Una muestra de la 55 Muestra Internacional de Cine


Publicado porJosé Homero el 7:01 p.m.


La edición número 55 de la Muestra Internacional de Cine en su edición en Xalapa –una de sus primeras sedes en provincia– presentó19 largometrajes en total. Raúl Criollo, actual director de la Escuela Veracruzana de Cine Luis Buñuel, reseña las cintas más importantes de este programa.

Para decir tu muerte
no hay palabra más exacta,
más oscura, más desolada,
que la palabra ausencia.
Julio Bracho,  “El Canto de la Ausencia”.
La Muestra Internacional de Cine es un punto de encuentro para un ansia cinéfila normalmente bien recompensada. Avatar de tardes y noches donde los sentidos pueden someterse a la pantalla y el entorno que no compite con las proyecciones tridimensionales, los combos monumentales de palomitas y excesos refresqueros, y que busca la satisfacción que puede provenir de la emoción de otros ángulos, otras tierras, con nuevas formas de emplear la óptica, mover la cámara, contemplar un fuera de foco o las profundidades de campo. Narrativas diversas que no cumplen cometidos de bellezas excelsas para llenar el póster.
La edición número 55 de este empeño de la Cineteca Nacional, con recepción, impulso y exposición de la Universidad Veracruzana (UV) y el Instituto Veracruzano de Cultura (Ivec) y la primera incursión de la Escuela Veracruzana de Cine Luis Buñuel, en el habitual recinto del Ágora de la Ciudad, pisa de nuevo Xalapa, terruño de sus primeros encuentros con la provincia y los otros públicos, para un empaque muy prometedor de 19 largometrajes que abrió con un clásico del cine mexicano, Distinto amanecer (1943).
Distinto amanecer
El cineasta Julio Bracho hace una composición de magistral pulso narrativo, con el amparo de la novela negra y su trama segmentada, casi episódica de pequeños actos, con un protagonista en el alambre de los infortunios posibles, donde el líder sindical de espíritu agreste y honorabilidad a toda prueba, Octavio (Pedro Armendáriz), apoyado, anclado, esperanzado en el amor y permanente deseo de su Julieta (Andrea Palma, primera gran diva de nuestro cine desde La mujer del puerto –Arcady Boytler, 1933–,  y que era hermana del director).
Estética de la noche y sus desaires (formidable, por momentos excesiva y deslumbrante técnica de gran tramoya y manejo de cámara de Gabriel Figueroa), donde está la arquitectura de la gran ciudad, el desorden industrial, los acabados de filigrana erótica, etílica, bailable de la gran pista donde las bellas de vestidos entallados fichan la pieza y la copa para los políticos de siempre: desabridos, abusivos, corruptores y, claro está, acechantes de la felicidad a que aspira el hombre bueno en la madrugada de todas las posibilidades, con documentos que se esconden y un niño que vive traumas intensos, a quien se exige demasiada consideración (un efectivo Narciso Busquets, que sería parte del futuro más importante del cine nacional).
Desde su estreno, la película fue vista con desdén por los que siempre acusaron a Julio Bracho de ser un intelectual que rebuscaba para vivir en los excesos del discurso plástico y ético. Pero para otros críticos y colegas (lo más importante, para el gran público) fue desde entonces una pieza única de la producción mexicana. Años antes de que consolidara su carrera como director y llegara el escándalo de La sombra del caudillo en 1960 (otro alarde técnico y narrativo que fue enlatado por el régimen), Distinto amanecer fijó la filosofía del cineasta y su compromiso moral con la pantalla, como lo sentenció alguna vez en su carta-alegato epistolar con Rafael Baledón: “En la creación de cada imagen que realizo, a través del lente de mi cámara, encuentro mi propio, profundo goce, en el que sólo me acompaña el ojo anónimo del espectador que, en la pantalla, va a asomarse a la misma imagen. Y eso es lo único sustantivo…”
Joven y bella
Con Joven y bella (2013), Francois Ozon repasa todos los elementos que lo han encumbrado en los circuitos de los festivales, las lecturas dobles y triples de la naturaleza erótica, fundamentalmente del público gay (con cintas como Comedia de familia (1997) o Gotas de agua sobre piedras ardientes (1999), como un director que mira desde el ángulo de la naturaleza frágil, de condición aventurera, de la contemplación interna a la exposición carnal.
Sudores, miradas, roces de la adolescente que despierta al deseo y que busca a sus 16 años su primer encuentro sexual como un escalón de su madurez, abanderamiento de lo que antaño fue precoz y ahora es drama y problema de fenomenología mundial (en México el promedio de pérdida de virginidad fluctúa entre los 13 y 14 años).
El sexo no es bello, ni pleno, ni perdurable, ni atesorable, pero abre la ruta de una búsqueda subrepticia, de ambición de triunfos ignotos y deseo de ser lo deseable. Doble vida, una moral, sin deseo de daños, pero sin lucidez sobre los peligros directos, la trama trastoca el pastel de los 17 en la prostitución con los hombres maduros, el ocultamiento a la amiga de la vida escolar, el fin de las confesiones con el hermano menor, la remembranza inmediata de cada cita sexual como el verdadero placer.
Sin afán aleccionador, a pesar de las advertencias policiacas, la reconvención del psicólogo o el enfrentamiento con la madre, el descubrimiento de su vida de sexo por 300 euros, forzosamente tiene el detonante de lo que no puede sostenerse sin convertirse en drama. Con desconcertantes e innecesarios tres momentos videocliperos (lírica de frases que reconvienen y subrayan soledades, pasajes del antes y después, entender las decisiones a toro pasado…), Ozon confirma su capacidad para construir personajes e imágenes que evitan el frenesí del coito y el desnudo, para puntualizar ideas y emociones (no necesariamente sentimientos), sobre el gusto, la lujuria, la excitación de la proximidad de lo prohibido.
Gran presencia de la siempre bella Charlotte Rampling (protagonista del cineasta francés en su cinta más celebrada, Bajo la arena –2000–, madura con el mismo porte que ya deslumbraba en el Fox Trot de Arturo Ripstein –1977–), viuda del hombre que muere con prostituta entre las piernas, y que necesita volver al lugar de los hechos, en la misma estancia hotelera, en la misma cama de los pecados cumplidos, para conocer el testimonio de la adolescente y su fulgor de instinto erótico.
Ozon potencia la posibilidad que implica tener a las dos mujeres en la cama, acercándose a la frontera de lo lésbico, cerrando el círculo que no existe. El director no cede, aunque más de un espectador cae en la trampa perfectamente puesta con un plano que implica el descenso de la joven y la sugerencia del sexo oral. Cinta de la cercanía de los cuerpos y sus posibilidades miméticas.
Póker fílmico
El resto de la muestra registra el compuesto de la óptica multicolor de todo el orbe con una interesante alineación. Entre los títulos, destacamos la siguiente baraja:
Basada en la novela La espuma de los días de Boris Vian, el cineasta francés Michel Gondry entrega Amor índigo, trama de asombro por la extrañísima enfermedad que padece Chloé, a quien le crece un lirio en los pulmones. Precisamente la enamora un inventor, quien usa su conocimiento e ingenio para buscar la cura.
Figuración de la estética que dota el cine Gondry de recurrencia plástica, lentes cambiantes que prefiguran perspectivas únicas, tomas de particular exposición… Un conjunto de intensidades filmado con derroche de técnica. La selección óptica, la puesta en cámara, los movimientos que pueden disfrutarse en cada plano. Parte de lo que lo prestigió en la industria musical con videos de Björk, The Rolling Stones, Paul McCartney o Massive Atack, y confirmó en sus largometrajes Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004) y La ciencia del sueño (2006).
Dheeraj Akolkar  (India, 1978) entrega Liv & Ingmar, uno de los importantes espacios documentales de la muestra, para componer el entendimiento de la cercanía, el afecto, las similitudes, los canales de aproximación de una amistad de 42 años entre dos artistas referentes de su tiempo: la actriz Liv Ullmann y el gran director de cine Ingmar Bergman. Con un montaje mayor que compacta fragmentos de su colaboración fílmica en doce largometrajes, Akolkar hace un pietaje nuevo, como una renovación de esa historia, la fortalece de una amistad, que dejó escenas históricas en el cine.
El músico experimental, cineasta por circunstancia y buscador de temáticas inusuales, Peter Strickland dirigió Berberian Sound Studio. Una cinta que ofrece una mirada del cine en una de sus vertientes menos socorridas: el cine pastoso, degradado y oculto de cintas inquietantes, agresivas… la excelsitud del bajo presupuesto y el mal gusto. En el Berberian Sound Studio se posproducen las mezclas de sonido. Universo de artistas con pretensiones, megalomanías, actitudes del absurdo, demandas de logros artísticos inalcanzables. Otra clase de vista al cine B internacional, mucho más que histriones y técnicos en primeras tablas, más bien el mercado de lo que no llega a los festivales y consorcios de exhibición comercial.
Piedad es una película cargada de premios. Obra del reconocido cineasta coreano Kim Ki-duk, un hombre que ha llenado la maleta con reconocimientos en Cannes, Venecia y Berlín. ¿Dónde reside una posibilidad para la piedad en un hombre que ha destrozado la vida de muchos? ¿Qué debe pasar en su vida de confort criminal para renunciar al bajo mundo? El autor de grandes dolores encuentra su propio episodio de terror cuando la madre que no conocía resulta secuestrada. Su nuevo camino de una vida común confluye de nuevo con el hampa de la que quiere huir. Artista, creador de imágenes únicas, capaz de hacer trazos de lo imposible, Kim Ki-duk es uno de los cineastas más interesantes de nuestros días.
Por su parte, el cineasta mexicano Fernando Eimbcke tiene el honor de cerrar la muestra con su cinta Club Sándwich. Después de una carrera breve pero llena de éxitos desde su desquiciado y divertido cortometraje La suerte de la fea... a la bonita no le importa (2002), luego de barrer en los arieles con Temporada de patos (2004) y de hacer la estupenda Lake Tahoe (2008), el director ofrece este nuevo ejercicio de relaciones humanas, de la dificultad de continuar una relación madre-hijo, cuando llega el tiempo de madurar, de mirar distinto al mundo, de empezar la vida sexual. Con las pausas que lo caracterizan, la distancia natural de la cámara para entrar en la vida de los otros, el realizador corrobora su estilo, no sólo como una constancia técnica, sino como la fuerza de una estética propia, despoblada de artificios.



Por Raúl Criollo


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