¿El candidato del hartazgo? |
Las elecciones en Veracruz se efectúan este 7 de
julio. Cordera analiza los escenarios posibles y sitúa los ejes de la
problemática política en Veracruz.
A manera de introito
El proceso
electoral 2013 ha venido tomando
rutas no previstas dentro de los análisis primeros que presagiaban una cómoda
victoria para el PRI en la mayoría de los distritos electorales y mantener el
control de los principales ayuntamientos, lejano ciertamente de aquellos escenarios
de carro completo, pero que aspiraba a repetir los resultados de los procesos
electorales que el ahora exgobernador Fidel Herrera Beltrán operó tan
eficazmente para recuperar los corredores donde el PAN se había entronizado:
Córdoba-Orizaba, Veracruz-Boca del Río, así como otras cabeceras distritales
representativas como Pánuco y Tuxpan. El PRD nunca ha sido un actor de peso en
la entidad, su triunfo en Xalapa en distintos momentos –el más reciente en
2012– obedece a factores externos al partido y a sus militantes.
Un factor determinante en ese momento fue la
labor de socavamiento de los partidos de oposición al PRI, a golpe de
concesiones en metálico y/o en especie para los principales operadores de
dichos institutos que mantuvieron una postura de oposición propositiva,
extremadamente dúctil a la negociación facilitándole al oriundo de Nopaltepec
administrar el “pinche poder” que en ese momento detentaba.
A su llegada como administrador del estado,
Fidel Herrera se propuso ser el padre de una generación de nuevos políticos,
jóvenes todos ellos, desplazó a la clase priista del pleistoceno de los
espacios reales de poder, los contuvo concesionándoles secretarías o espacios
para los vástagos dentro de la paquidérmica estructura de gobierno con tal de
consolidar un proyecto transexenal. De igual forma incorporó en este su
experimento al empresariado local –arrebatándole al PAN su reservorio natural
de candidatos ciudadanos– que vio en ello la oportunidad de que la progenie
comenzara a formarse una carrera política a cambio de la inversión de recursos
propios en los procesos.
No contaba con que sus apuestas estaban poco
fogueadas, que carecían de los más elementales rudimentos para la operación
político-electoral, y de las tablas para el ejercicio del poder. Así, las
administraciones municipales que han encabezado sus principales ahijados
políticos, entiéndase Carolina Gudiño, Salvador Manzur, Elizabeth Morales, han
fracasado, y ese escenario es el que deben enfrentar los actuales candidatos
del PRI a encabezar los gobiernos de 212 ayuntamientos y los treinta espacios
de mayoría de la legislatura local.
Primera caída...
La elección federal de 2012, terriblemente
operada por el PRI estatal, colocó al gobernador Javier Duarte en una situación
de debilidad frente al recién electo presidente de la república y le abrió la
posibilidad al PAN –escindido entre el grupo compacto de panistas formado en su
momento por César Leal Angulo y que encabezaba Alejandro Vázquez Cuevas (a la
postre un peón más de la estructura fidelista) y la nueva corriente surgida del
liderazgo de Miguel Ángel Yunes Linares, quien se ha vendido con el panismo del
altiplano como el candidato que más votos le ha acarreado al PAN en su historia
en el estado, y quien operó el triunfo en el estado de Josefina Vázquez Mota–
de volver a colocarse como una fuerza política con posibilidades de recuperar
el terreno perdido en los últimos ocho años.
De esta forma el PAN estableció contactos con
el perredismo local, acomodaticio y convenenciero, para conformar una alianza
electoral –por encima de ideologías y proyectos, bajo la premisa de Groucho
Marx: “estos son mis principios; si no le gustan tengo otros”– que les
garantizara el control de la legislatura local y la obtención de la mayoría de
los ayuntamientos. La misma fue promovida con ahínco por Yunes Linares y sus hijos, Fernando y
Miguel Ángel, bajo el entendido de que ello podría llevar a cualquiera de los
tres a disputar de nueva cuenta la gubernatura en el año 2016.
Ante los malos resultados del proceso de
2012, Fidel Herrera se habría planteado la necesidad de regresar a operar de
manera abierta la nueva elección en puerta (no es del agrado de Enrique Peña
Nieto y su eventual incorporación al gabinete presidencial está más que
proscrita), sobre todo para evitar el predominio de los Yunes en la política
local. Un primer paso fue reventar la tentativa de alianza con el PRD,
colocando en la dirigencia de ese partido al grupúsculo que le garantizara
candidaturas débiles y cierta condescendencia para con los dictados de palacio
de gobierno (la figura gobernante se diluye en una marea de violencia
delincuencial, intolerancia a la crítica y malos resultados de sus
colaboradores, sumado al desastre financiero en que le dejaron la casa,
imposibilitado para barrer hacia atrás y poder legitimarse).
Segunda caída… segunda…
Similar a un juego de vencidas, de nueva
cuenta la estrategia fue dividir a los partidos de oposición en un intento por
resquebrajar las estructuras y confundir, cuando no hartar, al electorado. Al
interior de la casa, se apela a una disciplina férrea, consolidada a golpe de
prebendas o al amago de la exhibición pública de vicios privados de toda laya.
La apuesta de Yunes Linares de ser diputado
plurinominal sería de nueva cuenta torpedeada desde adentro del partido azul,
con la intención de deshacerse de una buena vez de tamaña chatilla. Este
devolvió el golpe que conectó al hígado del edificio gubernamental y cimbró
hasta el tuétano dos de los buques insignia de la administración de Peña Nieto,
el Pacto por México y la Cruzada contra el Hambre.
La exhibición de los esquemas de operación
electoral partiendo de los programas asistenciales del gobierno federal, fue un
clavo más en la relación del gobierno del estado con el presidente de México (El
País cabeceó de esta manera un artículo al respecto: “El gobernador que
detuvo el pacto. La piedra en el zapato del Pacto por México, el hombre que ha
provocado la crisis con el PAN, se llama Javier Duarte”), menudo chingadazo al
ego y a las aspiraciones políticas de cualquiera.
La labor de socavamiento de los partidos se
mantiene. Los anuncios sobre la renuncia de militantes representativos –en el
PAN sobre todo, acusando la injerencia de la familia Yunes por encima de los
militantes históricos– se multiplican, mientras que la cobertura mediática hace
su trabajo. No obstante, el priismo se muestra torpe, lento en dar respuesta a
las puyas de Yunes, que se mueve como peso pluma sobre el encordado, golpea
arriba y abajo, brinca sobre puntas y exhibe el mentón en espera de una
respuesta que no llega. Rescatable el cinismo con que la clase política
responde: como si el PAN no lo hubiera hecho antes; “todos lo hacen,
PRI, PAN, PRD”, dice Rosario Robles a pregunta de Carmen Aristegui. Y desde
Chiapas, lacra el momento un estentóreo “no te preocupes Rosario”.
En el ámbito federal se infiere el
intercambio de barajitas; la federación accede a investigar los señalamientos
panistas a cambio de detener –políticamente hablando– a Miguel Ángel Yunes
Linares, investido como la bestia negra del priismo veracruzano. Ladino, Yunes
administra sus cartas entre quienes se disputarán el CEN del PAN, Gustavo
Madero que ve en Veracruz la divisa que lo mantenga un periodo más, y Ernesto
Cordero, posición del calderonismo.
Tercera caída… tercera…
Al igual que en el año 2010, nos enfrentamos
a un proceso que reproduce el encono de dos personajes de la política local,
que se disputan, cual señores feudales, un pedazo de tierra. Las campañas no
prenden por ningún lado, con candidatos anodinos, grises, hueros. En Xalapa
quizá la inclusión de la señora Dulce Dauzón como candidata del partido
propiedad de Dante Delgado, le haya dado una perspectiva diferente a la
contienda, sin que ello constituya una modificación sustancial de las cosas.
La aparición del candigato Morris –motivo de
indignación de las poli reflexiones de los intelectuales y analistas políticos
que descubrieron que su éxito era reflejo del hartazgo de la ciudadanía ante
bla, bla, bla, y de reproducciones baratas ya en diferentes puntos de la
geografía nacional y local– otorgó un respiro en una atmósfera de suyo
enrarecida.
Hay que evaluar el impacto que en la votación
en el distrito electoral de Xalapa pudiera tener este aparente divertimento,
dado que evidentemente incidirá más en los partidos de oposición al PRI que en
el propio Revolucionario Institucional. Es decir, aquel votante que sufraga
contra los candidatos del PRI por sistema, pero que tampoco se identifica con
ninguno de los otros partidos, en lugar de votar por el PAN, el PRD o el
Movimiento Ciudadano, se decantaría por Morris, restándole votos a las otras
“opciones” electorales.
El escenario no se vislumbra fácil para el
PRI que puede perder algunas diputaciones y las cabeceras distritales más
importantes a nivel de ayuntamientos, las de la zona conurbada Veracruz-Boca
del Río se encuentran en riesgo al igual que Xalapa, Huatusco, Córdoba,
Coatepec y Tantoyuca.
Las causas de una eventual derrota (o al
menos de una victoria pírrica) del PRI en esas y otras demarcaciones se podrían
encontrar en factores como la postulación de malos candidatos, sin
identificación con el partido ni con la ciudadanía; la conformación de las
planillas sin contemplar a los sectores del partido que tradicionalmente
aportan una cuota de votos, con ello el voto duro se debilitará; las pugnas al
interior del partido entre los grupos de presión que buscan ubicarse de cara a
la renovación de la gubernatura; la mala imagen de las administraciones
municipales priístas que no son un activo electoral para los candidatos; la
dificultad que representa, tras la denuncia sobre el uso electoral de los
programas sociales por parte del PRI, desarrollar la operación tradicional,
además de que la figura de Fidel Herrera Beltrán y sus operadores comienza a
ser más que peso muerto para el gobierno de Javier Duarte (y es de esperarse
que en las semanas previas al día de la elección se detonen nuevos petardos
mediáticos).
Es quizá en esta última esfera donde caben
algunas preguntas, ¿quiénes se benefician directamente de una derrota o un mal
resultado electoral para la administración de Javier Duarte a los ojos de
Enrique Peña Nieto, la víspera de la renovación de la legislatura federal
(julio de 2015)? El gobernador es hoy un hombre terriblemente solo.
Una situación de esta naturaleza dejaría al
actual gobernador –más allá de borregos mediáticos que lo sitúan en un cargo
federal, en un lugar donde haga menos daño– sin la capacidad de decisión sobre
su sucesor; limitado en recursos para cerrar de buena forma su administración,
caracterizada precisamente por el endeudamiento que no le ha permitido despegar
ninguna obra de impacto para la entidad, y políticamente cojo a la mitad de su
mandato con el riesgo de una legislatura incómoda que le haga imposible el
cierre de su administración.
A lo mejor no habría que
buscar a los responsables tan lejos de casa.♦
Por Fabrizio Cordera