Escultura de José Bazán |
En el evangelio según san Mateo (cap. IV, v. 10) Jesús pronuncia estas palabras: vade retro Satanás, luego
de haber vencido las tentaciones que el diablo le hacía y para alejarlo
de él. Con el tiempo, la expresión pasó a usarse para rechazar lo mismo
a personas que a ideas. Al elegirlas como título de su retrospectiva,
José Bazán, sin duda, está haciendo un exorcismo, le está diciendo ‘no’ a
algo. Su exorcismo está dirigido a los demonios de la inacción, del
conformismo, del consumismo que todo lo hace superfluo, que todo lo hace
pasajero, obsoleto y viejo. Como todo arte, el de Bazán le está
diciendo que no al tiempo.
Si
hay una palabra que pueda definir el trabajo de José Bazán ésta es, a
mi entender, reinvención. No es que él encuentre nuevos usos para los
distintos materiales que recicla (madera, piedra, metal), no es ese el
trabajo del escultor; José Bazán lo que hace es hallar nuevas formas
para los materiales. Al ensamblar, crea. En su arte, el detrito florece.
Sabedor de que lo feo es la materia que sufre (Amado Nervo dixit),
José Bazán busca, a mi entender, que la materia desechada, retorcida,
oxidada, fragmentada, encuentre una nueva y feliz expresión en sus
creaciones, una forma donde ya el sufrimiento no tiene cabida, porque en
su arte mucho hay de ser niño y no pocas de sus esculturas tienen alma
de columpio. No piense el lector en la forma, sino en la alegría que
produce el balanceo que nos aleja brevemente de la realidad, que, breve,
milagrosamente, nos instala en otra realidad. Al observar su trabajo
vamos de lo familiar a lo desconocido, de lo conocido a lo
extraordinario. En sus obras hay algo de bicicleta, algo, más que de
bicicleta, de la emoción de andar en bicicleta; algo de imagen robada al
sueño, algo, qué digo algo, mucho de garabato.
“Toda
obra de arte –nos dice Orlando González Esteva–, antes de serlo, fue
garabato, es decir, atisbo, vacilación, esbozo. Es más, toda obra de
arte, por terminada que parezca, sigue siendo garabato. Su indispensable volubilidad
o sujeción a tantas interpretaciones como admiradores y detractores
reúna, y la proverbial ineptitud del artista para salvar la distancia
entre sus ideales y sus logros, la convierten en algo definitivamente inacabado.”
Porque nada está acabado, parece decirnos Bazán, todo puede volverse
otra cosa, la materia ayer tirada en el patio del chatarrero es hoy la
criatura que nos sorprende, la máquina que nos invita a imaginar su
función. En determinado momento casi cualquier objeto puede devenir en
arma, pero también en instrumento musical. El arte de Bazán nos
demuestra que mucho de lo que desechamos puede devenir en arte, que ahí
donde ayer no veíamos más que algo viejo y usado, hoy vemos algo
renovado, no despojado de la piel que el tiempo y el uso le ha dado,
pero sí convertido, reinventado por este fabricante de greguerías de
metal, en materia que canta, en forma que, desde su inmovilidad, baila.
Me explico. Ramón Gómez de la Serna definió a las greguerías de la
siguiente forma: humor + metáfora = a greguería. Y qué sino una forma de
hallar nuevas, increíbles formas es la greguería: “El cocodrilo es un
zapato desclavado”, o bien: “Ajos: dientes de bruja”, o “reloj: flor de
metal”. Y justo eso que Gómez de la Serna hacía con las palabras, Bazán
lo hace con el metal y la madera.
Se
dice que en un principio Bazán fue fundidor, ¡nunca ha dejado de serlo!
En su obra todo se funde: se funde el sueño y la razón, la infancia y
el sueño, la razón y el juego, el juego y el metal, el triciclo y el
acordeón, la pala y el reloj, las viejas y oxidadas alas de un ángel con
unos pedales, los pedales con unas manecillas, las manecillas con los
restos de un fonógrafo, la rueda de la bicicleta con la rueda del
tiempo... de pronto, ante sus esculturas tenemos las sensación de que
estamos ante una colección de objetos robados de las estanterías del
sueño, más que juguetes fantásticos, metáforas fantásticas del juego.
Alguna vez Borges definió la metáfora como “la curva verbal que traza
casi siempre entre dos puntos –espirituales– el camino más breve”. Las
esculturas de José Bazán son eso: un atajo para internarse entre los
senderos del asombro y de la fantasía. Estamos ante la obra de alguien
que con su arte nos recuerda lo mucho que se puede hacer cuando se
juega, cuando no se acepta el rol que siempre damos a las cosas: lo
viejo, lo usado, no es lo desechable, es la materia prima para hacer lo
nuevo, lo fresco, lo alado, para dotar de vida a lo inanimado. En el
mundo de José Bazán lo inútil se vuelve útil. ¿Útil para que? Para
fundir el sueño con la vida. Tiempo vade retro. ♦