Los fanáticos de los
seriales televisivos tenían razón al suspirar con el fin de Los Soprano.
La producción era impecable y el reparto ya había logrado esa difícil cohesión
que detona el éxito de una serie. Era imposible, llegó a pensarse, que se
produjera en el corto plazo otra teleserie sobre la mafia. Para fortuna de
todos estaban equivocados.
Roberto
Saviano logró integrar un grupo de escritores y productores para filmar Gomorra
(2014), una serie que sucede en Nápoles, con actores italianos desconocidos,
hablada parcialmente en italiano y napolitano, la cual regresa a ese barrio del
norte de la ciudad que es uno de los más peligrosos de Europa: il
Secondigliano. La serie es, parcialmente, una continuación de la película que
Mateo Garone llevó a la pantalla grande en 2008. Aunque en la serie las
familias de los Savastano y los Conte pelean por mantener el control del
tráfico de estupefacientes, del control de las prisiones y de cobrar el
impuesto en las plazas que tienen bajo su control. En el centro de este
vértigo, las pasiones de los protagonistas no dejan de modificar la historia en
uno y otro sentido.
La camorra
impone su ley en Nápoles, se sabe. Las peleas intestinas entre las familias,
así como los permanentes ajustes de cuentas entre los rivales, mantienen la
atención del espectador y le dan una sensación de que la mafia americana es una
versión light –parcial, endulzada y hasta desguanzada–, de lo que sucede
en las calles de Italia. Y es que no ha sido posible evitar que la mafia se
infiltre en la política italiana. La Cosa Nostra (Sicilia), la camorra
(Nápoles) y la 'Ndrangheta (Calabria) mantienen la tenaza cerrada sobre los
puertos, las prisiones y las fronteras. El asesinato del juez antimafia
Giovanni Falcone y su esposa en 1992, por ejemplo, cerró un ciclo en la
política italiana. El mensaje era muy claro: el ejercicio del poder nada tiene
que ver con urnas, marchas y acciones de la sociedad civil. Hay algo podrido en
la nación mediterránea.
El
retrato de Gomorra es televisivo y poco fiable, pero concentra sus
energías en focos de interés general. La familia aún es el vínculo que permite
la transmisión del poder y, de la misma forma, los códigos teatralizados del
cine americano –corte en la mano, juramento y quema del retrato de un santo–
son ignorados porque la velocidad de la vida criminal impide esta
caramelización de las prácticas cotidianas. No hay que olvidar que Tony Soprano
visita Nápoles en la segunda temporada de la serie y se enamora de su
contraparte en los negocios –Annalisa Zucca. Imposible operar una organización
criminal desde las exigencias hormonales. Por otra parte, los juicios a John
Gotti y Sammy “The Bull” Gravano (que ya estando en el Programa de Testigos
Protegidos vuelve al tráfico ilegal de estupefacientes), así como el homicidio
de Paul Castellano en Nueva York, han nutrido la mitología del tough guy
como parte de una sociedad que no se entera de su patología interna.
Pero lo
cierto es que la mafia es un problema de interés público en il paese. Ni
el mismo Mussolini pudo con ella, no obstante que expidió leyes contra la usura
y otras prácticas del abuso y la protección. Saviano no será el experto
internacional en drogas que pretende ser –en su visita a México opinó con
ligereza sobre los cárteles de nuestro país (¡!)–, pero ha resultado un
estupendo productor de la estética del mito. Nápoles continúa su proceso de
deterioro (no ignorar el problema histórico entre norte y sur), mientras que
Milán se afianza de cara a la Europa más acomodaticia con las fábricas de Fiat,
Bolonia con Ducati y Lamborghini, Maranello con Ferrari y las demás industrias
dedicadas a producir lujo para los consumidores más exigentes, como los
Emiratos Árabes Unidos y Qatar, Mónaco, Estados Unidos o Suiza.
Apenas
se filmó la primera temporada del serial y la recepción de los espectadores
obligó a la producción a acelerar el lanzamiento de la segunda, que veremos en
breve. Es otra vuelta de tuerca al tema de la mafia desde una perspectiva
originaria, la cual desplaza la centralidad monolítica de Norteamérica y su
narratividad efectista, lo que nos hace pensar que otra televisión es posible. ♦
Por Luis Bugarini