El chiapaneco Jerónimo Morquecho estrena muestra en la
Galería Universitaria Ramón Alva de la Canal: Urbano, que va
de la escultura y la instalación. Esta obra, afirma Omar Gasca, representa “una
suerte de estado que mezcla lo regional y lo universal, la intuición y el
método, el arte y el diseño, poniendo en evidencia al hacerlo que no es
ceramista ni escultor ni diseñador sino un artista visual...”
Una
correlación no necesariamente prueba
causalidad. Que algo suceda posterior a otro hecho no es, por fuerza, indicador
de que fue provocado por el primero. Sin embargo, cualquier gesto, por
inadvertido y pequeño que sea, tiene ecos y efectos y es, a su vez, efecto y
eco de muchos otros gestos.
Este es el caso de Jerónimo Morquecho, quien se mueve entre pautas y
configuraciones que provienen de una formación que progresiva e infaliblemente
va sacando provecho de su sensibilidad e inteligencia y de su inversión en
oficio. Parte de la tradición pero
la somete a una racionalidad que encuentra válvulas de escape que, sin seguir
la cómoda e ingenua inercia de los modelos y las modas imperantes ni de los
atavismos residuales y domingueros, le inscriben en los espacios de lo
contemporáneo y con ventaja. Mucha. Newton lo diría así, en su Segunda ley o Ley de fuerza: “El cambio de movimiento es proporcional a la fuerza
motriz impresa y ocurre según la línea recta a lo largo de la cual aquella
fuerza se imprime”. El parangón es libre.
Morquecho ha pasado por los platos y las
ollas y la escultura y la instalación con el ánimo de referir lo suyo: una
suerte de estado que mezcla lo regional y lo universal, la intuición y el
método, el arte y el diseño, poniendo en evidencia al hacerlo que no es
ceramista ni escultor ni diseñador sino un artista visual capaz de abordar –por
babor o estribor– diversos géneros y
técnicas, suscribiéndolas todas al mismo ánimo: proponer denotaciones
distintas.
Empujado,
estimulado por la fuerza intransferible de esa intención, este artista
chiapaneco pero xalapeño se posiciona de paso lejos de quienes viven con la
tranquilizadora idea de que basta hacer bien o “decir algo”, o de los que, más
frecuentemente, crecen y se reproducen con la vaga, cómoda e insustancial
noción de que las extravagancias utilitarias son arte o, “cuando menos”,
diseño, un poco porque sí y a la manera del famoso styling al que se refería Munari en su imprescindible libro El arte como oficio, en el que habla
(con otras palabras, segurísimamente) de esa acción que privilegia el exterior
del objeto, la fachada, por encima de su
funcionalidad o su sentido. Así, ni arte ni diseño ni casi nada, excepto
objetos que gozan y hasta alardean de su condición decorativa, esto es, de su
categoría de aderezo o de dispositivo que pretende hacer lo que la flauta a la
cobra: encantar. Más lo que en nuestro español entendemos por “jaladas”.
Luego,
las calificaciones esnobs y la mecánica de tú-la-traes; o la propia del Perro
Bermúdez: “Tuya, mía, tenla, te la presto, acaríciala, bésala”, y, de este
modo: te expongo, te vendo, te escribo, te aplaudo, te compro y termino
diciendo que eres el mejor (lo que equivale a un intento de gol y todo entre
amigos).
Y lo
otro: la afición por transformar a la cerámica imaginariamente en algo más, lo
que equivale a imitar a los inventores de hadas y duendes que con tal hecho
pretenden atribuirle magia
rústica al mundo, modo paradójico de asumir que a éste le hace falta tal magia,
que carece de asombro.
Excepciones
hechas, contables y notables, confirman la existencia de algo aproximado a una
frontera epistemológica, pero rodeados, invadidos como estamos de aquellas
ideas y nociones materializadas en cosas desfachatadamente ofrecidas a la
mirada y al bolsillo, la obra de Morquecho es un oasis, por más que nos
propongamos reconocer que esta palabra en estos contextos es un cliché.
Buena
parte del decoro se debe al esfuerzo propio pero, también, a la influencia de
quien actúa con el profesionalismo del que quiere y logra hacer de lo suyo
verdaderamente suyo: Pérez. Decían por ahí que “hay que saber dónde aprieta el
zapato”, pero también parece útil encontrar cuál ajusta y dónde se
consigue.
Si hay quien todavía piensa que la
cerámica se sitúa a medio camino entre la artesanía y la decoración, cabe decir
que tal prejuicio
encuentra una decisiva refutación en Urbano,
la muestra que Jerónimo Morquecho presenta en la Galería Universitaria Ramón
Alva de la Canal para inquietar el pulso de la costumbre, entre altas y bajas
temperaturas, huacales y cubetas y piezas que van a la pared, al suelo y a la
base. Si acaso, algún desliz.
De
la idea a la factura, la
obra actúa como eficiente emisario entre un conjunto de percepciones y
decisiones y el ámbito de realidad artística y cultural en el que Morquecho
quiere interactuar y producir interacción. ♦
Por Omar Gasca