Crónica de una amistad literaria


Publicado porJosé Homero el 5:21 p.m.





Publicado por Lumen, Borges y México es el último trabajo de antologador y prologuista que realizara Miguel Capistrán quien falleció el pasado 25 de septiembre. En esta lectura a los textos del volumen, que incluye los de Elena Poniatowska, Sergio Pitol, Xavier Villaurrutia, Salvador Elizondo y Carlos Monsiváis, entre otros, Josué Castillo afirma que este conjunto reconstruye “el ambiente que se creó alrededor de Borges, buscando definir su silueta e inscribirla dentro del mundo intelectual mexicano”, sobre todo partir de la relación entrañable del autor argentino con don Alfonso Reyes.
Después de la ira de una viuda que se siente dueña última y guardián de su difunto marido –que a pulso se ha ganado el mote de “la Yoko Ono de la literatura argentina”– y el escándalo hecho más y más grande por varios periódicos, con un sesgo claramente político, Borges y México está a punto de llegar a nutrir varias bibliotecas del país.
Fue en el primer piso de la calle México, número 564, en Buenos Aires, en donde este libro se empezó a escribir en el registro vital. El joven mexicano Miguel Capistrán entró, sin tener mucha idea de lo que podría pasar, al despacho del director de la Biblioteca Nacional. Estaba por cumplir una obsesión juvenil: conocer al autor de El Aleph, al mismísimo Jorge Luis Borges. Allí, y así, dio inicio la serie de eventos que harían que finalmente, en 1973, Capistrán lograra que Borges pisara tierras mexicanas para recibir el premio Alfonso Reyes en la Capilla Alfonsina.
Editorial Lumen ha logrado un acabado tomo de 406 páginas en donde se incluye un prólogo en el que, en tono casi de justificación, Capistrán cuenta las travesías y el galimatías que vivió por su obsesión de conocer a Borges y traerlo a México. También encontramos textos de reconocidos escritores mexicanos sobre el argentino, incluyendo a Elena Poniatowska, Sergio Pitol, Xavier Villaurrutia, Salvador Elizondo y Carlos Monsiváis; la recopilación de todos los textos de Borges que hacen referencia a México y, finalmente, la sección que, a percepción de quien escribe este texto, resulta medular y constituye en la guía de lectura de esta selección: Borges y Reyes.
La selección y el orden de los textos posteriores al prólogo reconstruyen el ambiente que se creó alrededor de Borges, buscando definir su silueta e inscribirla dentro del mundo intelectual mexicano. Así, nos encontramos con un Juan José Arreola que lo pone codo a codo con Kafka y Juan Rulfo, o un Enrique Krauze que busca indagar su cercanía con el judío Spinoza.
¿Qué le da coherencia a ésta y a cualquier otra recolección de textos, qué línea les atraviesa y busca decir algo? Algunas antologías dan la impresión de ser un puñado de textos elegidos casi por azar o al ritmo de alguna pasión que no alcanzamos a distinguir, dando como resultado una sala de museo o una galería en la que un curador descuidado sólo arrimó pieza con pieza siguiendo algún patrón u orden caprichoso. No es el caso de Borges y México, pues aunque si bien fue realizada en fast track –comenta Capistrán en entrevista que la editorial sólo le dio un mes y medio para realizar el trabajo de editor– el editor efectúa su trabajo con maestría de museógrafo, mediante una cuidadosa selección de textos que nos narran no sólo la relación de Borges y México, sino principalmente su amistad con Alfonso Reyes.
Revivimos, gracias a una crónica publicada en Excélsior el 8 de diciembre de 1973 por Eduardo Deschamps R., la ceremonia del Alfonso Reyes, en donde cerca de 200 personas atestiguaron la entrega del galardón de manos de Víctor Bravo Ahuja, Secretario de Educación Pública quien representó al presidente Luis Echevarría, ante la presencia de personalidades como Juan Rulfo, Ramón Xirau, José Emilio Pacheco y Salvador Elizondo. Nos enteramos, por ejemplo, en “Guiños de amistad y complicidad” de Christopher Domínguez Michael, que la amistad entre estos dos personajes comienza con un curioso caso de telepatía el 26 de enero de 1929, cuando en su diario anota: “Caso de telepatía con Borges: yo necesitaba un libro de Mathew Arnold y uno de Tyler. Le pedí por carta a Borges este último. ¡Y me había enviado los dos!”. Por Donald A. Yates entramos, también, en la discusión de si Borges y Reyes se conocieron en Madrid o solamente hasta que el segundo fue embajador de México en Argentina, polémica en la que sin dudar también entra Capistrán, tratando de aclarar las cosas. Pero, sobre todo, nos encontramos con testigos y detectives que van buscando en la ficción y la vida la influencia de uno sobre el otro. Emergen detalles que muchos, hasta ahora, desconocemos, han sido olvidados progresivamente o han sido opacados por otros de mayor proporción; como por ejemplo que Bioy Casares y Borges hicieron todo lo posible para conseguir que a Reyes le fuese asignado el Premio Nobel (hazaña que no se logró ante la negativa de la Sociedad Argentina de Escritores para apoyar la candidatura de un extranjero); también queda registro de la fascinación de Reyes por la capacidad de Borges para crear mundos y sus reglas, para la composición poética y, sobre todo, su capacidad para transformar la lengua española.
Con Borges y México estamos ante el resultado de la fascinación y el enamoramiento. Primero, del antologador y un puñado de autores connacionales por Borges; después, el de Borges por Reyes. Borges y México podría ser la crónica de una amistad literaria, recordándonos que se llega a los autores siempre por pasión, enamoramiento o mesmerismo. Que nuestras afinidades literarias e intelectuales –tema interesante para los pensadores de la amistad, los agenciamientos y la multitud– emergen en términos pasionales y no a partir de concepciones racionales de cooperación o mera conveniencia. ¿Sería descabellado pensar que así como existió Biorges existió un Reyges, que de algún modo la influencia, al menos de Reyes sobre Borges, fue lo suficientemente grande como para cambiar el rumbo de su desarrollo literario? Algunos autores parecen señalarlo, entre ellos Capistrán, pues mencionan cómo, por citar uno de varios ejemplos, Borges empezó a revalorar su trabajo tras conocer a Reyes, quien leía lo que que quería hacer, sin reparar en los errores propios de un escritor que está en ciernes. Para enterarse de esto es necesario señalar dos cosas: primero, que Borges no empieza a escribir prosa hasta que éste es respaldado y guiado por Alfonso Reyes; segundo, que Borges no permitió se reeditaran ensayos suyos escritos antes de conocer a don Alfonso. En fin, todo apunta a que la presencia de Reyes marca un antes y un después en la obra de Borges, hecho que puede ser comprobable en el estilo cada vez más natural que adquieren sus ensayos desde 1927, o en el cuidado cada vez mayor que tiene Borges para la selección de la poesía que publicaría. Apunta Yates: “tenemos todo el derecho de suponer que la prosa de Reyes servía a Borges como modelo. Finalmente, y de mayor importancia, Reyes para haber despertado en Borges la idea de que él sí era capaz de escribir prosa narrativa.”
Este libro es perfecto para el curioso que quiera adentrarse en los recovecos de la obra de Borges desde un territorio conocido, el nacional, y el de una de nuestras más grandes figuras de las letras. Pero en otro nivel de lectura es también excelente para los estudiosos de la amistad y las pasiones literarias. Aquí, a través de cartas, reseñas y críticas, queda manifiesto el desarrollo y culminación de una amistad que sólo termina a la supuesta muerte de los dos implicados, pues uno vivirá siempre en la obra del otro.
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