Mientras llega la chiva, 1990 [Manuel González de la Parra] |
Estimado Sr. Director:
Es verdad que mis colaboraciones son como los foquitos de
Navidad, intermitentes, pero ya me hice el propósito este año de colaborar de
manera más continua con Performance y
como no cumplo ninguno de los propósitos de año nuevo, aténgase a las
consecuencias.
Antes de
iniciar mi camino por los recuerdos de un amigo, le mando una felicitación. Leo
con curiosidad la selección de los libros del año que hace Sergio González
Rodríguez en su columna que tiene en El
Ángel, el suplemento cultural (sobreviviente en medio del periodismo
mercantil especializado en el escándalo) de Reforma.
Grata sorpresa fue encontrarme en la lista La ciudad de los muertos, de su autoría, así como Viaje de Vuelta. Estampas de una revista de
Malva Flores, ambos editados por el Fondo de Cultura Económica y ambos autores
habitantes de esta cada vez más caótica ciudad xalapeña.
Después
de las albricias tomo un ron y brindo por el buen amigo Manuel González de la
Parra. La vida es tan sorpresiva como un click fotográfico. En un instante
estamos, en otro no. La muerte es tan inesperada que aún siento que en
cualquier momento veré a Manuel con su rostro afable, sereno, platicando de sus
múltiples proyectos de fotografía y de exposiciones.
No era
de palabras amplias, era de observación permanente absorbiendo la cotidianidad
a través de la vista para convertirla en fotografía. Sin embargo no era
egoísta, más bien era un incansable colaborador, un caballito de batalla en
cualquier espacio donde trabajara. La mañana del 13 de diciembre pronto se supo
de su desaparición física y entre quienes lo conocíamos no dejaba de
sorprendernos la noticia. Sus 58 años aparentemente rebosaban de bienestar,
pero como en la historia de Macario, cada
quien su velita que se apaga ante el soplo más inesperado.
Manuel
González de la Parra nació en Cotija, Michoacán, en 1954, por cierto, en el
mismo poblado que Rafael Guízar y Valencia, sólo que con intereses muy
diversos. Uno santo, el otro, buscando entre la marginalidad la belleza de una
imagen.
En esta
época donde todo mundo se siente fotógrafo por la facilidad de tener una cámara
digital a la mano, para mí un artista de la lente es aquel que parte desde los
orígenes, que sabe la magia del revelado y que, sobre todo, sabe encontrar los
contrastes de las luces en el blanco y negro. Esa era la formación de Manuel
González adquirida en 1978 en la Facultad de Artes Plásticas con grandes
maestros como Carlos Jurado, Adrián Mendieta y, sobre todo, Nacho López. Pero
aún más, tenía una visión antropológica especial para retratar a la tercera
raíz, la raza negra de la que abundó en sus estudios Gonzalo Aguirre Beltrán.
Si Nacho
López era el fotógrafo de las puestas en escena que representaban la
cotidianidad festiva y lúdica de los barrios semirurales de la ciudad de México
de la década de los cincuenta del siglo pasado, Manuel González era el captor
de imágenes de las comunidades negras de Veracruz y de Cartagena, Colombia.
Canto y religiosidad, baile y ritual, carnaval y estampas de vida que nadie ve,
ahí estaba la lente de Manuel para captar las luces intensas y contrastantes
del blanco y negro y sus ricos matices de grises.
Mientras
que los seres mundanos nos embriagamos y engolosinamos con la multiplicidad de
coloridos en los carnavales, Manuel González hacía fotografías de la negritud
en el tono que mejor podían ser retratados: blanco y negro.
Lejos de
ser un fotógrafo que sólo captaba imágenes y se iba, él tenía el gusto de
involucrarse con los pobladores. Hacía, por decirlo en los términos universitarios
de los setenta, investigación-acción. Como fue el caso de Coyolillo, ese
pedacito de África en Veracruz, donde Manuel tomó infinidad de gráficas y
formaba parte de los festejos. Lo mismo sucedió en Xico y su pueblo mestizo, o
Cartagena. Al ver ese resaltado espíritu del alma negra, de la piel mulata, de
la sonrisa plena llena de blancura, me imagino a Manuel explorando los barrios
de Nueva Orleáns, de Nueva York, de Chicago, de Los Ángeles, de Cuba, de
Venezuela, de Ecuador, de Perú, imbuido en la musicalidad de los barrios negros
y la intensidad de los mulatos.
Ejemplo
de ello podemos verlo en Xico, una sierra
y su gente, con textos de Odile Hoffmann, Michele Hoffmann y Bethy
Portilla, 1989; Luces de raíz
negra/Noires Lumières, con textos de Odile Hoffmann, Adriana Naveda y
Sylvia Navarrete, 2004, y México: el otro
mestizaje/Mexique, l’autre mestizaje.
También
podemos disfrutar de las portadas de la revista Tramoya en sus números 94 y 99 de la tercera época. En el primero
para ilustrar una selección de teatro colombiano donde la bullanguera Graciela
de las Alegres Ambulancias aparece firme con sus brazos en jarras con un
vestido de estampado florido y su enorme sombrero, alerón como corona, que
porta con fuerza y orgullo; en el segundo, la portada es un negro esbelto de
Cartagena con vestido femenino, su bolsa y una vara de apoyo, caminando a la
orilla del mar; esta imagen se utilizó para ejemplificar el número dedicado al
teatro queer.
Otro
ejemplo de la buena fotografía de Manuel González, en este caso por encargo,
son las gráficas publicadas en la ediciones especiales de las filmaciones de El coronel no tiene quien le escriba y Otilia Rauda, ambas producidas por la
Universidad Veracruzana. A mi parecer, lo único valioso de ese par de cintas
son las fotos en color y blanco y negro que registró González de la Parra.
Una
acción notable y única que realizaba con
paciencia el director del Instituto de Artes Plásticas era reunir la historia
gráfica de la Universidad Veracruzana, labor que comenzó cuando estaba en el
entonces llamado Departamento de Medios Audiovisuales. Nadie más tiene ese
archivo. La idea era hacer una fototeca que incluso recibió aprobación del
rector Raúl Arias Lovillo para digitalizar las imágenes. Ojalá alguien retome
ese proyecto y no se vaya a quedar en el olvido. Ese archivo tiene material muy
valioso. En él se encuentran, por ejemplo, imágenes del Estadio Xalapeño y el
pequeño edificio que albergaba a la emergente universidad; la construcción del
Museo de Antropología, de la zona universitaria y de infinidad de personajes
que han desfilado por la UV.
Estimado
boss, ya me extendí más de lo normal,
pero espero que tengan cabida estas líneas dedicadas a Manuel González de la
Parra, el fotógrafo que le dio brillo a las luces de raíz negra. ♦
Un
abrazo
Conde
de Saint Germain, duque de los Jardines de Xalapa y aprendiz de fotógrafo en la
Basílica de Guadalupe. Por Conde de Saint Germain