Ronald de Boer ejecuta un tiro libre para el Ajax, 1998 |
Héctor
Orestes Aguilar ha tenido a su cargo dar forma final a los apuntes memoriosos
de Alberto Guerra, célebre director técnico de las Chivas del Guadalajara. En
este ensayo, recapitula Aguilar en torno a esta experiencia con Guerra: “Sus
estrategias son ejemplo de que, más allá de los resultados inmediatos que
se le demandan tanto a los directores técnicos de futbol como a los escritores,
es mucho más importante aportar viendo hacia el futuro”.
Estrategias de Guerra
Hasta junio del año
pasado nunca había escrito un libro como ghost
writer; o, mejor dicho, nunca había sido redactor y editor de una serie de
notas sueltas, misceláneas y desprovistas de una secuencia cronológica
concebidas por alguien distinto a mí. La editorial para la que trabajo en el D.
F. me encargó que escoltara y diera forma terminal a los apuntes de Alberto
Guerra para convertirlos en un libro de coaching.
Como era un reto interesante, no dudé en aceptarlo. El director técnico
jalisciense nacido en Juárez siempre me había parecido una figura futbolística
sobresaliente. La mera verdad, no recordaba a detalle su trayectoria, pero me
quedaba claro que había sido un entrenador importante en el siglo XX para
Chivas y que escribir un libro con él no tendría desperdicio.
Por
supuesto que no me equivoqué, aunque debo confesar que ha sido una de las
experiencias editoriales más arduas de mi historia como corrector y editor. Un
hecho crucial fue que Alberto desarrolló una disciplina de escritura ejemplar,
entregándome a lo largo de casi cinco meses entre dos y tres textos semanales,
lo que para alguien quien no ha tenido antes una rutina de redacción como
ejercicio habitual fue algo de suyo inesperado y sorprendente. Él pudo sostener
un ritmo de entregas constante hasta que reunimos el material suficiente para
un libro que, me parece, aporta amenidad y un puñado de ideas que resultan
singulares, al menos para mí.
La
más importante de ellas es que la misión fundamental del entrenador es alargar
lo más posible la vida profesional del jugador de futbol. Vale decir: más allá
de su misión como formador de talentos, como estratega de un sistema, como
motivador durante el juego, el técnico debe, para Guerra, procurar que sus
jugadores conserven el mayor tiempo posible sus facultades futbolísticas y su patrimonio
físico, ya sea moderando su desgaste o aplicándole tareas en el campo de
acuerdo al paso del tiempo, a la experiencia adquirida y las rotaciones
naturales en los planteles.
Admito
que nunca había pensado mucho en este aspecto del futbol: la longevidad de los
jugadores es uno de los hechos más felices de este deporte. Mientras un equipo
conserve durante más años a sus mejores piezas rindiendo de forma óptima, el
equipo ganará en cohesión e identidad. Pienso en la muy prolongada carrera de
Javier Zanetti, a quien tuve la fortuna de ver jugar en vivo en un partido
Sturm Graz vs. Inter de Milán, un juego en el que por cierto anotó un gol desde
fuera del área grande con un tiro sobre la marcha.
Zanetti
se retiró apenas esta temporada con más de cuarenta años, como capitán y
símbolo de toda una época del Inter, un periodo en el que el equipo lombardo se
latinoamericanizó de una manera desconocida para los equipos del norte de
Italia y llegó a ganar cinco títulos en la temporada 2009-2010, incluyendo la liga
de campeones europeos, por lo que fue declarado el mejor equipo del mundo en
esa temporada. Zanetti “duró” más de lo normal porque, además de ser un
profesional fuera de serie, seguramente contó con el apoyo de entrenadores que
procuraron su impecable condición física hasta el final.
Me
gustó escribir con Alberto Guerra. Aprendí mucho de futbol, pero aprendí más de
lo que debemos proponernos como intelectuales y formadores de conciencia y
opinión pública. Sus estrategias son ejemplo de que, más allá de los resultados inmediatos que se le demandan
tanto a los directores técnicos de futbol como a los escritores, es mucho más
importante aportar viendo hacia el futuro. Es más importante contribuir a la
preservación de facultades deportivas y atléticas y valores humanos que nos
permitan disfrutar mejor del futbol y de la vida.
Las lenguas del balompié
Al
vivir en Austria durante varias temporadas y en Hungría durante tres años, tuve
la suerte de ver las transmisiones de futbol por televisión en al menos cinco
países centroeuropeos en sus respectivas lenguas. Es muy curiosa la forma en
que se narra el futbol en la Bundesliga alemana, por ejemplo: una suma de
silencios. Hay un solo comentarista por partido y éste no despliega una crónica
del juego; vamos, ni siquiera se dedica a describir con algo de sal y pimienta
lo que ven los espectadores, sino que suelta, muy espaciadamente, comentarios
al juego. Que no dejan de ser curiosos y agudos: recuerdo la transmisión de un
partido Alemania vs. Holanda en el
que el comentarista describió durante un tiro libre los forcejeos entre la
barrera del equipo tulipán (donde para entonces ya jugaban muchos
afrodescendientes) y los jugadores de origen turco y eslavo de Alemania como un
“encuentro multi-culti”.
El
símbolo del laconismo germano en las transmisiones de futbol es, sin duda, el
gran Günter Netzer, quien desde hace unos quince años comenta los mejores
juegos de la primera división alemana y que, con su pétreo semblante de obispo
del siglo XVI, disuade cualquier asomo de humor o espontaneidad. Para la
televisión alemana sería impensable contar con un sucedáneo ya no digamos de
don Ángel Fernández, sino de los contemporáneos Christian Martinoli o Luis
García. Lo suyo no es el sentido de ligereza.
Pero
además de la solemnidad indestructible de sus transmisiones televisivas, el
futbol alemán también padece la falta de gracia que tienen otras lenguas para
describir y narrar el futbol. Tan sólo unas cuantas palabras de la jerga
futbolística italiana bastan para ganar la simpatía de quien ve y escucha el calcio por tv. Mi noción preferida: Calcio di punizione, el tiro de castigo
que para muchos equipos modernos se ha convertido en la jugada de táctica fija
indispensable para resolver juegos obtusos y anodinos.
Del
inglés futbolero, por otra parte, me gusta mucho que, al menos en Gran Bretaña,
se diga tackle para designar al
recargón de hombro, al empellón y al choque de cuerpos en la lucha por el
balón. Ignoro por qué, pero me remite a una época remota del juego, en la que
el futbol aún no se distanciaba tanto del rugby e implicaba un desafío físico
mucho mayor, cuando se permitía cargar a los porteros dentro del área y la
lucha cuerpo a cuerpo le demandaba más maña que fuerza a aquellos jugadores
quienes, como los mexicanos, nunca han contado con una constitución física
intimidatoria. Otra palabra inglesa que también me despierta mucha simpatía es
el Overhead Kick, la chilena, a
quienes las generaciones más recientes de angloparlantes también denominan Bicycle Kick, acaso por el “pedaleo”
acrobático que hizo famoso al remate típico de jugadores como Hugo Sánchez, uno
de los más eficaces al practicarlo.
La teoría del segundo palo
Dicen
que después de la ejecución de un tiro de esquina, un balón peinado dos veces
hacia el segundo palo siempre termina en gol. Que la malevolencia del doble
sentido convierta un dicho inocuo en un albur siempre me recuerda que la
escritura es como el futbol: un juego azaroso, imprevisible, necesitado de la
imaginación; juegos que, mientras se practiquen con mayor capacidad de
inventiva, más felices resultados procrearán. ♦
Por Héctor Orestes Aguilar