El Palacio de los Deportes fue el escenario para la
más reciente aparición en la capital del país del legendario Bruce Springsteen
y su banda. Raúl Criollo, uno de los casi 17 mil espectadores que acudieron al
concierto hace unos días, escribe sobre el Jefe: “Con los mismos pantalones
entallados, la misma queja por el desplazamiento de la clase obrera, los
sentimientos amorosos que se pierden en orillas de playa y abismo, las
melancolías que oprimen y la fiesta orquestal de la E Street Band y su
complicidad de décadas imbatibles”.
Grab your ticket and your suitcase
Thunder’s rolling down the tracks
You don’t know where you’re goin’
But you know you won’t be back.
Thunder’s rolling down the tracks
You don’t know where you’re goin’
But you know you won’t be back.
Land of hope and dreams, Bruce Springsteen
En el domo de cobre y sus malevolencias, su encanto de claustrofobia
histórica, su récord de figuras legendarias, su maleabilidad de encantamiento
para construir el escenario perfecto de cada noche, se presenta por primera vez
Bruce Springsteen, El Jefe.
Con los
mismos pantalones entallados, la misma queja por el desplazamiento de la clase
obrera, los sentimientos amorosos que se pierden en orillas de playa y abismo,
las melancolías que oprimen y la fiesta orquestal de la E Street Band y su
complicidad de décadas imbatibles, Springsteen está siempre “en su mejor
momento”. Más de una vez me dijeron que había que verlo en vivo para entender
por qué algunos críticos lo consideran el mejor en escena.
En el
Palacio de los Deportes no se instalaron deslumbramientos tecnológicos ni
compuestos pirotécnicos de entretenimiento. Es la banda y su fuerza, con las
plataformas necesarias y las luces estrictas para transmitir lo indispensable.
Un grupo de músicos que puede impactar la sala de conciertos acústicos o el garage
colectivo y sus tragos derivados.
Con la
certeza de una selección popular cantando Badlands, Glory Days,
Thunder Road, o The River, Springsteen abre el camino para temas
menos conocidos, y expone toda la fuerza de Wrecking Ball, su último
álbum, increíblemente aguerrido, luchando contra el enemigo invisible por todos
conocido, desde las hegemonías voraces, y donde quizá más valga tener todo en
las propias manos.
I been knocking on the door
that holds the throne
I been looking for the map that leads me home
I been stumbling on good hearts turned to stone
The road of good intentions has gone dry as a bone
We take care of our own.
I been looking for the map that leads me home
I been stumbling on good hearts turned to stone
The road of good intentions has gone dry as a bone
We take care of our own.
We take care of our own, B. S.
My city
of ruins abre la
sesión para los espíritus en fuga, los amores que se fueron, las posibilidades
de cada infortunio, donde están las voces pero no su gente, donde los templos
son arquitectura de los fugados para siempre. Canción de tristeza profunda, con
escenario transformado en una columna estelar que impulsa en su epílogo: “Raise
up!”, porque, como en toda la lírica de Springsteen, siempre queda la
posibilidad de redención.
The land
of hope and dreams es una epopeya rítmica de proporciones
asombrosas. Una de las piezas más sólidas de su carrera, y que, sin ser tan
conocida por la audiencia, obliga a que todos estallen cuando los cinco
alientos virtuosos de la banda hacen su parte.
Cada
tema antologa el decantamiento de un gran set list que rememora al
fallecido Clarence Clemons, el escudero eterno armado con su sax tenor. El
tributo está más que a la altura. Bruce lo entiende perfecto: “Cuando muera la
banda, sólo entonces morirá Clemons”.
La
emoción es mayor. Quizá porque es una noche de otra sustancia, porque no hay
cuerpos embutidos en la parafernalia de pasarela que ronda los conciertos industriales,
los del top ten y los protectores de pantalla, porque el arrastre de las
mezclillas es casi intimidad en la dispersión de cifras que hablan de 14 000 o
17 000 asistentes, quizá porque uno puede ver a tres generaciones en un solo
abrazo para cantar Born to run.
Entre la
noche, la cerveza, los cigarrillos, los recuerdos, la sangre y las victorias,
con el trasiego de los campeones que no volverán, las manos fatigadas por la
muerte del sueño americano, la permanencia de la guerra que los deshizo (y cantó
el alegato antibélico más incomprendido de la música, Born in the USA,
tema ajeno a su set list base del tour), El Jefe dice lamentar no haber
estado antes.
Ojalá
vuelva. Pero como su propia obra, que se expande y se dispersa, que muta con
los tiempos de la turba política y sus pocos logros, nunca es posible afirmar
en el túnel de lo posible y su bola de demolición. Como sea, nos quedará esa
noche, cuando los ganadores no siempre ganan, cuando los que no lo tienen
pueden reírse en la tierra de la jungla, y recordaremos pasajes vitales de su
poderío, siempre sencillo, entregado, con la calidad de una banda legendaria en
sus permanentes y nuevos miembros. Un Bruce catártico que recorre cada
centímetro dentro y fuera de su zona central, que estrecha manos y se deja
querer, regala una armónica, sacude cabezas, se pone un sombrero tricolor, y
resulta abrumado para decir que es un recibimiento inesperado.
Fueron
tres horas con diez minutos para empuñar el giro de lo posible, desde el grito
de todas las urbes y sus barrios bajos, sus trabajadores desagarrados y sus
corazones hambrientos. Fue una fiesta y estaban, por una vez, todos los
invitados. ♦
So you’re scared and you’re
thinking
That maybe we aint that young anymore
Show a little faith, there’s magic in the night
You aint a beauty, but hey you’re alright
Oh and that’s alright with me.
That maybe we aint that young anymore
Show a little faith, there’s magic in the night
You aint a beauty, but hey you’re alright
Oh and that’s alright with me.
Thunder Road