A partir del 1 de diciembre se abre una nueva página en la
historia política de nuestro país, o si se quiere ver de otra forma, regresamos
a un pasado reciente que, para un porcentaje importante de la población menor
de 20 años (un 20 por ciento de la población según el censo de 2010) sólo es
una referencia anecdótica pues vivieron en esa ficción (dice Steven Pinker que
la inmersión en mundos imaginarios nos permite acariciar la posibilidad del
milagro) denominada transición democrática.
Ciertamente, el cambio de partido en la presidencia
del país nos significó el acceso como ciudadanía a una serie de derechos que
teníamos conculcados (estaban ahí, pero nadie nos había dicho que podíamos
ejercerlos, aunque ciertamente tampoco nadie nos lo impedía); los medios
comenzaron a ejercer –con mesura, en la mayoría de los casos– la crítica
permanente hacia la figura presidencial una vez desacralizada y a cuestionar un
ejercicio gubernamental errático, signo de las dos administraciones panistas.
Después la postura varió, al entrar en liza los
grandes monopolios de la información; Televisa estableció extrañas alianzas,
por no decir que fagocitó a periodistas que se habían destacado por su línea
crítica, edulcoró, volvió inocua su labor, bajo la patraña de abrir un foro a
quienes disienten de la línea editorial de la empresa. De forma paralela, la
filtración como forma de hacer periodismo fue la divisa y el mecanismo para
descarrilar procesos y personajes.
La guerra contra el narcotráfico la seguimos
padeciendo, cada vez más soterrada, sorda, pero omnipresente. Hoy somos más
vulnerables, estamos más expuestos, este es el país de la angustia colectiva,
la zozobra es un estado de ánimo. Nos hemos acostumbrado a palpar, a oler la
muerte. Cuando nadie te garantiza el mañana, el hoy se vuelve inmenso, decía
Monsiváis, y es el himno de los que se internan en el laberinto del
narcotráfico. Aquellas imágenes de los años ochenta y noventa, donde el
personaje emblemático era un hombre cuarentón, vientre abultado, sombrero y mal
encarado, ha trocado por la del sicario de pantalones a la cadera, tenis Puma,
profusión de tatuajes, rostros aniñados, y los emblemas del poder mediato:
camionetas, armas (Glock o Beretta, Kaláshnikov sarrosos o Armalite 15), joyas
y mujeres, y una imperfecta impunidad que los hace terriblemente vulnerables a
los M16 reglamentarios.
Enrique Peña Nieto no habrá de variar en mucho la
estrategia, estamos en la esfera de seguridad hemisférica de los Estados
Unidos; sigue pendiente la apertura del sector energético y en consecuencia la
necesidad de resguardar los intereses norteamericanos estará bajo el cuidado de
las transnacionales de la seguridad que ya operan en forma subrepticia (y no
tanto) en el combate al crimen organizado.
Un factor que será determinante en el desempeño del
nuevo presidente será la capacidad que tenga para maniobrar o imponerse –según
sea el caso– a los gobernadores y a quienes se constituyen en cabeza de los
grupos de presión y de interés, señores feudales que demandarán derecho de
pernada en delegaciones y puestos de segundo nivel en el gabinete ampliado.
En Veracruz ya comienzan a deshojar la margarita
aquellos que se saborean el retorno de los tiempos del toma todo, la
delegaciones federales son auténticas plataformas de despegue para procesos
electorales futuros. El PRI en Veracruz está a prueba, mucho dependerá de las
cuentas que entregue en el año 2013 en materia electoral, el respaldo que pueda
tener la entidad de la federación. ♦