La Copa del Mundo de Brasil ha comenzado. Naief
Yahya preparó el siguiente recuento de las últimas intervenciones de la
selección mexicana en esta gesta mundialista. Y escribe: “La nuestra es una
tradición futbolera llena de agujeros, es una historia de penitencia y
arrogancia, de contratos multimillonarios y miseria, de importar talento
compulsivamente y a la vez negarse a aprender de las experiencias de otros. El
futbol mexicano es una mansión provinciana, pretenciosa y escuálida…”
Futbol viral
Cuando esto se escribe
faltan pocas horas para la inauguración de la Copa del Mundo de Brasil de 2014.
Pido de entrada disculpas porque en este texto recurriré a un arsenal de
lugares comunes, frases hechas, referencias abotagadas, conceptos manoseados y
de veracidad dudosa que retumbarán en la zeitgeist
hasta que la histeria mundialista comience a perderse en la memoria. Como
muchos otros, me pregunto qué impacto tendrán las protestas masivas en contra
del mundial y si la presidenta Dilma Rousseff recurrirá a los viejos métodos
represivos perfeccionados por las dictaduras de los años setenta (cuando el
propio Rey Pelé justificaba el autoritarismo bestial de los generales).
Cada cuatro años la Copa del Mundo se
vuelve más popular, aumentan los ratings, la pasión, el comercialismo, los
álbumes de estampitas, el frenesí, las protestas, los fraudes, la enajenación y
el rumor de los partidos arreglados. La Copa del Mundo es una gran fiesta, un
evento fascinante que en lo personal he venido siguiendo de manera obsesiva
desde el mundial de 1974, en Alemania: cuarenta
años de acumular ansiedad, gozo y tensión pero principalmente dolorosas
desilusiones. En las diez copas de mi vida he visto a la selección mexicana
arrastrarse entre todas las variantes de la miseria futbolera, desde no
calificar al ser eliminados por nuestros entonces improvisados competidores de
la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Asociaciones de
Futbol (en 1974 Haití ocupó el único lugar reservado para la Concacaf, y en
1982, cuando el número de lugares había aumentado a dos, y no pudimos ocupar ni
uno de ellos), hasta alcanzar el proverbial quinto partido en el segundo
Mundial que tuvo lugar en México, en 1986, y perderlo trágicamente en penaltis
contra una Alemania que no nos pudo derrotar en el terreno de juego.
El último Mundial al que no asistimos
fue el de 1990 y en esa ocasión la culpa no fueron los malos resultados de los
juegos de eliminatorias sino el haber sido descubiertos en el escándalo de los
cachirules, cuando por lo menos cuatro jugadores que rebasaban la edad máxima
alinearon con la selección juvenil. Inicialmente los directivos mexicanos
pensaron que la FIFA no se atrevería a castigar a México, uno de sus clientes
predilectos, además de que Guillermo Cañedo tenía una posición privilegiada en
la organización como asesor del presidente Joao Havelange. Sin embargo se nos
utilizó como ejemplo para intentar poner orden en una situación epidémica y el
castigo fue contundente. México quedó marginado de la Copa del Mundo de Italia
y del futbol olímpico. Inicialmente la prensa y la directiva trataron de
responsabilizar y emprendieron un linchamiento mediático de los periodistas
Antonio Moreno y José Ramón Fernández, quienes divulgaron la noticia a través
del periódico Ovaciones y de la
cadena televisiva entonces llamada Imevisión. A partir del Mundial de 1994 en
los Estados Unidos, México ha llegado siempre a octavos de final donde se ha
perdido con dignidad o de manera humillante, pero en todos los casos se ha
perdido.
Mentalidad de caciques
La nuestra es una tradición futbolera
llena de agujeros, es una historia de penitencia y arrogancia, de contratos
multimillonarios y miseria, de importar talento compulsivamente y a la vez
negarse a aprender de las experiencias de otros. El futbol mexicano es una
mansión provinciana, pretenciosa y escuálida en la que rigen capos a la antigua
quienes imponen su voluntad y se justifican con reglas improvisadas que les permiten
todo. La liga de futbol (ahora llamada Liga MX) es una organización corrupta y
siniestra que puede ignorar a la constitución y siempre tiene recursos para
cambiar la ley cuando sus intereses se ven amenazados.
Los dueños de clubes actúan como
patrones de tienda de raya y los futbolistas, especialmente aquellos que no son
famosos o exitosos o codiciados por los clubes no tienen derechos laborales ni
son dueños de su futuro en ningún sentido. Las reglas cambian de acuerdo con el
club, las circunstancias y siempre el poder del dinero. Un ejemplo reciente fue
el caso del Querétaro que en el torneo Clausura 2013 perdió la categoría y
debió descender, pero en vez de eso compró la franquicia de Chiapas, que a su
vez compró la franquicia del San Luis, el cual sí se fue. Lo paradójico y digno
del experimento del gato de Schrödinger (en que el hipotético felino puede
estar muerto y vivo al mismo tiempo) fue que el Querétaro bajó y a la vez no
bajó. Es decir que un equipo llamado Querétaro se quedó en primera división y
otro más llegó a la liga de ascenso, como si habitaran en dos universos
paralelos.
Escándalos, fraudes y arreglos
criminales como esos abundan[1]
y si bien los nuestros son claramente estridentes no somos ni remotamente el
único país en donde el futbol es corrupto y decadente. De hecho la propia FIFA
tiene un alarmante historial de mala conducta, conspiraciones y fraudes.
Blatter se encuentra ahora bajo ataques severos y universalmente se le
considera una lacra, un tirano bananero que rige desde 1998. El presidente
suizo de la federación se ha defendido acusando a sus enemigos de “racistas”.
No obstante es claro que hay poca disidencia entre los fanáticos y con todo
seguimos depositando toda nuestra confianza en ellos.
Nuestros enemigos en turno: Brasil
Hay 32 naciones invitadas a la justa
mundialista pero concentremos nuestra atención en el grupo A, donde se
encuentra Brasil, Croacia, Camerún y nuestra trasnochada selección. De Brasil
se ha dicho todo pero lo importante es que se trata de una gran potencia
futbolística que pone en evidencia que no hace falta ser una nación primer
mundista o justa para ser campeón del mundo y por si a alguien le quedan dudas,
lo ha demostrado cinco veces.
El futbol llegó a Brasil en 1894,
cuando el escocés Charles Miller desembarcó en el puerto de Santos con dos
balones. Inicialmente el juego era practicado únicamente por la burguesía
europea. La esclavitud tenía tan sólo seis años de haber sido abolida. No
olvidemos que Brasil importó más esclavos que ningún otro país americano y hoy
tiene la población negra más grande del mundo después de Nigeria. Durante
décadas la oligarquía trató de impedir que la población negra y los pobres
jugaran futbol, así que la incipiente autoridad de este deporte decidió imponer
la regla de que todos los jugadores debía saber firmar su nombre. Contaban que
eso eliminaría a los analfabetos pero según Alex Bellos,[2] los
directivos del club Vasco de Gama, el primero en abrir sus puertas a todo aquel
que jugara bien y por tanto a la integración racial, se pusieron a alfabetizar
a sus miembros y surgió la costumbre de sugerirles cambiarse de nombre para
adoptar apodos corto y fáciles de escribir, de ahí la proliferación de nombres
como Cafú, Bebé, Pelé y Kaká.
Es fácil entender que un juego
emocionante, atlético, informal y que requiere un mínimo de infraestructura
fuera adoptado por las masas, lo que no queda tan claro es cómo ese juego
británico salvaje fue adoptado para canalizar el sentido del ritmo y la poética
de la cultura nacional lo cual se tradujo en el jogo bonito, el futbol artístico que sólo los más talentosos pueden
intentar. ¿Tuvo que ver la inmensa diversidad cultural, la historia de
represión y esclavitud, la pobreza o la aparente felicidad que hace de cada
partido un carnaval? El estilo brasileño se definió y consolidó en los
mundiales de 1958, 1962 y 1970. A partir de entonces la globalización ha hecho
menos evidentes las diferencias entre estilos nacionales. Sin embargo, el
brasileño sigue siendo un futbol de destreza individual que en sus peores
momentos es simplemente un personalismo patológico. Muchos hemos visto a Brasil
triunfar y fracasar, demostrar inmensa habilidad y gran incompetencia. Este es
un equipo obsesionado en encontrar al sucesor de Pelé o a una generación digna
de heredar el prestigio de aquella legendaria escuadra donde jugaban Garrincha,
Didí, Nilton Santos y Vavá. Muchos hemos perdido la paciencia con la ridícula
insistencia de que los brasileños bailan samba al jugar o que su espectáculo es
tan fascinante como una batucada. Veremos si Brasil logra reconquistar en sus
estadios y entre su gente el encanto perdido y de paso su sexta copa. De no lograrlo, un nuevo maracanazo daría
lugar a un peligroso laboratorio social de desencanto y furia.
Leones indomables y caóticos
La memorable participación de Camerún
en el Mundial de 1990 es considerada como uno de los momentos de mayor gloria
del futbol africano. Los Leones Indomables derrotaron al campeón del mundo,
Argentina, y a Rumanía, pero una vez calificados fueron derrotados por la Unión
Soviética (que venía de perder sus dos anteriores partidos). En dieciseisavos,
Camerún eliminó a Colombia y perdió en cuartos de final contra Inglaterra en un
juego apretadísimo. Aparte de su sorprendente participación el héroe del
mundial fue Roger Milla, quien anotó cuatro goles, impuso una nueva y
sensacional forma de celebrar los goles y cautivó al mundo con su carisma.
Milla es una figura extravagante y fabulosa que curiosamente tuvo una carrera
relativamente intrascendente, en 1977 se fue a Francia donde jugó hasta 1989 en
cinco equipos. Se había conformado con terminar su carrera jugando en el Saint
Pierroise en la isla de Reunión cuando a los 38 años fue rescatado del retiro
por el propio presidente camerunés, Paul Biya, quien ignorando todo protocolo
lo convocó a la selección.
Después de ese Mundial el presidente
Biya lo nombró director general de los Leones Indomables y en ese puesto
organizó una serie de partidos con pigmeos a los que hizo ir a la ciudad de
Yaundé con la intención de recaudar fondos para financiar programas de
alimentación y salud para esos pueblos. Paradójicamente decidieron encerrarlos
en el mismo estadio y alimentarlos lo menos posible ya que según un portavoz
del torneo: “Juegan mejor si no comen demasiado.”[3] El torneo
fue un desastre y apenas se vendieron 50 boletos, Milla quiso compensarlos y
organizó un concierto en beneficio de los pigmeos en el cual él mismo cantó. En
1994 Milla volvió a alinear a los 42 años y aunque su selección no tuvo una
participación afortunada, él anotó un gol contra Rusia, donde perdieron 6 a 1.
La federación camerunesa de futbol
Fecafoot (en serio se llama así) es prodigiosamente corrupta y el equipo tuvo
antes del Mundial de 2002 que amenazar con no viajar a Japón-Corea si no se les
pagaban sus primas. Doce años después la historia se repitió y el equipo tuvo
que amenazar con no ir a Brasil para negociar su pago. El carismático y
fabulosamente exitoso Samuel Eto’o lleva más de una docena de años siendo el
líder de esta selección, la cual puede pasar de la gloria al ridículo en un
instante: desde su conquista del oro olímpico en 2000 hasta su intento por
jugar con “unitardos” en 2004. No olvidemos que estos leones cuentan con Alex
Song y Stephane Mbia entre otras estrellas que militan en el futbol europeo.
Milla, el jugador con mayor edad que ha anotado en un Mundial, declaró alguna
vez: “Gracias al futbol un país pequeño puede volverse grandioso”.
Los hijos de la balcanización
Hubo una vez un país llamado
Yugoslavia cuya selección nacional reunía grandes jugadores serbios que
destacaban por su creatividad e imaginación, bosnios de enorme talento y
fabuloso dribleo, eslovenos con gran capacidad como defensas y croatas que se
consideraban comparables a los alemanes por su disciplina y fortaleza al
ataque. Desde el primer Mundial en 1930 los yugoslavos demostraron ser una
potencia futbolística quedando en cuarto lugar. En 1992 Yugoslavia se
desintegró dejando en su lugar cinco repúblicas, aunque Serbia y Montenegro
participaron en el Mundial de 1998 como Yugoslavia. Eslovenia y Croacia se
separaron relativamente rápido y sin grandes confrontaciones, en cambio tras
una espantosa guerra y el monstruoso sitio de Sarajevo, Bosnia Herzegovina
conquistó su independencia de Serbia. En estos conflictos los fanáticos del
futbol, organizados en clubes, participaron en numerosos crímenes de guerra.
Estos grupos pasaron de ser animadores deportivos a convertirse en milicias
asesinas.
Croacia tuvo una participación
distinguida en la Copa del Mundo de Francia 98 donde ocuparon el tercer lugar y
Davor Suker fue el máximo anotador del torneo. Desde entonces Croacia no ha
tenido una presencia considerable en el futbol internacional, sin embargo
cuentan ahora con tres figuras sensacionales: Lucas Modric, una de las
estrellas de Real Madrid, Iván Rakitic del Sevilla y Mario Mandzukic del Bayern
Munich. Es clarísimo que no será este un rival cómodo y aunque nuestros
expertos nos marean hablando de un futbol rígido y poco inspirado, los croatas
serán una aplanadora en la cancha.
Predicciones sin intentar predecir
Nada me interesa menos que tratar de
competir con los analistas profesionales, los especuladores amateurs y los
oportunos fanáticos conversos de cuatrienio. Este año más que nunca estamos
inundados de reflexiones, conjeturas y opiniones tanto en los viejos medios
como en cientos de blogs y miles de videos en YouTube. En los mundiales siempre
hay sorpresas y el realismo no siempre se refleja en los resultados pero casi
todo el tiempo se cumple algo que podríamos llamar el irrevocable destino
futbolero.
Hay tan sólo tres premisas a
considerar en este Mundial:
1) Brasil
ganará, arrasando de la mano de Neymar;
2) España
volverá a coronarse campeón, a pesar de estar debilitado, aprovechará la
inercia y triunfará apretadamente;
3) Algún
otro equipo “grande” (dígase Alemania o si cuentan con un milagro Argentina,
Uruguay o Italia) dará la sorpresa.
Cualquier
otro resultado es prácticamente impensable. El futbol es en gran medida
impredecible y azaroso pero contundente como la ley de gravedad. Aún en las
mejores condiciones es posible fallar un gol, caer lesionado, ser víctima de un
error arbitral. México ha tenido en todos los mundiales momentos de duda, mala
pata, errores infantiles, costosos parpadeos y pérdidas de confianza. Ojalá que
en esta ocasión no tengamos que maldecir a la suerte ni arrepentirnos por los
cambios no hechos, por las imposiciones de jugadores que están en mal momento o
por cerrar los ojos antes de tirar un penalti. ♦
[1]
Para una historia más detallada de algunos de los crímenes recientes del futbol
mexicano ver: http://www.nexos.com.mx/?p=21267
[2] Alex Bellos, Futebol. Soccer: The Brazilian Way, Bloomsbury, 2002, p. 33.
[3]
Simon Kuper, Football Against the Enemy,
Orion, Londres, 1984, p. 118.
Por Naief Yehya