Grabado de Alfredo Zalce |
Alfredo Zalce expone
en la Casa Principal del puerto de Veracruz Forma
y Forja, Gráfica Posrevolucionaria. Omar Gasca retoma el motivo histórico
que dio origen a una de las piezas de uno de los miembros más ilustres del
Taller de la Gráfica Popular para reflexionar sobre la función de los artistas
en la sociedad. “Porque –escribe Gasca– más allá, antes o después de cualquier
consideración estética, incluso contando las tornadizas interpretaciones que
puede proveer el tiempo y el desprecio –maquillado sí, pero hay que decirlo–
con que solemos ver lo propio, la obra de estos creadores tenía cosas que decir
y a quien decirle cosas.”
Desconocer el pasado es una acción tan
engañosa e indolente como aferrarse a él, devoción irremediablemente venida a
vicio que por cierto es propia de los países con presentes pobres y pasados
ricos, es decir gloriosos porque conocieron alguna vez cierta forma de
esplendor o, por lo menos, eso cantan y cuentan sus bendecidas historias. A
veces, parecería que no tenemos pasado y, otras, que no hay presente ni futuro.
Aquí y allá un artista y otro hacen las mismísimas cosas que se hacían hace
diez, veinte, cincuenta o cien años (El
arte de los ruidos de Luigi Russolo
es de 1913, aunque se publicó en 1916), con variables insignificantes si acaso
y escasamente cercanos a la condición de plagiarios, pues similitudes,
analogías e igualdades son imputables a la ignorancia más que a la estafa. Ni
historia del arte ni historia a secas.
Por eso la copia, sin más, o la supuesta y
esforzadamente buscada originalidad a menudo sustentada en la impotencia
investida de lo más banal, imitando –sabiéndolo o sin saber– lo que tal vez en
algún tiempo tuvo sentido. Tal vez. ¿Pena?
¿Risa? Y lo otro, que nos recuerda el título del libro de Michel Ragon:
el arte, ¿para qué? (L’art: pour quoi
faire?, Casterman, 1971). ¿Para decir, interpretar, revelar, traducir,
sublimar, cuestionar, negar, proponer la realidad?
El 10 de abril de 1941 el gobierno mexicano
incautó nueve buques italianos y tres alemanes que se encontraban en los
puertos de Tampico y Veracruz, entre los primeros, el Lucifero, que fue rebautizado como Potrero del Llano y que junto con otros fue puesto a disposición de
Petróleos Méxicanos para transportar combustible a los aliados, léase, los
norteamericanos. De este barco que zarpó el 13 de mayo de 1942 de Tampico con
destino a los Estados Unidos da cuenta Paco Ignacio Taibo II en Retornamos como sombras (Joaquín Mortiz,
edición 2012): “En las primeras horas de la noche el Potrero del Llano cruzaba las aguas de la costa de Florida en rumbo
a Miami con cuarenta y seis mil
barriles de petróleo. El capitán Gabriel Cruz estaba inquieto porque en las
últimas semanas los submarinos alemanes habían estado danzando por el Caribe,
entrando y saliendo de puertos de colonias inglesas hundiendo mercantes, pero
aun así decidió navegar de noche con las luces encendidas para que se viera
clarita la bandera mexicana que traía pintada a babor y a estribor. Casi a las
doce de la noche, faltarían cinco minutos, el teniente Richard Suhren, al mando
del submarino alemán U-564, identificó en el periscopio la bandera mexicana del
barco que había detectado en la distancia diez minutos antes y, siguiendo las
instrucciones que había recibido diecisiete horas antes de Puerto de Perlas,
dio la orden de fuego”. Como se sabe, este hecho condujo al gobierno mexicano,
presidido por Manuel Ávila Camacho, a abandonar su neutralidad y a declarar la
guerra a las potencias del Eje, esto es, Alemania, Italia y Japón.
Precisamente de esto trata la imagen de
Alfredo Zalce con que se promueve la exposición Forma y Forja, Gráfica Posrevolucionaria, que continúa en Casa
Principal, del Ivec, en Veracruz, y que para artistas y público constituye una
invitación a conocer o reconocer la obra de varios autores del Taller de la
Gráfica Popular y, sobre todo, a reflexionar sobre la función de los artistas
en la sociedad. Porque más allá, antes o después de cualquier consideración
estética, incluso contando las tornadizas interpretaciones que puede proveer el
tiempo y el desprecio –maquillado sí, pero hay que decirlo– con que solemos ver
lo propio, la obra de estos creadores tenía cosas que decir y a quien decirle
cosas, sencillas, habituales, cotidianas, aunque las más de las veces
relacionadas con sentimientos, hechos y posturas en torno a los cuales había que
asumir actitudes críticas, de denuncia, combativas, valientes y no raramente
ingeniosas. Eran otros tiempos, claro, con otros conceptos, lenguajes y medios,
pero cabe sugerir que examinar esos productos puede contribuir a retomar ideas
vinculadas con la vocación y con esa pregunta que son tres: el arte, ¿qué
es? El arte, ¿para qué es? El arte, ¿para quién es? Pensar, por ejemplo, en aquello que decía
Duchamp: “el objeto del arte no es el objeto del arte, es sólo el centro de la
discusión”.
La exposición representa una oportunidad para
diversos repasos históricos, artísticos y culturales, todavía más para quienes
piensan que el mundo nace con ellos y que cualquier cosa que ellos hagan es por
ese mero hecho un objeto de arte, ayudados sí, un poco del esnobismo imbatido,
del cinismo, la ignorancia o el desinterés.♦
Por Omar Gasca