Forjar reflexiones


Publicado porJosé Homero el 8:18 p.m.

Grabado de Alfredo Zalce
Alfredo Zalce expone en la Casa Principal del puerto de Veracruz Forma y Forja, Gráfica Posrevolucionaria. Omar Gasca retoma el motivo histórico que dio origen a una de las piezas de uno de los miembros más ilustres del Taller de la Gráfica Popular para reflexionar sobre la función de los artistas en la sociedad. “Porque –escribe Gasca– más allá, antes o después de cualquier consideración estética, incluso contando las tornadizas interpretaciones que puede proveer el tiempo y el desprecio –maquillado sí, pero hay que decirlo– con que solemos ver lo propio, la obra de estos creadores tenía cosas que decir y a quien decirle cosas.”
Desconocer el pasado es una acción tan engañosa e indolente como aferrarse a él, devoción irremediablemente venida a vicio que por cierto es propia de los países con presentes pobres y pasados ricos, es decir gloriosos porque conocieron alguna vez cierta forma de esplendor o, por lo menos, eso cantan y cuentan sus bendecidas historias. A veces, parecería que no tenemos pasado y, otras, que no hay presente ni futuro. Aquí y allá un artista y otro hacen las mismísimas cosas que se hacían hace diez, veinte, cincuenta o cien años (El arte de los ruidos de Luigi  Russolo es de 1913, aunque se publicó en 1916), con variables insignificantes si acaso y escasamente cercanos a la condición de plagiarios, pues similitudes, analogías e igualdades son imputables a la ignorancia más que a la estafa. Ni historia del arte ni historia a secas.
Por eso la copia, sin más, o la supuesta y esforzadamente buscada originalidad a menudo sustentada en la impotencia investida de lo más banal, imitando –sabiéndolo o sin saber– lo que tal vez en algún tiempo tuvo sentido. Tal vez. ¿Pena?  ¿Risa? Y lo otro, que nos recuerda el título del libro de Michel Ragon: el arte, ¿para qué? (L’art: pour quoi faire?, Casterman, 1971). ¿Para decir, interpretar, revelar, traducir, sublimar, cuestionar, negar, proponer la realidad?
El 10 de abril de 1941 el gobierno mexicano incautó nueve buques italianos y tres alemanes que se encontraban en los puertos de Tampico y Veracruz, entre los primeros, el Lucifero, que fue rebautizado como Potrero del Llano y que junto con otros fue puesto a disposición de Petróleos Méxicanos para transportar combustible a los aliados, léase, los norteamericanos. De este barco que zarpó el 13 de mayo de 1942 de Tampico con destino a los Estados Unidos da cuenta Paco Ignacio Taibo II en Retornamos como sombras (Joaquín Mortiz, edición 2012): “En las primeras horas de la noche el Potrero del Llano cruzaba las aguas de la costa de Florida en rumbo a Miami con cuarenta y seis mil barriles de petróleo. El capitán Gabriel Cruz estaba inquieto porque en las últimas semanas los submarinos alemanes habían estado danzando por el Caribe, entrando y saliendo de puertos de colonias inglesas hundiendo mercantes, pero aun así decidió navegar de noche con las luces encendidas para que se viera clarita la bandera mexicana que traía pintada a babor y a estribor. Casi a las doce de la noche, faltarían cinco minutos, el teniente Richard Suhren, al mando del submarino alemán U-564, identificó en el periscopio la bandera mexicana del barco que había detectado en la distancia diez minutos antes y, siguiendo las instrucciones que había recibido diecisiete horas antes de Puerto de Perlas, dio la orden de fuego”. Como se sabe, este hecho condujo al gobierno mexicano, presidido por Manuel Ávila Camacho, a abandonar su neutralidad y a declarar la guerra a las potencias del Eje, esto es, Alemania, Italia y Japón.
Precisamente de esto trata la imagen de Alfredo Zalce con que se promueve la exposición Forma y Forja, Gráfica Posrevolucionaria, que continúa en Casa Principal, del Ivec, en Veracruz, y que para artistas y público constituye una invitación a conocer o reconocer la obra de varios autores del Taller de la Gráfica Popular y, sobre todo, a reflexionar sobre la función de los artistas en la sociedad. Porque más allá, antes o después de cualquier consideración estética, incluso contando las tornadizas interpretaciones que puede proveer el tiempo y el desprecio –maquillado sí, pero hay que decirlo– con que solemos ver lo propio, la obra de estos creadores tenía cosas que decir y a quien decirle cosas, sencillas, habituales, cotidianas, aunque las más de las veces relacionadas con sentimientos, hechos y posturas en torno a los cuales había que asumir actitudes críticas, de denuncia, combativas, valientes y no raramente ingeniosas. Eran otros tiempos, claro, con otros conceptos, lenguajes y medios, pero cabe sugerir que examinar esos productos puede contribuir a retomar ideas vinculadas con la vocación y con esa pregunta que son tres: el arte, ¿qué es?  El arte, ¿para qué es?  El arte, ¿para quién es?  Pensar, por ejemplo, en aquello que decía Duchamp: “el objeto del arte no es el objeto del arte, es sólo el centro de la discusión”.

La exposición representa una oportunidad para diversos repasos históricos, artísticos y culturales, todavía más para quienes piensan que el mundo nace con ellos y que cualquier cosa que ellos hagan es por ese mero hecho un objeto de arte, ayudados sí, un poco del esnobismo imbatido, del cinismo, la ignorancia o el desinterés.   





Por Omar Gasca

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