El texto que leerán a
continuación es la reproducción de las palabras que pronunció el poeta Enrique
Pimentel durante la presentación de Historia de todas las cosas en
el Centro Cultural Profética de Puebla.
En la ingenuidad y vigor de la pintura de Rosseau que
ilustra la portada de la nueva novela de Marco Tulio Aguilera Garramuño hay
algo así como un adelanto del erotismo salvaje que campea en las páginas
de Historia de todas las cosas (Educación y Cultura, México; Trama
Editorial, Madrid, 2012). Hay en la pintura y en la novela un
primitivismo feroz que nos enfrenta a una agresiva y fundamental propuesta
erótica. El erotismo al que se entregan las criaturas angélicamente condenadas
de San Isidro de El General, pueblo-ciudad protagonista de esta obra, es un
despliegue fársico hecho de jadeos primaverales y de resuellos agónicos, más
cerca de las fiestas del dios Priapo que de los de los rituales demorados
e íntimos de los castos pornógrafos. Y esa erótica presente en la
novela, me parece, corre paralela a la del texto poético: en la sintaxis, en la
adjetivación barroca y exuberante de Marco Tulio, hay toda una propuesta
erótica y que, de alguna manera, hace vigente la afirmación de Octavio Paz
cuando nos dice que la relación entre erotismo y poesía es tal, que puede
decirse sin afectación, que, primero, el erotismo es una poética
corporal y que, la segunda, la poesía, es una erótica verbal. En esta
novela, el amor, el sexo, las mujeres, son un cuerpo en medio de una selva de
palabras, como lo es La mujer en el sofá en esta selva que pinta
El Aduanero Rosseau.
No me parece exagerado decir que Marco
Tulio reinventa esa erótica verbal para su propio beneficio, y que al
hacerlo reinventa, inventa otras cosas, entre ellas a sí mismo. Y es cierto,
Marco Tulio Aguilera Garramuño es un invento que uno debe buscar en las calles
de San Isidro de El General, o más bien en las páginas de Historia de todas
las cosas, esa novela que se publica reenergetizada o remasterizada,
causando de nuevo inquietud y sorpresa en el mundo literario de habla hispana,
quizá porque han transcurrido ya 36 años desde que saliera publicada por
primera vez en Argentina por ediciones La Flor, la misma editorial que publicó
a Quino y su Mafalda. Originalmente la novela de Marco Tulio fue publicada
bajo el circunspecto título de Breve Historia de todas las cosas.
A pesar de los años transcurridos y a pesar de haber sido reescrito e
incansablemente revisado por su autor, este libro esperpéntico, sudoroso,
amoroso y extenso, es uno de esos bichos que va por ahí con la mala fama
a cuestas: que si es Cien años de soledad, pero más divertido;
que si el autor es el mismísimo García Márquez , o más bien el mismísimo
Antigarcía Márquez; que si su apetito se extiende más allá de los
mitos fundacionales, se estaciona en los personajes que como un mosaico
abigarrado invertido deambulan por calles, casas, cantinas y burdeles de
San Isidro de el General movidos por el puro impulso de su libido, su hambre, o
su desazón.
Más allá de chismes literarios y meticherías de
críticos, Historia de todas las cosas es una novela que se sostiene por
su enorme calidad literaria, así como por su exuberancia imaginativa. Su
aliento selvático nos planta sin misericordia en medio de una plaza, a veces en
medio de una selva, donde el sol rezuma y mata los malos pensamientos. Los
humanos de carne y hueso de este pintoresco pueblo habitan según algunos
estudiosos sin remedio en Colombia, aunque otros insisten en suponer que
habitan en Costa Rica. Son seres extremistas que se deslumbran y se
desbarrancan en los socorridos moldes de la picaresca universal.
Para mí, Historia de todas las cosas es,
sin duda, una de las obras fundamentales, capitales, de la moderna picaresca en
lengua española. Porque la larguísima corte de los milagros de Historia de
todas las cosas, como su nombre lo indica, refleja o retrata los
estereotipos más convencionales, para desmandarse con ellos, para desnudarlos y
ponerles ropas nuevas y de esa forma presentarnos una cara renovada de las
largas, existentes y vigentes en todo latinoamericano que se respete.
Atento a su propio proceso creativo, el narrador
de esta originalísima historia de todas las cosas se mete, como chivo en
cristalería, a comentar pasajes y a opinar sobre lo acontecido con una
impunidad que sólo la proverbial soberbia de su autor puede sustentar, pues el
universo creativo de Marco Tulio Aguilera Garramuño, el dios único y único
diablo el defenestrador principal, es quien sostiene la sartén por el mango y
pobre del que se queje, incluso si es el autor mismo.
Historia de todas las cosas no es sólo una novela, sino también es una
trampa, una trampa porque Marco Tulio Aguilera Garramuño es también uno de los
mejores cuentistas que hay actualmente en la lengua española. Esa novela que es
una novela río, también puede leerse, como él lo hace, al azar, en cualquier
capítulo, porque también tiene atrás la maestría que ejerce en el cuento,
muchos de estos capítulos pueden ser cuentos por sí mismos. Y ello sucede como
sucede un poco con las historias que nos cuenta el Quijote, y bueno, aquí
también hay un paralelismo que decía yo en la mañana: así como el Quijote
de Cervantes es una recreación satírica de las novelas de caballerías,
así también yo leo Historia de todas las cosas como esa recreación
satírica que puede superar en calidad y en intención a las novelas, no sólo de
García Márquez, sino de todo el realismo mágico (y no creo estar exagerando): Historia
de todas las cosas no es pues la epopeya de la vida latinoamericana, no
persigue entender ni fundar una mitología ni una épica, es una travesía por un
imaginario narrado por un aventurero de la palabra, una parodia de la vida
sentimental, pasional y cotidiana de seres que parecen sacados de los más
oscuros retratos de la historia del día a día de cada pueblo nuestro, de cada
casa, de cada alcoba, de cada burdel, de cada esquina donde se gestan las
pequeñas risibles y grandes ambiciones de personajes demasiado cercanos a
nosotros mismos.♦
Por Jorge Enrique Pimentel