Un europeo en vías de extinción: J.M.G. Le Clézio [Roxana Acevedo Madrid] |
En el marco del Hay Festival Xalapa 2012, que se llevó a cabo en la capital del estado de Veracruz del 3 al 7 de octubre por segundo año consecutivo, se realizó la siguiente entrevista con JMG Le Clézio, premio Nobel de literatura 2008. Le Clézio es autor de más de 40 obras entre las que destacan El atestado, El diluvio, Desierto, Tres ciudades santas, El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido y El africano entre otras.
Rafael Toriz. Antes que nada, la
pregunta de rigor, ¿qué tanto cambió tu vida después de recibir el premio Nóbel?
J. M. G. Le Clézio Bueno, ahora cuento con la
sonrisa de mi banquero (risas), antes no tenía la sonrisa tan marcada el tipo.
Ese es el cambio mayor; y bueno, a mí siempre me ha gustado viajar y sigo
viajando. Antes no viajaba en las mismas condiciones; antes viajaba de manera
más económica y con menos encuentros o con encuentros menos oficiales. Ha sido
un cambio abrupto, pero como todos los cambios, pasajero. Dentro de dos años,
esto va a disminuir.
Con respecto a la cuestión del viaje y siendo que desde muy joven
decidiste recorrer el mundo, ¿cuál fue tu intención, tu voluntad principal:
conocer, escapar, abismarte?, ¿qué recuerdas de aquella época?
Bueno, yo provengo de una familia nómada, porque
soy de origen mauriciano –la isla mascareña donde vivía el extinto pájaro dodo–
y los mauricianos como usted sabe, –o no sabe–, son un millón de personas
viviendo en una pequeña isla: escaparse de la isla es una necesidad absoluta.
Mi papá escapó y se fue a Nigeria, luego a Guyana. Mi mamá escapó y se casó con
mi papá en París. Mis abuelos escaparon a su vez y así yo también escapé.
Existe una sentencia no escrita que asegura que los mejores escritores
franceses son los que han venido a dar a México. ¿Cuál ha sido tu relación
emocional y espiritual con el país?, ¿en que se finca tu relación con respecto
a la circunstancia mexicana?
Bueno, yo tengo muchas amistades en México. He
tenido dos amistades que influyeron mayormente sobre mi carácter y mis
ambiciones. Uno fue el doctor Luis González y González, creador de la
microhistoria. Para mí fue un hombre ejemplar, como si hubiese venido
directamente del Renacimiento, exactamente con el mismo espíritu de los grandes
humanistas. Él venía de un pequeño pueblo que yo conocí también, el pueblo de
San José de Gracia (Michoacán). Ese encuentro para mí fue mayor. El otro
encuentro fue con la literatura mexicana, precisamente con Juan Rulfo, quien es
para mi el mayor escritor del siglo XX. Y no sé si es por casualidad, pero
ambos, Luis González y Juan Rulfo provienen de la misma zona, que es el área
Michoacán-Jalisco, del occidente de México.
¿Ahí enterraste tu ombligo?
Así es, y ambos vinieron de pueblos pequeños,
bastante pobres, donde las relaciones familiares afectan muchísimo. Para mí eso
fue la ilustración de la verdadera identidad mexicana, que es completamente
distinta a de los otros países de América Latina, especialmente a la de
Argentina.
¿Te interesa particularmente la literatura de América Latina?
Julio Cortázar desde luego, quien es un autor
capital. Otros autores en Brasil como Graciliano Ramos y en Perú, José María
Arguedas. El último, evidentemente, fue Carlos Fuentes, a quien conocí
personalmente. Fuentes era un hombre muy pesimista y muy verdadero, una especie
de Hidalgo en la literatura iberoamericana. Creo que también expresaba el
espíritu mexicano en su profundo pesar, en el pesimismo; había una gran
violencia en su mirada sobre el mundo moderno, especialmente del mundo
norteamericano, aunque también el mismo mundo se beneficie del apoyo de los
Estados Unidos. Es una cuestión ambivalente.
Al respecto del sesgo con que ha sido leída tu obra, digamos, en tono
indigenista o de reivindicación de las causas y conflictos de los pueblos
originarios o al margen de la historia, ¿te identificas con esa lectura, ves
parte de tus intenciones literarias reflejadas en esa mirada?
No, en lo absoluto. Es justo al revés. Viviendo en
México o viviendo en Panamá encontré por casualidad que los indígenas eran mis
vecinos. Encontré poblaciones indígenas. Fueron ellos quienes me dieron
muchísima información con increíble generosidad: fueron intercambios. Son ellos
quienes vinieron hacía mí. Yo no tenía ideas preconcebidas sobre la manera en
que vivían, pero una vez que los encontré, encontré un mundo totalmente
distinto, colorido, diferente. Recuerdo que tenía la impresión en cierto punto
de estar en el quicio de una puerta, que yo podía ver lo que había del otro
lado de la puerta pero no podía entrar completamente por ser ajeno, por ser
diferente, y no se trata de una demostración ni es por ideología sino por
encuentros y desencuentros.
¿Crees que habría un pacto posible entre literatura y antropología?
Sí, José María Arguedas lo probó, era antropólogo,
pero cometió suicidio; tal vez no sea tan posible ni recomendable (carcajadas).
Después del premio Nóbel ¿sigues manteniendo un alto nivel de
productividad o estás muy ocupado con giras, asistiendo a festivales?
No, no. Yo casi no asisto a festivales. Vine al Hay
Festival Xalapa… ¿se dice jai o jei?
En realidad tendría que ser Hay Festival, pero no sé porqué utilizan esa
pronunciación extraña.
A mi me gusta jay
porque en Panamá esa palabra representa a los espíritus de la selva, así
que siento afinidad. Yo escribí un libro que se llama Haï, por eso lo prefiero. Para
mi se trata de un festival de magia. Y vine porque se realizaba en Xalapa;
tengo muchos vínculos mentales con esta región de México.
¿Ya conocías toda esta zona del Totonacapan?
Sí, yo había venido invitado por Jaime Augusto
Shelley, un poeta que vivía en aquel tiempo en Xalapa y me invitó a dar un
taller de creación literaria para estudiantes, hace 40 años. Veracruz es un
centro cultural muy importante en la federación mexicana, y lo es porque ha
sido un centro indígena extraordinario, con un pasado precioso. Pero también ha
sido el lugar de dos revoluciones, la revolución contra Porfirio Díaz, que
empezó en Orizaba. Diego Rivera contaba que en el campo veracruzano encontró a
los primeros manifestantes que iban con sus machetes para hacer la Revolución.
La otra revolución la dio el estridentismo, con Manuel Maples Arce y su revista
Radiador, que fue publicada en Xalapa
o no sé si en Puebla. Aquí empezó también la revolución del surrealismo, que
fue un invento mexicano, no francés. El surrealismo es algo típico de esta
parte del mundo.
¿Has sido feliz en México?
Sí, absolutamente, siempre. Cuando arribo a México
tengo la impresión de que los olores, la luz, la gente, el acento mexicano, la
comida, todo es una conjunción de beneficios. Son ayudas que necesito para
vivir.
Una última pregunta, ¿por qué vives en Estados Unidos?
Es una larga historia. Yo vivía en Michoacán en
aquel tiempo y tenía a mis hijas de entre 10 y 12 años y consideré que para la
seguridad de las niñas había que salir de Michoacán. En aquella época era
bastante difícil Michoacán, unos quince años atrás. Ahora me parece que se ha
compuesto la situación, pero entonces había mucho secuestro.
¿Volverías a vivir en México?.
Cada momento, cada vez que regreso a México me
pregunto: ¿porqué te fuiste de este país? Es tan bonito, tan agradable, tan
fuerte, tan verdadero. La verdad mexicana no es un lujo, es algo que necesito.
Es un alimento. ♦Por Rafael Toriz