Robocop |
A los remake, dice Luis Bugarini,
es difícil de dar tu voto de confianza, además, confiesan falta de creatividad
o deseos de no arriesgar ni un solo dólar a nuevas ideas. Robocop (2014),
dirigida por el brasileño José Padilha, es el nuevo remake del que Bugarini te
da su reseña.
Es lógico imaginar que un remake confiesa falta de creatividad o deseos de no
arriesgar ni un solo dólar. Esto puede ser cierto. Pero también pueden ser
ocasiones para esbozar preocupaciones alrededor de una película que ya ha sido
llevada al cine: transitar por un clásico. Caminata de reconocimiento y paseo
de exploración. Para ejemplos están el remake de Psycho (1998),
dirigido por Gus Van Sant, y las tantas versiones de Batman. Es posible
celebrar en los mismos escenarios que han dado vida a películas anteriores.
Apenas
algunos dieron su voto de confianza a RoboCop (2014), dirigida por el
brasileño José Padilha. Una toma de distancia lógica hasta no ver el resultado
final. Y es que la versión de 1987 aún despierta el embeleso y hasta la
admiración. La versión de Paul Verhoeven se enfila a volverse un clásico. Peter
Weller siempre será Robocop, finalmente, y Nancy Allen lo procurará con amor de
madre. La nueva versión, por su parte, subraya que la relación del hombre con
la máquina no se resuelve y que, lejos de destensarse, se perfila como un
aspecto enredado de la relación entre ambos. Porque aquí no permea el embeleso
del futurismo por el fragor de la música repetitiva, sino el pasmo ante el
avance de la tecnología y no la ausencia de opciones para detenerla. Viajamos
al punto de no-retorno, en medio de transistores, módems, teléfonos de
funciones sobradas y un sinfín de parafernalia tecnológica.
Es
previsible que el filme tenga los clichés del género: balaceras ensordecedoras
con armamento de vanguardia, soluciones inadvertidas y fallidas,
imperturbabilidad del héroe y otras. Sin embargo, la cadena de paradojas que
nos atrapa se extiende a este ser híbrido, mitad hombre mitad artificio
tecnológico, nacido de la sed por lucrar con el avance de la técnica. Apenas
aparecen los habituales tributos a la versión anterior, aunque hay una voluntad
de recalcar la confusión insuperable del protagonista. Acontece de manera
permanente un ir y venir entre recuerdo e imagen entrevista, que deriva en un
errar de dislates. Vista con libertad y falta de contexto, RoboCop es
una entrega con una posible lectura onírica. Philip K. Dick la vería con
atención.
Como
sucede en cierto cine, aquí se castiga al capitalista que excede su afán de
lucrar con la dignidad humana, y todo se resuelve en una comedia negra de
enredos que el espectador aplaude. Mención especial para Michael Keaton, que lo
interpreta, y no deja lugar a dudas de su pericia para el cine de
entretenimiento. La ceremonia del cine aún es esa rendija para atestiguar qué
tan desmedido y arbitrario es el espacio de la imaginación. Padilha apuntala el
discurso de la violencia, proscrito del debate por la naturalidad con la que se
planta en el centro de la discusión. Ahora bien, en los linderos de su
fisonomía hay posibilidad de replantear la pasarela acartonada de voces que la
condenan. Para efectuar una autopsia hay que abrir al cadáver, olvidan. RoboCop
es la disección de una máquina y, a la par, de la afición que sentimos por
ellas.
RoboCop de José
Padilha. Actuaciones de Michael Keaton, Gary Olman, Samuel L. Jackson, Joel
Kinnaman, Abbie Cornish y Jackie Early Haley. Estados Unidos, 2014. Duración:
121 minutos.♦Por Luis Bugarini