Adiós Luis, gracias Lusane*


Publicado porJosé Homero el 2:16 p.m.



Portal de la Gloria

 El pasado 15 de agosto se conmemoró el 191 aniversario de los Tratados de Córdoba. Ese día, en el Portal de la Gloria, monumento histórico del centro cordobés, Miguel Capistrán, defensor del patrimonio arquitectónico de su ciudad natal, leyó el siguiente texto. Mes y medio después, el autor de Borges y México falleció en la capital del país. Su obra, como la causa que abanderara siempre, representan su enorme legado
Hace ya –¡increíblemente!– 41 años, en otro 24 de agosto como hoy, entre las celebraciones por el 150 aniversario de los Tratados de Córdoba, se mostraba a los cordobeses el renovado resplandor arquitectónico de El Portal de la Gloria, construcción virreinal que había sufrido un deterioro acumulado en su estructura durante largo tiempo.
Este monumento, calificado como de estilo mudéjar, está catalogado como uno de los mejores ejemplos de su tipo en todo el país, como se puede apreciar todavía en la actualidad. Y con su presencia le imprime no sólo carácter sino parte del aire distintivo que tuvo desde la fundación de esta ciudad, donde nacimos tantos de los que hoy nos congregamos en este magnífico recinto que sobrevive con su portal que, como especial privilegio, se le permitió a los fundadores de “nuestra ciudad mía”, expresión que tomo prestada de mi maestro Salvador Novo que nos acompañó en esa fecha antes referida y que él usó al aludir a la ciudad de México, de la que fue su Oficial Cronista.
Conocido este edificio durante un lapso más que prolongado por el nombre de la cantina que albergó, esto es el Portal de la Favorita, tras la restauración que le devolvió su aspecto original se rescató el nombre que llevó primigeniamente y que volvió a ostentar: Portal de la Gloria.
Ahora bien, a su relevancia y belleza como monumento artístico debe sumársele su valor histórico por varios hechos que aquí sucedieron y por los personajes que en algún momento estuvieron presentes en este lugar. Así, pues, la historia de este conjunto residencial comienza con su construcción por un descendiente de los llamados Treinta Caballeros, don Manuel Hernández de Ávila, al emparentar por medio del enlace de sus dos hijas con don Francisco de la Llave, quien enviudó de la primera y contrajo nupcias con la segunda.
De la unión de esas dos familias nacieron sus hijos Francisco y Pablo, ambos destacados en el medio cultural y político del siglo XIX. Pablo, uno de los más ilustres naturalistas mexicanos, diputado de las Cortes en Cádiz en 1812 y director del parque botánico de Madrid, donde vivió un tiempo. Su hermano Francisco destacó como periodista, como escritor y tuvo el mérito de ser el autor del primer cuento publicado en nuestro país, simpatizante del grupo independentista denominado Los Guadalupes, razón por la cual fue asesinado por un realista fanático apellidado Ríoseco, aquí afuera de esta casa, por el lado frontero a la parroquia.
En ésta, asimismo, pernoctaron Agustín de Iturbide cuando se firmaron los Tratados de Córdoba hace 191 años. Cuando venían de paso a México después de su llegada a Veracruz, Maximiliano y Carlota fueron alojados en ella. Además el hecho de que por el lado de la calle 3 viviera la familia Cuesta Porte-Petit, uno de cuyos miembros fuera nada menos que Jorge, el escritor, el científico, el polemista y agudo crítico de la realidad, de la vida nacional, el hombre que descolló por su portentosa inteligencia, el descubridor, maestro y guía de Octavio Paz. Otorga a este sitio una condición casi de santuario del saber epitomizado en Cuesta, líder indiscutible del movimiento del grupo de escritores conocidos como los Contemporáneos, sus grandes colegas con quienes ya en la ciudad de México acometió la lucha por introducir a nuestro país en el moderno siglo XX. Vale decir que por esta sola cuestión, por la pertenencia de Cuesta, este magnífico palacio virreinal tiene un notable valor añadido. Jorge tuvo un primer conocimiento de algunos de sus colegas en Córdoba, durante las conmemoraciones del Primer Centenario de la Independencia, que aquí arrancaron a nivel nacional, debido a que el 24 de agosto de 1921 se cumplía también el primer centenario de los tratados que llevan el nombre de nuestra ciudad, cuando asistió el general Álvaro Obregón, entonces presidente de la República, quien era acompañado por el cuerpo diplomático y miembros de su gabinete, de manera muy destacada por José Vasconcelos que días antes vio realizado el proyecto que creaba la Secretaría de Educación Pública. En esa comitiva venían algunos de sus jóvenes colaboradores: Jaime Torres Bodet y José Gorostiza, quien escribió un poema dedicado a las mujeres de Córdoba y que leyó en una velada celebrada en el teatro Pedro Díaz.
Son, en fin, éstas algunas circunstancias por las que este Portal de la Gloria tiene tan especial significado para Córdoba y por ellas, y por cuanto aquí, transcurrieron momentos inolvidables para mí durante mi infancia y porque, asimismo, todas ellas ocurrieron alrededor de esta plaza. Y sus construcciones y sus emblemáticas palmeras siempre acuden a mi memoria cuando muy frecuentemente me invade la nostalgia por el terruño.
Pero divago; y vuelvo al cauce original de esta rememoración para recordar que quien me hizo advertir la belleza y la importancia de este portal fue el inolvidable Antonio Bargés, maestro de varios que fuimos alumnos del Grupo Escolar Cervantes. Y me hizo notar también cómo la destrucción del antiguo Casino Cordobés y el Portal del Cantábrico le hicieron perder a nuestro parque 21 de Mayo la unicidad que tenía ese conjunto de arcadas y columnatas.
Fue así como nació en mí la frustrada vocación de arquitecto, que al abandonar esa carrera derivó en el campo de las letras y se robusteció en mi interior la voluntad de defender todo aquello que tenga que ver con Córdoba y su patrimonio monumental, ya desgraciadamente tan mermado. Pero sigo con mi propósito de que no se altere más nuestra plaza o zócalo, el escaso reducto que nos queda en el que aún junto con el tramo de la calle 3 algo nos dicen de la Córdoba tradicional.
Por ello, y porque este portal nos congrega en un día de resonancias particulares para quienes somos de aquí, fue por lo que cuando un aciago fin de semana que vine, como siempre lo hacía, sufrí un impacto verdaderamente terrible al ver que comenzaban a derruir los muros de esta casa soberbia, para iniciar una lucha por impedir que se consumara el atentado. No es necesario que mencione las dificultades que enfrenté, sobre todo aquí mismo por parte de gente que ante el deterioro que ya mostraba la construcción opinaban que era absurdo tratar de salvar unos paredones viejos que afeaban el centro histórico de la ciudad. No obstante gracias al apoyo que recibí de personajes e instituciones del medio cultural del Distrito Federal, muy destacadamente de mi indiscutible maestro que fue Salvador Novo, de quien fui asistente durante años, se logró detener la destrucción. Sin embargo venía un aspecto cuya superación parecía puntos menos que imposible: la restauración del inmueble, puesto que su costo era inalcanzable.
Sin embargo, ocurrió algo que rebasó mis expectativas, porque fue tan portentoso que no puede calificarse sino como un milagro cuya dimensión fue espectacular. En 1970 volvió, afortunadamente para la ciudad, Luis Sáinz López-Negrete a encargarse de negocios que eran parte de la herencia del cafetalero Tirso Sáinz Pardo.
Acudí a verlo para inquirirle sobre el destino del portal que ya era intocable y de manera atrevida sugerirle que podía convertirse en un centro comercial. Le comenté muchos de los elementos arquitectónicos e históricos que he descrito antes y de manera utópica referí que mi sueño sería que se pudiera crear en esta construcción un centro cultural, que tanta falta le hacía a la ciudad.
No imaginaba que estaba frente a un hombre de gran sensibilidad y cultura que había aplicado su inteligencia en la creación de un idioma universal, por medio del cual se hiciera posible la comunicación entre todos los seres humanos para alcanzar comunicación y armonía generales, y para lograr su objetivo de una lingua franca había estudiado varios idiomas.
Hubo un punto más de contacto entre nosotros. Estuvo marcado por el tema de la Guerra Civil española, que desde que ingresé al kínder en el Cervantes me familiaricé con ese drama social. Para muchos cordobeses fue una fortuna que se asentara entre nosotros ese grupo de maestros excepcionales; para Luis la tragedia fue terrible puesto que afectó a familiares suyos tan entrañables, como su abuelo que le transmitió el interés por el conocimiento.
Fue por supuesto ése un encuentro entre afinidades electivas y a partir de ahí se dio una cercanía muy productiva entre ambos. A partir de ahí tuvimos varias reuniones. Por entonces Héctor Salmerón andaba en campaña para la presidencia municipal y ofrecía que su administración sería completamente diferente a las anteriores. En uno de los actos proselitistas del futuro mandatario local, Lusane, que era el apócope de su nombre y con el cual bautizó a su idioma, sorprendió a la ciudad entera anunciando que donaba a Córdoba este patrimonio que hoy nos reúne.
Vino después el segundo gran milagro, que fue el hecho de que el entonces gobernador del estado, el licenciado Rafael Murillo Vidal, al enterarse del tamaño de la donación ofreció y cumplió, asumiendo la restauración del edificio por parte del gobierno estatal. Se hizo cargo del proyecto el arquitecto Carlos Flores Marini, realizador de varios importantes trabajos en la materia.
Este par de acciones insólitas marcan un momento muy especial de la historia cordobesa, pero sobre todo ubican a Lusane como uno de los muy escasos benefactores que ha tenido la ciudad y su región a lo largo de los siglos. Podemos sin lugar a dudas situar a Lusane al lado de Doña Francisca de Irivas, que también donó algunos edificios para que se usaran en servicios educativos.
Otra figura importante para la historia de la filantropía local fue don Antonio Gómez de Guevara, quien introdujo el cultivo del café en la región que hizo que se conociera a Córdoba no sólo como la ciudad de los Treinta Caballeros, sino como el calificativo de la Ciudad de los Cafetos. Fue igualmente introductor del mango de Manila, lo que le dio a la nueva nación independiente una bonanza económica que fue distintiva condición de la República, mientras Gómez de Guevara se arruinó por sus afanes importadores.
Empero, a pesar del acto de magnanimidad tan grande efectuado por Lusane, por la trascendencia de su valía material y por la relevancia de los propósitos que pidió se acataran para cumplir el sentido de la donación, no fueron efectuados en su integridad en las cuatro décadas siguientes de que fuera entregado al pueblo de Córdoba.
Hoy, cuando Luis ya no está, es por demás admirable el hecho de que Graciela Zamudio y Jorge Layún recuerden a ese cordobés de excepción que fue Luis Sáinz López-Negrete con la instalación de su busto en este conjunto arquitectónico que lleva impresa su huella generosa en sus muros, en sus columnatas, en sus arcos. Aquí perdurará su memoria en todo este espacio.
Para finalizar no puedo menos que despedirme diciendo adiós Luis, gracias Lusane.

*Transcripción del discurso pronunciado por Miguel Capistrán durante la develación del busto en honor a Luis Sáinz López-Negrete el pasado 24 de agosto en el marco de los festejos del 191 aniversario de la firma de los Tratados de Córdoba. El discurso original es más extenso pero esta es la parte que Capistrán leyó.
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