Esta manta sí se ve. Marcha: Prensa, no disparen. Xalapa |
Sí, Veracruz es reconocido como un foco rojo en el mapa nacional e
internacional del ejercicio periodístico desde hace algunos años. Sin embargo,
parece lejano el día que esto cambie. ¿Cuáles son las razones visibles e
inadvertidas de esta situación? Luis Enrique Rodríguez Villalvazo expone, una
vez más, que “antes de salir a las calles a demandar explicaciones hace falta
un ejercicio severo de autocrítica de parte de los dueños de los medios y los profesionales
de la información, hay una terrible resistencia a ello en contraste con la
persistente vigilancia de los otros ámbitos públicos”.
La nuestra es una época de… prensa
amarillista “de investigación” a la pesca tanto de conspiraciones con las que
poblar de fantasmas un espacio público ominosamente vacío como de nuevas causas
capaces de generar un “pánico moral” lo
suficientemente feroz como para dejar escapar un buen chorro de miedo y odio
acumulados.
Zygmunt
Bauman
Hace ya casi dos años, con esta misma cita –hoy un poco
más corta– del sociólogo polaco encabezaba una breve reflexión en torno al
homicidio de cuatro reporteros en Veracruz y la reacción de sus compañeros y de
una parte de la sociedad demandando garantías para el libre ejercicio de su
labor periodística.
En
aquella oportunidad enumeraba una serie de factores que contribuían a la
vulnerabilidad del reportero en el desarrollo de su labor informativa: carencia
de protocolos de seguridad para salvaguardar la integridad de los trabajadores
de los medios; vicios atávicos en la relación prensa-actores políticos (como
son la propensión al cochupo y la dádiva); desinterés en dignificar el trabajo
periodístico donde los sueldos y la capacitación son bajos; carencia de un
espíritu de cuerpo entre los periodistas –sólo se unen bajo ciertas
circunstancias y no todos participan, temerosos de perder privilegios; y la
falta de un criterio común en la cobertura de temas relacionados con la
delincuencia organizada eran algunos de ellos.
A
dos años de aquel ejercicio, las condiciones no han cambiado un ápice. Antes de
salir a las calles a demandar explicaciones hace falta un ejercicio severo de
autocrítica de parte de los dueños de los medios y los profesionales de
la información, hay una terrible resistencia a ello en contraste con la
persistente vigilancia de los otros ámbitos públicos, vigilancia en muchas
ocasiones motivada por intereses ajenos a lo informativo.
Se
mantienen las prácticas sensacionalistas y el amarillismo predomina por encima
del análisis y el periodismo de investigación, lo que da pauta a excesos,
imprecisiones, especulaciones y bulos de diversa índole. Transcurridos catorce
años del siglo XXI, las preferencias sexuales de los actores públicos siguen
siendo el pábulo que alimenta comentarios orientados a zaherir al blanco
determinado y nadie ha reparado en ello, por el contrario, se festeja.
Cada
que se agrede a un periodista se da por sentado que es consecuencia del
ejercicio de su profesión y no siempre sucede así; nadie cuestiona el uso de un
medio de comunicación como mecanismo de chantaje. La objetividad y carácter
crítico de una publicación están directamente relacionados con los convenios
publicitarios que se establezcan o no, verdad del quevediano personaje.
Los
medios han devenido en ministerio público y jueces, sin posibilidad de rebatir
la sentencia emitida desde columnas y editoriales que se recargan en la manida
libertad de expresión. Al respecto, Marco Levario señala que el “poder
(fáctico) de los medios acota al poder de las instituciones, en deterioro de la
credibilidad del sistema judicial, y más allá de tener en cuenta las enormes
insuficiencias que éste tiene”. Es cierto, las instituciones se han encargado
de que todo lo que provenga de ellas –sobre todo en materia de información– sea
visto con recelo y desconfianza.
Está
perfecto que se demanden investigaciones claras y que se precisen las causas de
las agresiones contra periodistas, pero hace falta que esa demanda se traslade
a los propietarios de los medios que no asumen ninguna responsabilidad para con
sus trabajadores. Se ha vuelto ya una constante ver en las boletas electorales
los nombres de comunicadores (sean columnistas o simples lectores de noticias)
que deciden pasar de las páginas o pantallas de la televisión a la palestra
electoral. Eso va en detrimento de la credibilidad del medio y hasta ahora
nadie ha protestado por eso.
Cito
de nuevo a Levario: “El profesional de la información es un intermediario entre
la sociedad y los hechos que le comunica. La manera en cómo lo hace es lo que
determina la calidad de la información”. En la medida en que no se entienda
esto, que no se inculque desde las aulas universitarias o en las salas de
redacción, mientras siga prevaleciendo la visión de que un periódico, un portal
de noticias, una revista, un programa de radio o televisión, es una forma más
de enriquecerse al amparo de los recursos públicos, las agresiones contra los
periodistas, la coacción en el ejercicio de sus funciones, prevalecerá.♦
Por Luis Enrique Rodríguez Villalvazo