Detroit..
desierto, tierra yerma,
flor
que alcanzó su esplendor
y
decae lentamente.
Adam es un romántico, su transformación en
vampiro quizá se remonta al siglo XV y arrastra su alma entre notas de una
música anónima, testigo de los avances de la revolución musical de cinco
siglos: acumula instrumentos, amplificadores, grabadoras de carrete abierto,
viejos tornamesas y discos. Compone música luctuosa dedicada a los zombis que
deambulan por el mundo ajenos y temerosos de su propia imaginación. Sus
alrededores son los barrios abandonados del Detroit del siglo XXI, muy cerca de
la casa donde creciera Jack White.
Eve es
más antigua, sobreviviente de la Edad Media, la Inquisición y la peste.
Conserva sin embargo una perspectiva optimista de la vida, dedicada a los
placeres del amor, la amistad, la naturaleza –que aún la maravilla–, la música
del mundo y el baile. Posee un instinto para saber la edad de los objetos y
vive en Tánger, en medio del mundo marroquí al lado del mismísimo Kit Marlowe,
vampiro-celebridad, autor de la obra Doctor Fausto, quizá de Hamlet y
quién sabe de cuantos sonetos y frases, piezas de un rompecabezas virtuoso de
colaboraciones, del que los personajes son consecuencia e inspiración.
Un
mundo de erudición, héroes terrenales, creadores y científicos, sangre
embotellada, poesía, la música del trío SQÜRL (agrupación donde rockea el mismo
Jarmusch), los acordes funerarios y arabescos de Jozef Van Wissem, la voz de
Yasmine Hamdan o Wanda Jackson, el blues recalcitrante de Charlie Feathers,
acompasados por acordes de Paganini y su Capricho núm. 5. Música
quirúrgicamente escogida y que nos transporta en viaje sangriento. Only
lovers let alive, viaje ácido del amor/odio de dos vampiros ancestrales
contra el mundo que los cobija, pero es el amor lo que finalmente los reúne y
los aferra a su contexto.
Escena:
Tom Hiddleston –Adam–, una mezcla de Niccola Paganini y Syd Barret, eternizado
en su belleza y necedad, en su constante fascinación por el suicidio y la
depresión, encarga a su zombi-secretario-proveedor-de-instrumentos –Anton
Yelchin– una bala confeccionada de calibre 38, con la punta de madera, pues,
como sugiere el mito, sólo la madera detiene el corazón de un no muerto. Adam
es un amante de la imaginación de los hombres, un virtuoso que ha regalado su
arte a los mortales de diversas épocas para encontrar el eco que espera y que –resulta
notable–, no ha experimentado jamás. Su pesimismo se reconforta con la luz de
Eve, la mujer de su eternidad, quien lo hace ver que en su amor ha encontrado
la respuesta.
Jarmusch
escribe, interpreta y juega con una versión de la inmortalidad sin demasiados
aspavientos del género, sin entrar en una espiral de terror o querer domesticar
la leyenda. Por el contrario hay algo en estos vampiros que roza la comedia,
sutil; en medio de sendos viajes en auto, por el desierto Detroit y unos
diálogos que, más bien, asoman intenciones no literales, chistes privados y,
parecen un complejo juego de ajedrez entre los que dialogan. Como en el
intercambio casi cínico entre el personaje de Jeffrey Wright (Doctor Watson),
un médico que suplementa con sangre vital sin contaminar del hospital local y
Adam, jugando con los nombres de las credenciales de ambos, así surge la
referencia al Doctor Caligari, Fausto y al colega de Sherlock Holmes.
Sin
estratagemas estructurales, casi sin violencia o con un planteamiento muy atenuado
de la naturaleza vampírica, la cinta transcurre como pasarían 10 años desde las
perspectivas de Adam y Eve, hasta que la armonía es fracturada como en un mal
sueño por la hermana de Eve: Ava –Mia Wasilowska–, un vampíro primitivo y con
un ansia sin remedio, sin control, el toque dionisiaco necesario para
catapultar a los amantes en un viaje sin retorno al confín de su existencia y
sus creencias.
Only
Lovers Left Alive fue filmada en aspect ratio de 1.85: 1 y con tecnología digital, gracias a la
cámara Arri Alexa Plus y el uso de óptica Cooke S4, lo que permite cierto
brillo atenuado en las luces altas de la película, fotografiada con planos
largos y de manera subjetiva pero casi como un fantasmagórico testigo por el
francés Yorick le Saux. En el arranque de la película inunda el cuadro un manto
estelar y, al sonido del scratch de un disco de 78 rpm, comienza a girar
y nos revela a los amantes en perfecta composición desde un plano cenital,
girando como discos en tornamesas y con un montaje reflexivo, pausado, sublime,
creado por el brasileño Affonso Gonçalves.
—DOCTOR
WATSON: A propósito, ese estetoscopio que llevas colgado es, para cualquier
propósito práctico, una antigüedad, de
los setenta, (ríe) o de los sesenta tal vez.
—DOCTOR
FAUSTO (ADAM): ¿Ah, sí? (mientras abandona el laboratorio)
¿Acaso
esto es el fin? Ya solo queda que el lector busque con ansia vampírica una
copia de la cinta, y la asimile a su sistema sanguíneo como una jeringa de
buena música y heroína. ♦
Por Oscar García