Iliana Pámanes |
A propósito de la subasta
del Instituto de Artes Plásticas de la UV en diciembre de 2013, Omar Gasca se
pregunta: “¿cómo convencer a un público potencial para que se vuelva efectivo a
la hora de proponerle la adquisición de buenas obras a bajo y relativamente
bajo precio?”. En torno a esta cuestión va el presente escrito.
En la Unidad de Servicios Bibliotecarios y de
Información (USBI) de la Universidad Veracruzana, el martes 17 de diciembre del año pasado se llevó a cabo la primera subasta de arte organizada
por Gabriela Ramírez para el Instituto de Artes Plásticas de la misma
institución. Pintura, escultura, cerámica, cartel, fotografía, textil y
estampa, un total de ochenta obras de treinta artistas se ofrecieron al mejor
postor a efecto de obtener recursos para destinarlos al fortalecimiento de
infraestructura y equipamiento del IAP. Catálogo digital con enlace en la red,
jazz, vino, bocadillos y una organización impecable y puntual (rara avis) acompañaron el
acontecimiento, más un público constituido fundamentalmente por los propios
artistas y sus acompañantes.
En el
momento, antes y después, la pregunta es la misma que dio título al tratado
político de Lenin de 1901-1902: ¿Qué
hacer? Dicho de otro modo: ¿cómo
convencer a un público potencial para que se vuelva efectivo a la hora de
proponerle la adquisición de buenas obras a bajo y relativamente bajo
precio? La lista sería larga pero, ¿un
Byron, un Rodríguez, un Yahagi, un Domínguez, un Torralba…? ¿Un cartel de Morelos o de Cózar? ¿La imagen de Roxana Cámara?
En el
mismísimo en medio del asunto, además del “¿qué hacer?”, evocamos la frase del
músico y actor Goran Bregovic que, en el
papel de Damian de I giorni
dell'abbandono o Los días de
abandono, la película de Roberto Faenza basada en la novela de Helena
Ferrante, dice: “tienes que recuperar la vista”. El contexto varía pero de fondo
la idea es: ve, fíjate; percibe tú y con tus ojos, lo que encaminados nos trae
la noción perceptual de que “cuando vemos una cosa vemos sobre todo nuestra
relación con esa cosa” o, lo que es lo mismo, “no vemos las cosas como son, las
vemos como somos”. ¿Qué vemos cuando vemos? ¿Qué vemos cuando vemos esas obras?
¿Qué nos dicen a nuestra emoción, cultura, imaginación, experiencia o
referencias, ideas y vivencias? ¿Cómo asociamos qué con qué? Por supuesto, quien subasta, el martillero,
no puede, porque no es su función, hablar de sus preferencias individuales o de
las notorias y sobre todo notables cualidades de una obra, porque no todas las
tienen y porque, a diferencia de lo que ocurre en Sotheby’s o Christie’s o López Morton, hablamos aquí de una sede
académica cuyos fines no son el lucro a toda costa y donde por principio es
necesario respetar, digamos, lo que los abogados llamarían “fama pública”, que
no equivale necesariamente a lo que con facilidad se entendería por tal cosa ni
a tener muchos fans, gran rating o altas ventas, sino al testimonio de
calidad que representa el trabajo de individuos ampliamente conocidos por una
comunidad, esto es, personas muy arraigadas en ella, de prestigio, al margen de
filtros o embudos que pudieran matizar todo ello. ¿Qué hacer? ¿Cómo recuperar
la vista? Nos preguntamos: ¿qué colgamos en las paredes de nuestras casas? Es
muy vieja (¿1914?) la Theorie der
gesellschaftlichen Wirtschaft o Teoría
de la economía social de Friedrich von Wieser, en la que se nos
habla del “costo de oportunidad”, cuyo sentido es más amplio pero refiere sin
duda al costo de la no realización de la
inversión, lo que en otros términos (y para los que pueden) pensaríamos como
desaprovechamiento y, más duramente, como un derroche impropio que se
corresponde con el más grande despilfarro: ¿cómo no comprar?
Así y todo se vende, porque nos encontramos con
artistas que no se coleccionan sólo a sí mismos gracias a que acumulan sin
quererlo y sin venderla su propia obra, o porque descalifican todo aquello que
no sea de su autoría, o en virtud de que no saben ver aunque parezca que a eso
se dedican. Unos se compran a otros, muchos con el ojo entrenado, entre salpicaduras
pocas pero vigorosas y eficaces de pujas de invitados laicos o civiles, por
llamarles de algún modo a los invitados no etiquetados como creadores. Puede
parecer poco desde los ángulos de la utopía, la ingenuidad, la candidez o la
ensoñación, pero para nuestra geografía y en martes y en vacaciones vender 27 piezas de 80, es decir, 34% del todo, está
bien, y más si la expectativa económica se supera por el 92%.
Tenemos rato diciéndolo: ¿por qué no formamos
públicos? ¿Por qué en las facultades de artes del país y en la nuestra de la UV
no hay una experiencia educativa, virtualmente complementaria de Mercadotecnia,
que se oriente a sensibilizar al entorno a propósito de la adquisición, de la
colección, de la apropiación intelectual pero emocional pero material de obra?
¿Por qué no hay un programa del Ivec al respecto? ¿En Xalapa? Pero, también, ¿por qué no
pensamos en instrumentar juicios de gusto y de valor consecuentes con la oferta
artística que tenemos, la cultura que como ciudad decimos tener y el costo de
oportunidad que representa respondernos “recuperar la vista” ante la pregunta
de “qué hacer”? ♦
Por Omar Gasca