Bellísima
cosa
—¡toda la ciudad en ruinas!
—¡toda la ciudad en ruinas!
William Carlos
Williams
Nada habla tanto de una
sociedad y sus delirios como las ciudades. Elemento fascinante y proteico por
naturaleza, la ciudad testimonia -en su irrevocable desgaste- las arrugas,
fisuras y las señales del crepúsculo inscritas desde el origen en sus entrañas:
la ciudad es el termómetro de su cultura.
Tiene años que diversos
escritores, sofistas y otros científicos sociales vienen señalando la
decadencia del sueño americano (desde las conocidas y hasta cansinas tesis de
Noam Chomsky e Immanuel Wallerstein hasta los frescos análisis del pedagogo
Peter McLaren, el revisionismo histórico de Howard Zinn y los sugestivos
ensayos de Richard Sennett). Vistas las condiciones actuales del Imperio
Americano, podríamos decir que no les ha faltado razón. Si bien su poderío
militar sigue intacto -para muestra de su capricho basta el caso de Pakistán,
por decir algo-, los Estados Unidos han dejado de ser percibidos como la
potencia económica plenipotenciaria que garantiza el pleno desarrollo de sus
intereses y vela por “la paz en el mundo”, hecho que se vio magnificado luego
de la crisis de 2008. Desde esa fecha, China cobró un protagonismo que ya se
dejaba sentir desde hace años y que demuestra que los horrores del capitalismo
tardío han incubado con extraordinaria velocidad un monstruo asiático que ni
los profetas más intrépidos pueden todavía dimensionar (si los chinos llegan a
dominar al mundo, qué duda cabe, vamos a extrañar a los gringos). Puede que el
Imperio ya no sea lo que era, pero aún se encuentra lejos de su último
estertor. Todavía está por escribirse la épica del
ocaso americano.
Empero, si aguzamos un poco la mirada, podremos darnos
cuenta de una herida que susurra ya los ecos de la muerte: Detroit, el antiguo
corazón motriz de la ciudad que albergó las casas matrices de Ford y General
Motors, es desde hace décadas un territorio minado, a medio camino entre la
ciudad fantasma y el paisaje apocalíptico.
En un ensayo extraordinario sobre la obra de William
Carlos Williams, Octavio Paz comparaba a la sociedad mexicana y la americana a
través de la sensibilidad que expresaban sus ciudades, pero sobre todo de lo
que entrañaban sus ruinas. Paz sostenía que si en México la
historia se enfrentaba a las vestigios del pasado, en Estados Unidos asistíamos
a los desalmados escombros del futuro, desprovistos de toda significación
profunda.
Actualmente el sudeste de
Detroit está compuesto por praderas urbanas, es decir, por construcciones
devoradas por la maleza, lo que ha ocasionado no sólo insólitos paisajes sino
también un repoblamiento de la fauna local. Más de la mitad de la población de
la ciudad ha emigrado -particularmente los blancos, fenómeno conocido como
white flight- lo que ha empobrecido a la población restante, compuesta
principalmente por negros. En
2005 se estrenó la película Detroit, the ruin of a city, donde se da cuenta del paulatino deterioro del hogar de
Robocop. Son imágenes impactantes, como las que se miles que cuentan a lo largo
y ancho de la red, en las que es posible maravillarse, espantados, con los
edificios abandonados de una sociedad hemipléjica: ese majestuoso esplendor que
habita en las ciudades arruinadas.
Sé que es aventurero y hasta
precipitado ver en la decadencia de una ciudad un mensaje para la sociedad
venidera. Es cierto. Tan cierto como que Roma tampoco fue destruida en un día y
sin embargo sus escombros permanecen. ♦
Por Rafael Toriz
Por Rafael Toriz