Esta vez llegué más temprano de lo que acostumbro llegar al teatro. Las
últimas veces me quedé afuera por no encontrar boletos o porque la compañía que
se presenta es perfectamente puntual. Pero esta vez no fue así. Para Leche
de gato de Lucila Castillo había boletos de sobra, tanto que esperaron casi
una hora después de la programada para comenzar.
Son las 20:20, el Ágora de la Ciudad parece lleno desde afuera. La gente
entra y sale con celulares en mano. Muchos de los presentes se conocen entre
sí, se saludan. En el lobby, se forma una especie de fila que va culebreándose
hasta llenar el lugar. Se encierra el calor. La función empezaba a las 19:30
horas y aún no entramos ni a la sala. Hay gente que desesperada por el tiempo,
sube al parque a comprar una papitas y un refresco, otros salen a fumar. Por
fin, se abren las puertas y podemos pasar.
Busco el mejor lugar, me gusta sentarme no muy cerca para ver todo, alguien
se me acerca y me pide que me mueva, que llene primero los lugares del frente.
Ya no dije nada y me moví, de cualquier manera la sala no se llenó.
En menos de dos minutos de entrar a la sala, aún cuando la gente no estaba
bien sentada o quizá no todos habían llegado a sus lugares, se dejaron caer las
“tres llamadas” de un jalón. Así, sin recomendaciones ni sugerencias.
Supusieron un público muy educado y comenzaron.
Comienza con un audio muy quedito, no se entiende. La imagen que proyecta
un cañón sobre la pantalla en el escenario no coincide con la narración. Un
intento más con el audio y por fin encaja. El audio es muy malo. Termina el
video y no saben cómo apagarlo, o quitarlo, o lo que sea que quisieran hacer lo
estaban intentando por primera vez en ese momento. Sólo se oía el murmullo de
una discusión entre las personas que operaban el video y que, por desgracia,
tenía frente a mí.
Va de lleno la obra, pero la voz de los actores no es suficiente. No se
escucha con tanta fuerza como para opacar el crujir de las papas que se estaba
comiendo un fulanito detrás de mí. De igual manera intento captar la idea de la
obra y sigo con la historia.
Trato de poner más atención para oír pero las voces de los actores siguen
siendo insuficientes, hasta que por fin se consigue el silencio del público.
Entonces irrumpe una nueva voz. Quien quiera que sea que cuidaba la puerta no
tenía el más mínimo respeto por la gente que estaba adentro. Yo no sé de qué
estaba platicando pero por un momento el público estaba mirándola más que a los
propios actores, fue de lo más incómodo, pero eso no fue lo peor.
Ya dije que fue en el Ágora, y como algunos saben, el auditorio del Ágora
tiene dos puertas laterales en medio de la sala, puertas que no dejaron de
abrirse y cerrarse en el transcurso de la obra. Gente que se ponía hablar
afuera de la sala sin cerrar la puerta. ¿Pues qué no han hecho funciones antes?
Mejor la hubieran hecho en el foro abierto que se ubica al frente. Estaríamos
preparados para la incomodidad del ruido y la distracción, pero en fin.
Nuevamente mi atención estaba al frente, en el escenario. Entonces se
escucha en las butacas de atrás: ¿Verdad que está bien aburrida? ¡Ni tú te
estás riendo! De mal gusto.
Definitivamente más de una vez pensé en que lo mejor era salirme, aunque la
verdad eso me hubiera convertido en una distracción más y de alguna manera hay
que ser congruentes. Decidí ser paciente y poner atención a la obra.
La gente ya estaba aburrida o tenían otras cosas que atender. Luces
alrededor de la sala, todos con la cara al teléfono celular.
Lo más impactante fue definitivamente el final, y es que verdaderamente fue
inesperado. Es más, ni siquiera permitió que llegara la trama. Una historia
medio teta que de pronto quiere ser profunda y otro tanto medio cómica, aunque
más cómica que profunda, por supuesto.
Y es que si a esto le sumamos que entre cambios de escena no entraban a
tiempo las luces, pues quien las dirigía parecía que lo estaba haciendo por
primera vez. No me imagino cómo habría estado el ensayo general.
Una historia que se cuenta en dos partes, una en diapositivas y otra con
actores, una historia que para mí no tiene ni final. Una propuesta que no dudo
que podría mejorarse, un guión que aún carece de posibles huecos que
encerrarían una historia más formal, una obra que no dé gracia por las
repetidas mentadas de madre a gritos sino porque el chiste es bueno, un
proyecto enriquecido por el posible talento que seguramente tienen lo que
llevaron a cabo la producción y que, sin embargo, viven de sus laureles pues
hay que resaltar que la obra ganó Mejor montaje dirigido por estudiantes en la
XXI edición del Festival Nacional e Internacional de Teatro Universitario de la
UNAM.
¿Entonces qué está pasando? ¿Este es el teatro que se está formando en las
universidades? ¿Este es el teatro que en general se está haciendo por parte de
los jóvenes en los ámbitos nacional e internacional? ¿Este es el teatro que
queremos? ¿Se debe premiar por los errores y justificarlos por su
inexperiencia?
No se trata de ser Paco Beverido, Abraham Oceransky o Jorge Castillo para
hablar de un buen teatro, pienso que se trata de hacer un teatro con seriedad y
respeto. No creo que se trate de abrir funciones para que tus cuates vean con
qué obra ganaste un premio. Yo creo que se trata de hacer teatro en serio. ♦
Por Víctor Benítez