero se llenaba para vernos. Faltaba mucho por
aprender pero ya teníamos algo armadito. Había mucho interés, tal vez menos
gente que ahora pero había mucha entrega. Traje a los maestros M’bemba
Bongoura, a Lamin Tiam (estilo zabar- senegales) y Kevin Hilton dio un curso de
armar y tocar chéjeres. A mí me gusta más lo caribeño y lo senegalés pero la
gente me pide guineano. Naolí Vinaver dio cursos de congolés; gusta pero no
pega, no hace escuela. Vino Tito Tzompa (Congo) y solamente un año tuvo mucho éxito;
en cambio, vienen los maestros guineanos y se llena.
Después de Corregidora empecé a dar clases en Papalote, al final del
camino a Coapexpan. Antonio Zepeda se integró al grupo de xalapeños que
hacíamos afro; Javier Cabrera, Enrique D’ Flon y Cándido Hernández tocaron en
mi clase diariamente por años. Zepeda no es especialista en africano, lo es en
prehispánico, toca como él quiere. No fue maestro, fue ejecutante de
instrumentos con matices africanos. Aportó mucho, nos ubicó en que estamos en
Mesoamérica y no en África. Era propositivo y fue criticado, decían que no
tocaba bien, pero su influencia fue muy importante. Vale la pena crear
otro tipo de cosas, yo tenía esa inquietud. La danza africana no solamente es para repetir sino para crear. Muchos grupos se han clavado en emular lo
que se hace en África o en el Caribe y algunos lo hacen muy bien, lo han
perfeccionado. Esta chica, Pupa (Guadalupe Luna), baila como cualquier africana
de bien. Lo que les cuestiono a ellos es porqué no usan esos elementos para
crear otras cosas.
Cabrera desarrolló mi espectáculo Danzas de Niebla, que emplea elementos africanos para recrear
mitos y símbolos prehispánicos. Con la producción de Citlali Bravo y Tomás Owen
en la escenografía y la iluminación quedó un número muy decente. Antonio Zepeda
me hizo ver que era posible, me impulsó a que siguiera. Me desarrollé mucho
bajo su influencia. Participó con nosotros en algún Festival Afrocaribeño. He
ido recuperando poco a poco éste espectáculo que tiene diferentes dioses y mitos,
a partir de un número que se llamaba El
Chaneque y el jaguar desarrollé un cuento para niños donde los
chaneques bailan danza africana. (En ella) Javier Cabrera tocaba instrumentos
prehispánicos pero, de pronto, toca un 6/8 por allí y suena medio africano.
Estamos creando a través de lo que hemos aprendido. El cuento quedó muy bien.
Tengo otro número que se llama La Coatlicue, me acompaña Javier Cabrera pero si no puede uso
música grabada de Antonio Zepeda; también pasos de un baile haitiano que se llama
Yambalú, que representa a la serpiente, al arcoíris y estoy hablando de la
Coatlicue. Mezclo cosas para crear. Tengo además La Muerte de Coyoxchan; allí,
Guicho (José Luis Ruiz) salía de Huitzilopochtli, haciendo un gran papel por su
expresión corporal.
Rumbamba evolucionó mucho hasta fines de los noventa, pero esa
generación la dio por terminada. De toda esa generación que éramos Rumbamba,
algunos ya no bailan o ya ni tocan; ahora estoy trabajando con jóvenes que
técnicamente tienen una preparación mucho más alta de la que teníamos nosotros
a su edad. Les hemos tendido el tapete para que se desarrollen mejor; les hemos
traído maestros, les hemos ensañado lo que sabemos y claro que ellos, como
ejecutantes, han evolucionado mucho, son mucho mejores que hace unos años.
Rumbamba pasó de ser un grupo que ejecutaba ritmos afrocaribeños,
africanos o brasileños a ser un grupo que ejecutaba ritmos de origen africano
con elementos que también son de origen africano como el son jarocho. Fusionó
cuando nadie lo estaba haciendo; casi daba pena decirlo, un zapateado con un
djembe nadie lo había hecho. Lo hicimos y recuerdo que Javier casi pidió
disculpas por haberlo hecho en un Afrocaribeño. Ahora es mucho más fácil porque
casi todos los muchachos están haciendo eso: fusiones entre flamenco, son
jarocho y africano. Nosotros estamos metiendo zapateado peruano (Annahí
Hernández) y ya no sabemos ni qué hacer.
Rafael Campos trabajó conmigo en Veracruz Afromestizo y le pedí canciones originales; Rumbamba
presentó este espectáculo. Las composiciones de Rafa le dieron un sello
original al grupo; y es que tocar piezas y coreografías originales no es tan
fácil. Fuimos muy criticados por los que hacen afro aquí, porque a ellos les
sale muy bonito lo que saben hacer, pero que hagan algo nuevo. Hicimos Travesía, con ejecución de mucho
más nivel; precisamente allí, Ramón Gutiérrez se atrevió a fusionar danzas
haitianas con zapateado y tambores africanos, con jarana y quijada. A veces
digo que repito mucho, pero trato de ir evolucionando, de ir creando cosas.
Tengo todo tipos de alumnos, algunos muy talentosos que agarraron
camino rápido y que lo hicieron bien, que solucionaron por su cuenta. Por
ejemplo Pupa, fue alumna mía y empezó conmigo; es un talento extraordinario,
rapidito agarró lo que tenía que agarrar, fue con otros maestros y luego se fue
a África y mira: a los dos años estaba bailando increíble.
No tengo la menor idea de porque estamos en una crisis tan tremenda,
no sé si vamos a seguir bailando porque no hay trabajo. Trabajo sí hay pero no
lo quieren pagar; estamos autogestando nuestro trabajo. En los festivales no
hay trabajo; hay una mafia, ¿cómo es posible que les escribes y ni siquiera te
contestan? Tienes que estar conectado para que te den trabajo. Es más fácil
conseguir una tocada en el extranjero que en México. ¡Es increíble! Todo mundo
está en veinte grupos a la vez, o hueseando aquí y allá. ¿Planes? Me gustaría
que el grupo madurara, que tuviéramos trabajo, que viajemos, que viviéramos de
eso y que la gente del grupo estuviera contenta. Llevarlo a cabo es un poco
difícil.
Xalapa, Veracruz. 16 de junio,
2010 ♦
Por Eduardo Sánchez Rodríguez