Estimado boss:
A veces creo que estoy en una pesadilla permanente donde camino y
camino sobre cerros de basura sin encontrar el fin de las miasmas y los
desechos. No veo por ningún lado la nueva era supuestamente anunciada por los
mayas y sí veo que la degradación continúa sin freno alguno.
Ya ni hablar del sonado caso Cassez, ignominia absoluta en donde ni
Televisa ni Tv Azteca, que se prestaron para el montaje, fueron tocados por el
pétalo de una rosa. Situaciones como esas me hacen pensar que no tenemos
remedio, que seguiremos siendo la misma sociedad acostumbrada a la corrupción
como estímulo para la superación, el chantaje como pasaporte para conseguir lo
que se desea, la manipulación masiva como la mejor manera de vivir la felicidad
ficticia.
Estaba tratando de eliminarme la hiel con un whisky cuando abro el
periódico y me encuentro con la publicidad de las fiestas de La Candelaria en
Tlacotalpan. Pensé que había leído mal y que veía un cartel de uno de los
tantos carnavales que se hacen en el estado fuera de las fechas normales, donde
invitan a cualquier “artistillo” de moda para “engalanar” las fiestas. Pero no,
sí era un anuncio de los festejos de las tradicionales fiestas tlacotalpeñas.
Como grandes atracciones: La Arrolladora Banda Limón, Río Roma, Christian
Castro, Emmanuel, ah, y Los Sonex, para no dejar.
Como es sabido, las fiestas de Tlacotalpan son famosas por el encuentro de jaraneros,
hacedores de la identidad veracruzana. Es cierto que algunos se quejan de la
“chilanguización” de los festejos con la llegada de Radio Educación para
transmitir la fiesta del son jarocho y
el arribo de tribus urbanas que
llegaron para adherirse a la fiesta. Es verdad que muchos se quejan del embalse
de toros cebús que son maltratados hasta que la ebriedad de los “vaqueros” lo
permite.
Pero Tlacotalpan, uno de los maravillosos y mágicos rincones de Veracruz,
es tratado como un pueblo para la diversión del turista miope que va a
cualquier lugar del planeta y lo que visita son los grandes malls, come
en McDonalds y toma Coca-cola. La felicidad
es la moda; la satisfacción, tomarse las fotos para subirlas a Facebook o
Twitter y reventarse hasta morir.
La convivencia, respeto, devoción y acceder a nuevos mundos culturales son
elementos del mexican curious, que si no han pasado por reality shows
o escándalos de televisión no están registrados en las emociones del visitante.
Por eso veo que las autoridades toman al turismo como extensión de los
modelos televisivos. Sólo así me explico el cartel que anuncia las fiestas de
la Candelaria. Ya de por sí es lastimoso que el Instituto Veracruzano de la
Cultura sea incrustado en el organigrama de la Secretaría de Turismo y no sea
un ente autónomo. Es decir, la cultura es reducida a la diversión de los
turistas. El desarrollo cultural de las comunidades o de los artistas locales
no importa si no forman parte del circo mediático.
Trato de imaginarme la escena. Los Cojolites van a una oficina para ofrecer
sus actuaciones y solicitan, por decir algo, 30 mil pesos por presentación,
mismos que evidentemente serán negados y tras la puerta, ninguneados por ser
“de pueblo”. En cambio una “mente brillante” propone que se contrate a La
Arrolladora Banda Limón con su parafernalia de luces y ruidos y no importa lo
que cobren los gruperos de moda. Puede ser 500 mil, 750 mil pesos o, en
exageración de presupuesto, más de un millón de pesos. Y se los dan. Ni decir
de los contratos de Christian Castro o
Emmanuel, cartuchos quemados.
Por fortuna, Los Cojolites son reconocidos internacionalmente y están
nominados para el Grammy en la categoría de mejor grupo de música regional, lo
demás, al estilo Jenny Rivera, cae por su propio peso.
Sólo espero que en este desenfreno por el turismo no se les vaya ocurrir
algún día ponerle escaleras eléctricas a la pirámide de El Tajín, venderle los
terrenos del juego de pelota a Walmart, contratar a un grupo de cirqueros
chinos para suplir a los voladores de Papantla, o empezar a nombrar todo en
inglés, como el Costa Fest Electrobeach
Party de Tecolutla. Total, de lo que se trata es de divertirse y engordar las
arcas de los organizadores, aunque los poblados y sus comunidades vivan en
pobreza constante y su infraestructura sea ínfima, desbordada en cada
megafiesta que se organiza.
Mejor me pondré a oír el nuevo disco de Los Cojolites, un portento de son
jarocho que ya le comentaré para la próxima.
Salud. ♦
Por Conde de Saint Germain