Juan Peiró
aborda la muestra Golem de Sebastián Fund. Y la esencia prolija del conjunto: “la técnica empleada, pero también
y sobre todo con la sensibilidad, con la poiesis, con ese hacer
atávica e indisolublemente ligado a la belleza.” Golem se exhibe en el claustro
del exconvento Betlemita, Veracruz.
Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba.
Hermes Trismegisto
El arte, secular y etimológicamente, siempre ha estado
ligado al “hacer”, desde el ars de origen sánscrito hasta la tekné
y la poiseis de los griegos... hacer, construir, crear... Así como el
modo de materializar esos procesos
ocuparon al artista y admiraron al público que reconocía la maestría, la
habilidad, la capacidad, la genialidad del hacedor, al mismo tiempo que su
imposibilidad de emulación.
Tuvo que llegar el pasado siglo XX para que en nuestra
cultura occidental, y más concretamente en determinadas posiciones estéticas,
cundiese la negación, la destrucción y la inacción ocupando un lugar
privilegiado entre las manifestaciones artísticas contemporáneas. Así, los
anuncios de la muerte del arte, del fin de la pintura, de la desmaterialización
de la obra de arte, se han venido sucediendo con periodicidad cada vez más
acelerada sin que por ello haya dejado nunca de existir la acción positiva de
la construcción y de la afirmación.
La realidad es siempre compleja y las contradicciones
y los contrarios terminan por fundirse en un nuevo orden. Tesis, antítesis y
síntesis. Como la estructura tradicional del relato, orden, desorden y vuelta
al orden, la afirmación y la negación son poderosos instrumentos para construir
una nueva realidad. El hacer y el deshacer son fases inevitables de un mismo
proceso que ya no es ni monótono, ni continuo, ni lineal ni sencillo. Todos
está relacionado con todo lo demás y es mediante la parte (el fragmento, el
vestigio, el resto) con la que podemos aludir e intuir la totalidad, del mismo
modo que a través de acciones inevitablemente limitadas en el tiempo podemos
inducir la eternidad.
Espacio y tiempo son los parámetros existenciales en
los que nos movemos. Artes del espacio y artes del tiempo. Esta radical
división ha regido durante siglos esa artificiosa creencia tan humana
–especialmente en su deriva racionalmente cerebral– de afirmar o negar
tajantemente. Positivo o negativo, blanco o negro, bueno o malo, verdadero o
falso, inocente o culpable. Sin embargo, un análisis desde la complejidad y la
experiencia nos lleva a la conclusión de que las cosas son y no son al mismo
tiempo, y que las manifestaciones artísticas espaciales como la pintura, el
dibujo o la gráfica, son también obras temporales. ¿Cómo se puede estampar un
grabado sin la actualización presente y material del tiempo vivido e incluso
soñado? ¿Cómo puede el espectador disfrutar de estos trabajos sin revivir sus
recuerdos, sin confrontar aquí y ahora, delante de esta serie de Huellas
lejanas y de Indigentes, el presente de la contemplación con el
pasado de la memoria?
La obra gráfica constituye en su misma radical (de
raíz) esencia una manifestación plástica de profunda temporalidad. Lo que vemos
y tenemos ante nuestros ojos es la huella estampada de algo que estuvo allí
pero ha desaparecido dejando, eso sí, su rastro, su impresión sobre el papel,
el vestigio físico de un tiempo pasado. Es la prueba fehaciente de que el
tiempo es también espacio y ese espacio plástico de la obra bidimensional
encierra una dimensión temporal, es vivencia pasada, es experiencia, es obra.
Construcción/destrucción, espacio/tiempo. De un modo
muy sucinto, burdamente esquemático, he tratado de introducir estas dos
dialécticas que sin duda animan y tensionan dinámicamente la producción gráfica
de Sebastián Fund. De ahí la aparentemente críptica cita inicial de esa figura
esotérica que alude a las profundas conexiones existentes entre la totalidad y
su partes, y lo hace con una comparación absolutamente espacial, arriba y
abajo, que podemos y debemos ampliar y expandir. Esa misma oposición
ascensional de la verticalidad extrema, sin límites precisos en ninguna de sus
partes, la he tratado de reflejar con el título del texto. Lo que pisamos y lo
que nunca hollaremos, la tierra y el cielo, lo que dejamos detrás a nuestro
paso y lo que vislumbramos lejano y futuro.
Precisamente porque la gráfica es tiempo hecho
espacio, es memoria hecha huella, resulta especialmente pertinente y
poderosamente sugerente esta serie de Huellas lejanas, zapatos,
playeras, sandalias, chanclas etc. Estas extensiones de nuestros pies, esas
extremidades inferiores que nos facilitan el caminar –“vivir es caminar breve
jornada” (Quevedo)– y ser en el espacio, son una certera metáfora de la vida,
que es movimiento y cambio. Unos y otras han sido desmenuzados y destripadas,
desprovistos concienzudamente de la suela, de la planta, del único elemento del
zapato que siempre está en contacto con el suelo, a pie de tierra. De este
modo, Fund mata al menos dos pájaros de un tiro: por una parte, evita el tópico
representacional de la huella del pie o del zapato. Como bien señala Oscar
Wilde: “lo único que no vale la pena ver es lo evidente”, y sin duda las
artes visuales deben huir de la obviedad. Paul Klee afirmó que el arte hace
visible, sacando a la luz aspectos que permanecían ocultos y verdades que
estaban escondidas. Fund, su obra, tiene el gran acierto de mostrarnos la carga
poética que encierra huir de lo obvio, actualizando a su manera lo que
tradicional y convencionalmente ha sido. Pero no termina acá este interesante
proceso. Las rudas botas y las delicadas bailarinas que disecciona con la
precisión quirúrgica del médico forense, evidencian en todas y cada una de sus
partes el paso y el peso del tiempo vivido y andado. Dejan bien presente que
fueron larga e intensamente usados. Arrugas, arañazos, roturas… plasman no sólo
su desgaste físico, sino también el discurrir de un tiempo que ciframos en
semanas y meses, en años incluso.
Espacio y tiempo que no olvidemos son las coordenadas que constituyen la
encrucijada permanente de la vida.
Pero aún hay un tercer elemento a subrayar en las
piezas que componen el conjunto de esta exposición denominada Golem,
articulada en dos series claramente diferenciadas. Tiene que ver con la técnica empleada, pero también y sobre
todo con la sensibilidad, con la poiesis, con ese hacer atávica e
indisolublemente ligado a la belleza. Y es que estas colografías registran los modelos originales con la
fidelidad extrema del sismógrafo y plasman en dos dimensiones la profundidad
compleja del objeto sentido y la vitalidad emocionante y fantasmal de lo que
sin duda fue y se resiste a dejar de ser. Siendo papel y tinta, no puedo dejar
de ver luces y sombras tan reales como los producidos por los focos de la sala.
Es tan poderosa su presencia que los blancos del papel se transforman en
destellos visibles de fantasmas
inasibles, y los negros se deslizan con la fugacidad poderosa de la
sombra.
En estas semanas que ha mediado entre el escribir
sobre estos trabajos y su visión y revisión periódica y metódica, no he dejado
de andar y desandar posibles caminos discursivos que aportasen algún sentido al
improbable lector de estas líneas. Finalmente me queda claro que el proceso de
desarticulación, de desmontaje, de destrucción controlada y de registro
fantásmático resultante de esta fecunda y laboriosa operación de taller,
impregna y anima tanto la serie de objetos de calzado, como la otra de
personajes claramente ficcionales. Mientras en los primeros se parte de la
materia definidamente objetual hasta desmaterializarla en imágenes de otro
orden, en los segundos, la materia amorfa se recompone hasta conformar unas
obras sin referencias previas en la realidad.
La extensa serie Huellas lejanas convive sin
solución de continuidad con estos otros personajes de ficción que alejados de
la carga mitológica del Ave Fénix, parecen no obstante resurgir de cenizas a
buen seguro ajenas. Es como si el polvo invisible de las suelas inexistentes,
se refundiese convocado por la sensibilidad hacendosa de Sebastián Fund y
sirviese de argamasa conceptual y emocional para coser sin hilos ni costuras
esos retazos de materia hechos persona(je).
Reconstruir a partir de los destruido, del resto, del
deshecho, de los jirones de tela, de los vestigios del pasado. Como el
Golem, criatura semihumana animada a
partir del barro, engendro a medio camino entre el autómata y el fantasma capaz
a de servir y destruir al ser humano. Indigentes de detritus geológicos,
montañas humanoides de acumulaciones superpuestas en eras cotidianas y
domésticas. Sombreros que coronan cabezas como cimas, como el humo de los
volcanes o las nubes atraídas por el calor grave de la tierra caliente y
magnética. Vagabundos que giran sobre el horizonte cósmico del ecuador
terrestre hecho rueda cíclica y libro de todos los libros (de los muertos y de
la vida, de la historia y del futuro, de las entrañas telúricas y de lo sueños
estelares).
Dicen que el movimiento se demuestra andando, pero
Sebastián Fund nos muestra en sus grabados que todo gira sin moverse, que el
tiempo pasa –como la vida– fijado para siempre en ese espacio impreso con polvo
de estrellas.
Peyrou: Docente, crítico y comisario. Tiene un
doctorado en Bellas Artes, ha sido Jefe de Redacción de la revista Cimal.
Arte Internacional y comisario de exposiciones nacionales e
internacionales.
♦Por Juan Bautista Peiró