JORDI
CANAL, RECONOCIDO HISTORIADOR CATALÁN, RESIDIÓ UNA TEMPORADA EN XALAPA PARA
IMPARTIR UN SEMINARIO SOBRE HISTORIA Y LITERATURA. EDUARDO SÁNCHEZ RODRÍGUEZ,
SU AVEZADO ALUMNO, CONVERSÓ CON EL MAESTRO, QUIEN AFIRMA: “NUESTROS PRODUCTOS
DEBEN SER IMPECABLES DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LA ESCRITURA. CREO QUE ESE ES
UNO DE LOS GRANDES RETOS QUE TIENE LA HISTORIA EN EL SIGLO XXI, UN RETO
PARALELO A OTROS, HAY QUE ESCRIBIR LA HISTORIA DE UNA MANERA DISTINTA”.
Historia:
Arte de reconstruir la vida de
los
hombres y las mujeres del pasado. Jordi
Canal
“Hay que estar atento por si brinca el conejo de la suerte –dijo
don Juan Matus en Las enseñanzas de don Juan– para agarrarlo rápidamente
de las orejas”. Así merito me sucedió una mañana, mientras leía Performance;
en su tercera de forros, había una convocatoria para un seminario sobre
historia, literatura y escritura, coordinado por la doctora Celia del Palacio.
Lo impartiría un historiador catalán muy reputado, pero lo que verdaderamente
atrapó mi atención fue la selección de lecturas recomendadas y, por supuesto,
me inscribí al momento. Lo mágico del asunto, paciente lector, es que
recientemente inicié mi primer ejercicio de novelar un proceso de la vida
cotidiana en el puerto de Veracruz, transcurrido durante el siglo XVIII; por lo
que el seminario representó mi conejo de la suerte. Sin duda, fue una magnífica
oportunidad de reflexionar sobre el devenir de la relación entre la Historia y
la Literatura (así, con mayúsculas) desde la perspectiva de un historiador,
“voraz lector” de novelas. Aprovecharé al máximo el insuficiente número de
caracteres que mi director decreta para compartir esta interesantísima entrevista
con mi maestro del seminario. Su currículum y su bibliografía son notables y
numerosos, es profesor titular de la École des Hautes Études en Sciences
Sociales (EHSS), en París.
Eduardo Sánchez: ¿Cómo fue tu acercamiento a la historia?
Jordi Canal: No voy a contar que ya lo tenía claro
desde el principio. Me interesaba por otras cosas como la economía, la
política. Pero a la salida del instituto decidí que quería hacer historia. Lo
atribuyo a que me gustaba mucho leer sobre el pasado, por la cultura, y me
pareció que era una buena manera de hacer las cosas que a mí me interesaban.
Evidentemente, al contarlo a mis padres, preguntaron: “¿Y de qué vas a vivir?”,
pero ya estaba convencido.
¿Conociste el franquismo?
Mis estudios de primaria fueron bajo el franquismo.
Nací en 1964, me tocaron doce años de dictadura. A veces, se intenta ver el
franquismo como algo homogéneo, pero es imposible con un régimen que duró casi
cuarenta años; lo que yo viví tenía muy poco que ver con el franquismo que
vivieron mis padres o mis abuelos. La transición me pilló en la adolescencia. A
la universidad entré en los principios de la época democrática, 1981-1982.
¿Como
historiador, cuál fue tu influencia primordial?
Estudié en la Universidad de Gerona tres años, y
luego te mandaban a la Universidad Autónoma de Barcelona; allí estudié hasta el
doctorado. En esa época, ambas universidades estaban totalmente dominadas por
el marxismo historiográfico y los primeros años me apunté en él. Tuve uno o dos
años de coqueteo con el Partido Comunista y no sabría decir exactamente cuándo
me alejé de esa información. Llevo guardada la sensación de haber sido engañado
de alguna manera por mis maestros, porque muchas de sus influencias pasaban por
unas listas de buenas y malas lecturas;
lo que uno debía leer, lo que uno debería no leer. Me parece que desde que
terminé la licenciatura me lancé a una lectura desordenada de todo aquello que
no me habían aconsejado o dejado leer. Recuerdo ese momento del doctorado como
un segundo descubrimiento de la historia, totalmente distinta, mucho más
abierta, con muchos más autores accesibles y nuevas perspectivas. Esa es la
base de la historia que hago en este momento. A veces pienso que en lo que
estoy haciendo hay más influencia de lo que estudié y reflexioné después de mi
carrera como historiador. En perspectiva, siempre he pensado que no nos
acabaron de contar toda la historia; en ese momento el peso del marxismo seguía
siendo muy fuerte en España recién terminada la transición. Empecé a leer mucha
literatura. Siempre lo había hecho pero me convertí en un lector voraz, tanto
de literatura como de historia, de ensayo. Pero es de esa manera que yo creo
que se forman a veces las experiencias de lecturas, saltando desordenadamente
de un libro a otro, dejándome llevar.
¿En qué tema te especializaste?
Sí, estuve dudando, durante mi carrera, a qué época
de la historia dedicarme; decidí, en la licenciatura, dedicarme a la historia
contemporánea. Sobre todo, finales del siglo XIX, principios del XX, esa es mi
especialidad. Allí decidí qué tesis doctoral hacer, estudiar a un grupo
político para una tesis de historia política; lo que tampoco estaba muy bien
visto en ese momento, cuándo predominaba sobre todo la historia social y la
historia económica. Una historia política de un grupo contrarrevolucionario, lo
que tampoco era evidente en una época en que se primaba el estudio de los
partidos de izquierda. Creo que la cronología influye mucho en esos años. La
historiografía salía del franquismo en 1975, y el estudio de las derechas no
era lo más bien visto para estudiar. Yo estaba convencido de que allí había
algo que hacer y me lancé a una tesis de la organización política de un
movimiento contrarrevolucionario que durante mucho tiempo había hecho la Guerra
Civil, y en la transición la única manera de sobrevivir que tienen es
convirtiéndose, aunque no crean en el sistema de partidos, en un partido
político. A eso me dediqué muchos años.
Comentabas tu interés por la literatura, ¿es ese interés el origen de este seminario?
No exactamente. Como decía, soy lector voraz de
literatura, sobre todo de novelas; pero no lo había planteado como tema de
estudio. Recuerdo que había utilizado algunas novelas de autores próximos a ese
movimiento contrarrevolucionario o contrarios, incluso había escrito sobre un
autor pero es mucho más adelante que me aparece ese interés. Interés doble
porque parte de una insatisfacción como historiador a la hora de reconstruir el
pasado, con los documentos que habitualmente utiliza el historiador. El historiador,
para mí, debe intentar reconstruir la vida de los hombres y las mujeres en el pasado. Eso no siempre se ha hecho
desde la historia, entre otras cosas porque es complicado. Los únicos que de
alguna manera consiguen construir hombres de carne y hueso son los literatos.
Había allí una conexión, si los literatos lo consiguen digamos que los
historiadores deberíamos aprender de los literatos, sin dejar de ser
historiadores; y, en segundo lugar, deberíamos leerlos para, a través de un
ejercicio de imaginación, trasladar a esos hombres y mujeres de papel en la
literatura a hombres y mujeres históricos. Evidentemente, aplicando todos los
criterios de rigor del historiador. Esa es una de las vías, la insatisfacción
para resolver los problemas del quiero saber cómo eran esos hombres y mujeres
del pasado, y no puedo con las armas y materiales del historiador. Por lo tanto
necesito abrir cosas nuevas y la literatura me parece que las aporta. La
segunda cosa que me lleva a reflexionar sobre historia y literatura es la
capacidad que tienen los literatos de contar historias y de narrarlas mejor que
los historiadores. Y a veces utilizando materiales, no voy a decir falsos, pero
no necesariamente verdaderos. Construir historias muy verdaderas, como plantea
Vargas Llosa en algún momento, de las verdaderas mentiras. A veces uno tiene la
sensación de que son más verdaderas esas novelas que una reconstrucción
histórica, además de que están mucho mejor escritas. Y, por lo tanto, ello me
lleva a reflexionar si los novelistas consiguen a veces construir, explicar el
pasado mejor que un historiador, es que estamos fallando en algo. Y por tanto,
para entender en qué estamos fallando, necesariamente uno debe hacer una
aproximación a la literatura; intentar entender cómo historia y literatura se
han relacionado en el tiempo, por qué etapas han pasado y qué tipo de relación
pueden tener en el futuro. Esas son las dos cosas que me llevan a interesarme
en ese tema.
Entonces, ¿cómo nace este seminario?
Empecé con una pequeña conferencia sobre la
relación historia y literatura, y luego fui ampliándola poco a poco; también
con algún artículo que escribí sobre Semprún, sobre Pérez Galdós o autores
distintos, y a partir de un momento me pareció que allí había material de un
seminario. Digamos ya no sólo una conferencia sino mostrar cómo se podía hacer.
El seminario es también una manera de convencerme a mí mismo de que ese
planteamiento puede funcionar, uno lo plantea teóricamente y luego
necesariamente hay que llevarlo a la práctica; ver si eso funciona. Una lectura
como historiador sobre algunas novelas, o bien sobre algún hecho concreto,
sobre algún proceso; ver cómo los literatos lo reconstruyen y, a partir de
allí, intentar reflexionar sobre si realmente vale la pena lanzarse en esa vía.
¡Yo creo que sí!, pero tampoco creo que sea ningún gran descubrimiento; en todo
caso, quiero hacer una llamada de atención de que allí hay una vía a explotar.
Y luego, evidentemente, lo que me interesa es que eso funcione para lo que
quiero plantear; sobre todo, en mis estudios de historia cultural o de historia
política.
¿Cómo
seleccionaste las lecturas para el seminario?
Bueno, algunas, para mí, son muy evidentes. Si
tuviera que hacer una lista de los historiadores que me han marcado, vivos o
no, en primera fila colocaría a Marc
Bloch. Sus textos son de finales de los veinte, de los treinta y principios de
los cuarenta; me parece un autor muy actual. Por lo tanto, considero La
extraña derrota un libro especialmente extraordinario. Poco conocido, para
mí es una lectura fundamental a la hora de reflexionar sobre historia y
literatura, y sobre cómo un historiador vive el compromiso. Un historiador es
testimonio de su tiempo, por lo tanto, se siente en la obligación de dejar un
testimonio de lo que ha vivido para las generaciones futuras. Justicia
poética de Martha Nussbaum es posiblemente la lectura más rara de las que
propongo en el seminario, pero me pareció muy importante reflexionar desde
alguien que no sea historiador; es socióloga, trabaja en economía y derecho.
Ella pregunta del porqué de los jueces poetas, y por qué un juez que lea
novelas va a ser más justo responde: porque tiene la capacidad de entender a
quién está juzgando.
Eso, de alguna manera, es lo que me gustaría
aplicar a los historiadores. Un historiador que lea novelas va a imaginar y a
pensar mejor el pasado; va a tener la capacidad de dictaminar, a través de esa
lectura de novelas, imaginar cómo eran, cómo pensaban, cómo sentían esos
hombres y mujeres del pasado. Me gustaba la idea de que alguien, desde fuera de
la historia, también lo viera en ese sentido. Sobre todo en el terreno de los
jueces, de los fiscales, de los abogados, que a veces nos parecen una cosa muy
alejada de la literatura. Las otras encomendadas son ya novelas, dos del siglo
XIX y dos del siglo XX, que me permiten mostrar que el historiador, leyendo
esas novelas, puede sacar elementos para entender mejor el pasado. Es lo que
intentaba a partir del 19 de marzo y 2 de mayo de Benito Pérez Galdós,
escrito en 1873, que permite reflexionar sobre cómo se construye una historia
literaria. Una historia de España desde la literatura, y también permite
reflexionar sobre el tiempo narrado y el de la guerra de Independencia de 1808;
tiempo vivido por el propio autor, que es 1873, y mostrar de nuevo, cómo lo que
se nos cuenta de 1808 es pasado por 1873, algo a lo que el historiador tiene
que estar muy atento. Paz en la guerra, de Miguel de Unamuno, es para mí
una de las grandes novelas sobre la contrarrevolución de España. Se podría
haber hecho con Madame Bovary, con La educación sentimental de
Flaubert, con algunas obras de Balzac, la gran novelística realista del siglo
XIX. Era poder demostrar cómo tal literato entendió mucho mejor las cosas que
un montón de historiadores. Un poco mostrar que los historiadores debemos ser
modestos, que no tenemos el monopolio de la historia.
Me parece que los historiadores no se hicieron
buenas preguntas, evidentemente los historiadores reconstruyeron la cronología,
los grandes hechos, nos contaron quiénes eran los grandes personajes. Más
adelante, en la época de la historia económico-social, nos dijeron cuál era su
profesión, a qué clase pertenecían, pero finalmente la pregunta clave, ¿por qué
alguien se hace voluntario y se va a una guerra civil en la que le pueden matar
por defender unas ideas? Ese era el porqué que los investigadores no podían, me
parece, responder. Y, en cambio, creo que este literato, en 1897, da una serie
de pistas fundamentales.
Una muestra de la novela que podemos leer en clave
histórica es La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa; un libro
maravilloso sobre algunos acontecimientos relativamente desconocidos que es esa
guerra de Canudos, en Brasil, sucedidos entre 1896 y 1897. Me permite mostrar
cómo se escribe la historia, y quiénes escriben la historia. Hay un gran
crítico literario que a ese libro lo describe como un clásico sobre otro
clásico. Es el ejemplo más claro de lo que Vargas Llosa, García Márquez y
compañía llamaron la novela total. Es una
novela sobre un libro, cuenta esos hechos de 1896-1897 a través de un
libro sobre 1896-1897, que es otro clásico de la literatura, en este caso
brasileña: Los Sertones de Euclides da Cuhna. Antiguo militar,
periodista que cubre la campaña de Canudos y acaba escribiendo un libro en
1912, donde cuenta todas las ideas preconcebidas que él y buena parte de los
políticos y periodistas de la época tenían sobre Canudos. Es un libro
indefinible, de geografía, literatura, historia, periodismo, sociología,
maravillosos. Y La guerra del fin del mundo es una novela sobre ese
libro. La última novela es La escritura o la vida de Jorge Semprún, uno
de mis autores preferidos. Escribe sobre los grandes temas del siglo XX: el
nazismo y el comunismo. Se mantiene en la órbita del socialismo, acaba siendo
ministro de Felipe González en España. Hay allí una reflexión sobre la libertad
y la democracia, que es la tercera opción, y yo creo que la única viable.
A la fecha,
¿cuántos seminarios sobre historia y literatura has impartido?
Es la primera vez que me atrevo a hacerlo largo, y
no sé, me gustaría que se convirtiera en un libro; pero son cosas que dejo ir
madurando. Cada vez que uno da un seminario aprende un montón de cosas, te
sugiere cosas, uno se da cuenta qué funciona y qué no funciona. Primero ir
publicando algunas de las sesiones, posiblemente como artículos y posiblemente
hacer un libro sobre historia y literatura.
¿Qué pronóstico puedes hacer sobre la relación historia y literatura?
Creo que no solo en el futuro, sino en los próximos
años, me parece que la historia y la literatura se están acercando, y lo estoy
planteando desde el punto de vista de la historia. Es cierto que desde el punto
de vista de la historia uno sigue encontrando grandes recelos todavía. Que los
historiadores nos acerquemos a la literatura o aprendamos de los literatos,
creo que los literatos en los últimos años lo están haciendo abiertamente. De
hecho, en los últimos tiempos están apareciendo novelas, esos textos
indefinibles, que están entre la novela, la crónica y la historia. Anatomía
de un instante de Javier Cercas me parece muy interesante y es muy difícil
definirla. No sé exactamente si es literatura o es historia. Es literatura porque
la ha escrito un literato, famoso por sus novelas; las librerías y las
bibliotecas lo clasifican en literatura. Pero de alguna manera también podría
ser historia, sería historia escrita por un novelista, tomándose algunas
licencias, pero si entendemos que la historia lo que pretende es reconstruir
ese pasado, y a los hombres y mujeres del pasado, podría ser historia. Tampoco
me parece mal que en la historia se tomen licencias. Creo que eso está
ocurriendo y es un fenómeno interesante a seguir, y por el otro lado los
historiadores deben plantearse –algunos ya lo han hecho– que la historia no
puede seguir escribiéndose como hasta ahora, y que la escritura es algo
fundamental. Que los historiadores también tenemos algo de escritores, y que
por lo tanto también tenemos público, nuestros productos deben ser impecables
desde el punto de vista de la escritura. Creo que ese es uno de los grandes
retos que tiene la historia en el siglo XXI, un reto paralelo a otros, hay que
escribir la historia de una manera distinta. El otro gran reto es hacer una
historia de los individuos, que podamos ver a esos hombres de carne y hueso
realmente: ¿cómo viven?, ¿cómo sienten?, ¿cómo piensan?, ¿por qué toman
determinadas decisiones?. Y la otra, posiblemente, es que el historiador debe
plantearse que las divisiones académicas, temáticas, tienen poco sentido más
allá de la academia; de cómo clasificamos los libros en una biblioteca, y que
lo que debe predominar en los historiadores son las preguntas y los problemas
que se plantea. Da igual dónde vaya a buscar los materiales, de dónde tome
inspiración, lo fundamental es resolver los problemas. Creo que si los
historiadores asumen una buena recepción de esas tres líneas, habrá de dar
gracias a esa famosa “crisis” de la historia, que se llevó los grandes
paradigmas por delante a finales del siglo XX; y pensar que fue una crisis no
sólo liberadora, sino antesala de un gran momento para la historia. Que nos
podría hacer recuperar los grandes momentos de los años veinte, los treinta,
los Marc Bloch y compañía; y pasar por encima de épocas menos gloriosas de la
historia. ♦
Por Eduardo Sánchez Rodríguez