Obra de Sheila Goloborotko |
Sheila Goloborotko continúa en el Jardín de las Esculturas con su propuesta plástica Retro-prospectiva. Brasileña
de nacimiento, esta artista ha logrado conectar con el público y la
crítica de Nueva York gracias a la originalidad de su obra. Omar Gasca
escribe: “posee diversos atributos que radican sobre todo en la
experimentación y en la negación a hacer de la habilidad técnica el
objetivo de la obra.”
Para fortuna de unos y zozobra de otros sigue viva la exposición Retro-prospectiva de
Sheila Goloborotko, que se inauguró el miércoles 11 de julio en el
Jardín de las Esculturas. Regocijo y congoja porque se trata de una
muestra cuyo contenido pone en evidencia a los muchos artistas
conservadores que padecemos (y que algunos en su carencia de referentes
gozan), mientras se ofrece como un ejemplo de quehacer alterno,
profesionalizado y, a la vez, sustentado en la tradición y las técnicas
típicas y ortodoxas, pero empujadas al límite, sobrepasándolo en algunos
casos gracias a una visión que conjuga conceptos innovadores y oficio,
sin menospreciar por cierto el lado mercantil del asunto, para lo cual
la autora tiene sin duda una calculada, estratégica, organizada y casi
perversa capacidad.
No
de gratis esta artista combina su labor como profesora en Pratt
University, su función como Master Printer y directora artística del
Centro de Estampa de Nueva Jersey (PCNJ), su actividad como creadora y
su Goloborotko's Studio, es decir su centro de producción y difusión del
grabado, con su tienda real y virtual donde vende desde camisetas hasta
catálogos, pasando por platos, corbatas, delantales y lámparas.
A
pesar del apellido, Goloborotko nació en Brasil, donde terminó la
carrera de arquitectura y aprendió la fabricación de papel para luego
mudarse a Nueva York y ganar allí seis veces el Brooklyn Arts Council
Award y, una vez pero para siempre, la idea de innovar, pero no sólo en
el sentido de lo artístico sino en ése que se suscribe a las teorías
estadounidenses de la innovación de producto como estrategia empresarial
dirigida a ganar nicho y competitividad en el mercado.
Es
por eso que su obra y la actitud que ella refleja sostienen lazos muy
estrechos con el diseño (semiindustrial, diríamos), y con lo que antes
llamábamos “arte aplicado”, esa etiqueta empleada para aludir, en
oposición a las Bellas Artes (así, con altas), a las obras que más que
servir como estímulo emocional o intelectual incorporaban ciertas
premisas de “lo artístico” (ideales, se decía antes) para “aplicarlas” a
objetos de uso diario como una taza, un baúl o una máquina de coser.
Más
un conocimiento amplio y detallado de las pertinencias y vigencias de
lo que funciona a propósito del éxito de crítica. Más una hábil búsqueda
de compatibilidad entre las aspiraciones, las intenciones personales y
las exigencias posibles y efectivas del público. Más la idea de un valor
autónomo y el imperativo artístico de la originalidad, ésta en el
sentido de Arnold Hauser cuando dice que “el ansia de originalidad, el
exagerado concepto de sí, el subjetivismo desmesurado no son, desde el
punto de vista sociológico, más que armas para la competencia dentro del
gremio artístico, un gremio que ha perdido sus antiguos patrocinadores
y que, por ello, se siente ahora sometido a los riesgos del mercado
abierto”. El mismo Hauser que en su Introducción a la historia del arte aclarará que “si
se quisiera encontrar un criterio de validez general para el arte,
podría pensarse como solución en la originalidad. Tal criterio, sin
embargo, no existe. Sobre el arte apenas si puede afirmarse nada, de lo
cual no pudiera también afirmarse, en cierto aspecto, lo contrario. La
obra de arte es, a la vez, forma y contenido, profesión de fe y engaño,
juego y mensaje, próxima y lejana a la naturaleza, con un fin y sin
finalidad propia, histórica y suprahistórica, personal y supra-personal.
Ninguno de estos atributos, sin embargo, parece poseer una validez tan
general como el de la originalidad”. Como escrito a la medida.
Lo
especialmente interesante del trabajo que ahora se exhibe es que, a
pesar de su híbrida y heterogénea naturaleza y de su propensión a
sorprender pero a gustar, posee diversos atributos que radican sobre
todo en la experimentación y en la negación a hacer de la habilidad
técnica el objetivo de la obra, que por cierto coincide con la vocación
de Stravinski acerca de la búsqueda de la unidad a través de la
multiplicidad, y con su poética, con ese hacer desde el orden: “El arte
es constructivo por esencia”; “el arte es lo contrario del caos”.
“La
obra de arte tiene que abrir la puerta a una visión del mundo nueva y
peculiar”, decía Hauser, y aquí agregaríamos, para el caso, que no
importa si de lado ofrece atractivos paladeables de esa índole que hace
pasar por revolucionario lo que puede reducirse a una suma de oficio,
información actualizada, medios de producción, marketing y una
hipersensibilidad para identificar el talento que se requiere y se
reconoce por el momento. ♦
Por Omar Gasca
Por Omar Gasca