En este ensayo Honorio Robledo, artista fecundo y de imaginación
fértil, propone un mundial de futbol donde para contrarrestar la dictadura de
la FIFA se recurre a los poderes de la hechicería.
Troquelados por El Pecado,
olvidamos las grandes religiones
solares, promotoras de la cachondería.
Brasil
construyó otra historia: impregnó su territorio con la macumba, fuerza oscura,
morigerada por la santería y sus múltiples divinidades generosas. Acompañadas
por el tambor, elemento mágico aportado por Xangó (que donó su piel como
parche), nació el ritmo que marca la cadencia del carnaval, máxima fiesta de la
sensualidad, y la vistosa capoeira, arte marcial afroamericana. De esa rítmica
se desprende el bossa y la samba; todo un pueblo baila con esas creencias
envolventes y pegajosas. Pero la más destacada de sus religiones es el futbol,
fiesta y carnaval; el jogo bonitu, recompensado por cinco campeonatos y
varios jugadores elevados a la categoría de santos.
Ahora, en el Brasil 2014, celebramos la edición
tropical de la máxima liturgia futbolera, orquestada por la FIFA, país
supranacional, que establece su territorio en todos los estadios del mundo y
cuyo presupuesto es mayor que la mitad de los países de las selecciones
que participan (sin oportunidad de
colarse a la final: sirven para abultar el número de transmisiones, para caer de “de cara al sol”, con su camiseta
sudada en pasión.)
La
FIFA, país sin bandera, ha troquelado al más popular de los dioses modernos: la
Copa Jules Rimet, un ídolo de oro que es venerado, codiciado y consumido por
gran parte de la humanidad. Para garantizar la adoración cuatrienal, ha
establecido una serie de filtros para que ningún equipo emergente se lleve la copa a un país donde la economía
no remunere dividendos.
Su
control raya en la ciencia ficción: repasemos el caso del balón diseñado para
el campeonato pasado, el Jabulani; el hechicero de una tribu sudafricana le
hizo una macumba. Al “sacrificarlo” estalló violentamente. Un científico, al
ver en las noticias el testimonio del único sobreviviente, consiguió otro
balón. Al examinarlo con rayos X descubrió una complicada red de hilos de oro,
cápsulas de vanadio, gases y un productor de telerones, micropartícula que
distorsiona las voluntad y los reflejos. ¿Para qué esa maquinaria? Cardozo,
gran jugador, tiró su penal. Cuando los telerones le impactaron el hipotálamo,
erró el tiro y quedó fuera Paraguay.
Igual pasó con Ghana: en el último segundo su mejor tirador falló el penal,
hundiendo en lágrimas a todo un continente. ¡Lástima!
El
evento se difundió en la redes sociales (ver Performance núm. 118), y la FIFA confiscó a toda prisa el temible
Jabulani; pero ahora, en Brasil, ensaya otra fórmula: en el rascacielos donde
se concentran las transmisiones televisivas se ha establecido el Cuartel
General Antimacumba, en el más secreto de los secretos tecnológicos. El centro
de ese edificio es un acelerador vertical de antipartículas que tiene,
disfrazado de helipuerto principal, una serie de cañones y aspersores de
telerones, con toda la intención de contrarrestar a las macumbas.
Los
Brujos Mayores, depositarios de añejas prácticas africanas, son feligreses del
fut. Desde aquel doloroso maracanazo, recopilan fuerza y energía para
vencer la maldición. Para que el orden
medieval se mantenga, la FIFA utiliza tecnología de telerones para neutralizar a las macumbas
regionales, para que las selecciones que sí venden lleguen a la final.
Pero no ha funcionado; en el enfrentamiento de
tecnología medieval (mantener el orden por secula seculorum) contra la
tecnología ancestral solar (que el cuerpo libre viva un mundo libre), las
macumbas llevan la delantera: casi todos los equipos cumbiamberos han ganado
sus partidos, desestabilizando el ajedrez. La FIFA y las televisoras están
comiéndose las ansias. ¿Cómo le haremos para retomar la rienda?
La
respuesta ha quedado a la vista: bombardeando al equipo arbitral con telerones
para que los goles sean invalidados; un árbitro, profesional, no vio los goles
de Gio: los telerones lo obnubilaron. Otros árbitros decretan penales
fantasmagóricos…
Eva, madre primordial y curiosa, le ofrece a Adán:
“¡Ven mijo, vamos a comer del fruto prohibido!” Desde ese momento somos hijos
del Pecado, dejando el ahora por la promesa de un futuro Paraíso. Pero el
control de los cuerpos y de las almas lo tienen el futbol y la tele. A estas
alturas de la jirafa, la moneda está en el aire y nos deja ante el portón del
Nuevo Paraíso.
¿Triunfará
la macumba dejándonos una sabrosa final de Colombia contra Ghana, al son de una
batucada en perpetuo carnaval o ganarán los telerones y, tras otro maracanazo,
la final será Holanda contra Italia, devolviéndonos a un mundo de reformas y
represión? ♦
Por Honorio Robledo