Irvine Welsh |
Para muchos el gran atractivo del
Hay Festival era la presencia de Irvine Welsh… Eso afirma Josué Castillo en
esta crónica, aunque confiesa su preferencia por los actos marginales
anunciados en el programa. Pero Welsh sigue siendo el mítico autor inglés, afirma
Castillo: “el Teatro del Estado se encontró cercado por veinteañeros con
playeras multicolor escuchando a Iggy Pop junto a treintañeros nostálgicos con
su copia de Trainspotting bajo el brazo”.
Hay declaraciones fuertes, fortísimas, para las que necesitas un
tiempo para asegurarte que no has errado en tu interpretación; hay otras, más
usuales, en las que no encuentras en qué universo podrían tener sentido. En la
segunda categoría entran las de Ernesto Cardenal durante su rueda de prensa
cuando afirma que “la revolución es amor, la verdadera revolución. Hay quien
piensa que revolución son los fusiles, pero es cambio [..]La revolución
mexicana fue una revolución poética”. Quisiera preguntar, aunque no me mata la
duda, si es broma o ironía, pero no, no se puede desde este escritorio en donde
tengo que editar otra clase de textos, ajenos al asunto. Me toca seguir
parte del Hay por twitter, desde las cuentas de los corresponsales de La
Jornada, Canal 22 o Letroactivos, aquellos para los que Xalapa no es
cotidiana y la visita les resulta una aventura: sus crónicas en tiempo real son
a la vez didácticas y útiles. “¿A poco con ese humor reportean en la capital?,
¿a poco no creen que sus vidas son miserables?”, piensa el provinciano amateur.
Leerles desde el encierro oficinesco es útil: sé que vienen con la consigna de
cubrir lo importante: los Nobel, a Bernstein y a Cardenal; de aquellos eventos
habrá video, audio, comentarios y boletín, ¿quién necesita más para hacer sus
notas? Leer a los que son ajenos al ritmo de la ciudad es refrescante y
nostálgico: ¿recuerdas cuando estar en Xalapa era una aventura y no
insoportable cotidianidad? ¿Cuando todo era fun, fun, fun? Para los que
somos de casa nos toca vivir el festival de otra manera: sin el tiempo de ir y
venir a gusto, cuando en ningún medio local el Hay es prioridad —seamos
conscientes: hay contingencia ambiental— tienes que escoger bien qué cubrir. Me
interesan más esos actos marginales en salas pequeñas en donde las bocinas son innecesarias
para escuchar al ponente, como las dos conferencias en las que participó Eliot
Weinberger: agudo ensayista y traductor que desde su primera presentación nos
dejo claro que nunca inventa nada; o la plática entre Daniel Saldaña París y
Marta Sanz con Felipe Rosete en donde vimos, los cuatro gatos que entramos a la
sala de cine de El Ágora de la Ciudad, a dos narradores y poetas presentar
estilos dispares: comprometido políticamente, uno; laxo y repleto de delirio,
el otro. Además al Hay de este año le falta brillo, incluso inició con el pie
izquierdo.
***
Lo mío, lo mío, no es levantarme temprano en
jueves; mi horario de trabajo cada miércoles se define, entre otras cosas, por
el azar: algunas ocasiones antes de la media noche ya estoy ordenando bebida en
el callejón de Aparicio, otras, como hoy, a las seis de la mañana apenas voy
apagando la mac para irme a ensabanar. Por ello, por mi falta de descanso, mi
irritación: ¿cancelar la ceremonia sin avisar? Para echarle más leña al fogón
no hay pronunciamiento, un boletín o alguien de Comunicación Social del
Gobierno del estado ni del festival que dé razones. El Hay empezaba mal, pero
la inauguración es un acto meramente protocolario –cuya importancia se maximiza
por mi mal humor– y quedan a lo largo del día una serie de actos interesantes
como la inauguración de la exposición De la tierra al cielo. 50 años de
Rayuela en la Pinacoteca Diego, la conferencia Historias de cine o
la presentación de la edición facsimilar de Nocturno Rosa de Xavier
Villaurrutia en el Teatro del Estado. Eventos a los que, por cierto, no asistí
por trabajo, y después del chasco de la inauguración regresé a la oficina: con
el trabajo que te da de comer no se puede quedar (tan) mal.
Ocho de la noche. Como pude me colé al Museo
de Antropología de Xalapa. La poca presencia de prensa da a entender que no nos
esperaban. Llegué con desgana; no debemos esperar mucho del cóctel de
inauguración de un festival cultural en donde el gobierno aporta el billete: no
son actos para celebrar la creación, la belleza o la abstracción de su
preferencia relacionada con las artes; ni siquiera un punto de encuentro para
creadores de distintas disciplinas; aquí no hay lectores, quienes creí por un
momento, y de manera ingenua, que son los que hacen posible esos actos con su
demanda de bienes culturales, no, el lector está ausente en los discursos que
se recitaron de memoria, en cambio una idea queda clara: todo se lo debemos a
la magnanimidad del gobernador: él hace, mueve, ordena, consigue; él proveerá.
El jefe me mandó con la consigna de entrevistar a Walcott o a Williams, a Welsh
o a Bernstein pero no, ningún rostro exótico en el área. Tampoco alguien
conocido para echar el trago. En un cóctel como este por lo general te
encuentras, con algunas variaciones, a seis tipos de persona: 1)los que
van a huevo por su jerarquía en la universidad, municipio, gobierno o porque el
contrato con su editorial establece que su trasero les pertenece y debe estar
allí porque así lo manda su amo/editor; 2) los que saben que para
triunfar en la vida hace falta algo más, mucho más que talento y necesitan
trabajar su presencia, hacer self branding, PR o (inserte aquí el
sinónimo que más se le antoje de trepador social); 3)
funcionarios, chingos de funcionarios que gustan de presumir de su vasta y
altísima cultura, por lo que no desperdician la oportunidad de tirar foto
acompañados de un Nobel por aquí, un Pulitzer por allá, un Príncipe de Asturias
acullá; 4) los cínicos que ya saben de qué va esto y ni se inmutan: han
estado dentro de la mierda tanto tiempo que les va y les viene, generalmente
sólo van a ver qué hay de comer o coger; y 5) las mariposas sociales,
esas que son el alma de la fiesta y probablemente no tienen idea qué se festeja
pero llegaron para bailar un rato antes de ir al siguiente convite; 6)
por último, están los confundidos, los apestados, los que llegan tarde a las
fiestas ávidos de tiernas compañías y encuentran parejas impenetrables y
hermosas muchachas solas que dan miedo. Y pues no, no está chido: apliqué la
huida con rumbo al concierto de Luis Eduardo Aute. Recomiendo ampliamente su
cortometraje El niño y el basilisco para esas noches de insomnio: es
infalible.
***
El
evento principal este año fue la presentacion de Irvine Welsh. A diferencia de
otras ocasiones la fila para entrar no estaba repleta de profesores,
estudiantes y la banda ñoña xalapeña: el Teatro del Estado se encontró cercado
por veinteañeros con playeras multicolor escuchando a Iggy Pop junto a
treintañeros nostálgicos con su copia de Trainspotting bajo el brazo: la
Sala Emilio Carballido se convirtió por un día en la Meca de los yonquis de la
ciudad. Welsh aparece en el escenario con Peter Florence, quien junto a su
padre fundó el Hay Festival en Hay-on-Wye, vistiendo una camisa color guinda
con estampado floral, look inesperado para el punk escocés badass que el
público esperaba. En su lugar, nos encontramos con el clásico drandpa
buenaondita que, dice, ya dejó el alcohol y las drogas pues con el paso del
tiempo ya no aguanta el jale; obviamente no te creemos, Irvine, ya te leímos en
The Guardian presumiendo tu capacidad para el trago. Durante su plática
nos puso al corriente de su vida después de Trainspotting (la única
referencia de su obra para algunos en la sala): ahora es productor de cine,
fundó Jawbone Films y cedió a la fiebre contemporánea de ser DJ, promotor y
productor. Habló del “craft” del escritor y de cómo echó mano de algunas
técnicas para desarrollar Trainspotting: para la formación de cada uno
de sus personajes creó playlists que escuchaba mientras escribía sobre o
a través de ellos, lo que le ayudó a escribir con el tono y registro correcto;
otro recurso fue el diario que escribió durante sus días de heroinómano, que
con el tiempo sería el germen de la novela: al fin y al cabo, como respondió a
alguien del público, siempre hay algo del escritor en sus personajes. Fue amena
la charla de Welsh, quien en todo momento se comportó como el rockstar que es,
sin embargo muchos recordaremos esa noche por las preguntas que, en su mayoría,
iniciaron con “jai, mai neim is X, güelcom tu jalapa”. De pronto parecía
que me equivoqué, no eran yonquis quienes habían tomado la sala del Teatro del
Estado sino estudiantes de Kiosk, Bristol o The Institute ávidos de practicar
su inglés.
***
Se
acabó el Hay Festival y lo vamos a extrañar, pero no por sus eventos o
invitados: lo que aporta a nosotros, los que padecemos esta minúscula ciudad
con aspiraciones de metrópoli, es un pretexto para reunirnos, charlar,
discurrir y reír juntos antes de regresar al encierro de la vida laboral,
universitaria o creativa.
Adiós.♦
Por Josué Castillo: Filósofo y editor. Gusta de leer a filósofos del siglo pasado: Foucault, Deleuze y es un chovinista cordobés.