Nahui Olin, desnuda |
De Felipe Sánchez Reyes presentamos un adelanto del libro Totalmente
desnuda. Vida de Nahui Olin que en breve estará circulando bajo el sello
editorial del Ivec. En este fragmento, el autor aborda el viaje de la pintora y
musa mexicana más famosa de los años veinte a la Barra de Nautla, Veracruz, en
compañía del fotógrafo Antonio Garduño y el empresario Enrique Bert.
El 18 de marzo se estrena la
revista No la tapes, donde debuta Lupe Vélez,
semidesnuda, imitando a las artistas. Causa aglomeración en la pasarela con su
cuerpo fino que rompe con la figura rotunda; pasa de cajera a primera tiple del
Lírico y luego a Hollywood. Las vicetiples, periodistas y escritores ensayan en
el Café Madrid y El Globo los ritmos de moda: tango, shimmy y fox-trot, que
gusta más.
Ella, como Antonieta Rivas
Mercado, asume estas novedades. Por el día deambula libre por los lugares de
moda, por la tarde aborda el auto que la lleva al hipódromo de La Condesa, por
las noches da el espectáculo de las pantorrillas con el charleston y el jazz en
los dancings. Apaciguada su pasión por el
volcán, enmudece su pluma, recupera cartas, libros, retratos, pero descubre que
él guarda una copia de sus escritos que publicará en Gentes profanas en el convento.
Adorna su
cabello corto con cintas o sombrero de campana que resaltan su cutis bronceado
y ojos
verdes, con pestañas negras. Sus labios rojos desatan la pasión. Los largos
pendientes y el collar de perlas, sus hombros descubiertos y guantes enfundados
hasta el antebrazo declaran su sensualidad. Pasea su belleza con orgullo por
las calles, fumando cigarros con boquilla Elegantes, de El Buen Tono. Camina
sensual, seductora con vestidos cortos que muestran sus piernas y pantorrillas,
cubiertas por medias negras de seda y zapatos de pulsera que desatan el deseo
de los hombres.
No teme a la sociedad que
estremece, ni al ultraje verbal de los machistas ni a las canciones irónicas de
Mexican Rataplán: Con la falda a la rodilla/ se ve la pantorrilla/ y buscan
ellas la ocasión,/ lo mismo la soltera,/ la viuda y la casada,/ al hombre
llamar la atención/ […].Ya pelonas no volveremos/ a encontrar/ que nos llamen
la atención,/ todas, hábitos/ y mantos usarán,/ se acabó la tentación.
Su vestuario y comportamiento
refuerzan su emancipación y agresividad contra la mojigatería. No demanda,
asume su autonomía sexual femenina, encarna a la joven varonil, a la nueva
mujer que se despoja de las vestiduras de monja por un ser de carne, hueso y
deseos reales con una vida sexual activa. Representa al mismo tiempo el odio y
la admiración, la autosuficiencia y libertad que tanto temen los hombres,
porque avanza con audacia, mete miedo en sus ojos y corazones temerosos, pero les
fascina su igualdad frente a ellos.
Se pertenece a sí misma, vive
el presente y el amor libre con un joven: van al cine y al toreo
–Oaxaca y Durango–, a la feria y al circo, a las salas de baile y espectáculos;
disfruta todo y lo plasma en sus cuadros. Vive al día, gasta lo que gana, mas
no le importa; sí defiende ferozmente su independencia. No desea poseer casas o
dinero como sus familiares, ni les da el valor material a las cosas, lo que
posee le parece suficiente y afirma:
Yo no soy rica
hago
trampas
a las
personas
de dinero
que se
molestan
al dar
tanto dinero
para ser ricos
de amor
como yo
Yo hago trampas fácilmente
a las personas
de dinero
vistiéndome
con gusto
sin
un céntimo
yo no soy rica
pero engaño
a la vida […]
yo soy más rica que ellos
al tener
todo
sin
un
céntimo.[1]
Publica, en noviembre, Nueva orientación en el dibujo, en el que difiere del
método de Adolfo Best Maugard y propone, como experta docente en la Escuela
Técnica Industrial Doctor Balmis, uno nuevo para los maestros de dibujo.
Platica con Anita Brenner acerca de su ruptura, de sus relaciones amorosas y
conflictivas con Atl, a quien no olvida y visita de vez en cuando. También la
acompaña ante Weston para que pose desnuda y le haga 15 negativos: de rodillas
y con la cabeza oculta en su pecho; erguida o con las piernas abiertas y el
rostro de perfil.
En la semana santa de 1926,
viaja a Nautla con Enrique Bert, hombre de negocios y dueño del automóvil en
que se desplazan, y Antonio Garduño –fotoperiodista y pictorialista que somete
a retoques las imágenes difuminadas–, con el fin de captarla desnuda en la
playa. Salen de la ciudad, visitan Teziutlán donde los reciben el industrial
Zorrilla y el hacendado Guerrero. Descienden a Tlapacoyan, visitan al italiano
Rosendo Montenegro que se une a la excursión con un camión que lleva el hielo
para Natura Beach y una banda de jazz, que
lanza sus notas por el viento de la boscosa región. Cenan en Martínez de la
Torre e improvisan una fiesta con la banda musical.
Continúan su viaje, pero el
auto se atasca en las sabanas de El Pital. Mientras lo arreglan, Garduño
captura con la lente su rostro triste con pelo corto, sus pestañas largas que
enmarcan los ojos verdes, labios rojos y falda corta con botas y, a su lado,
dos hombres, el carro y peones. Cuando llegan a la playa de Barra de Nautla, se
ponen trajes de baño y disfrutan los rayos del sol. Garduño y Bert preparan sus
cámaras, posa complaciente, luego se sumerge en las olas:
En la playa
me gusta
tanto ir
a respirar
el olor
del mar
donde nado
con los rayos
del sol
sobre el agua
es una
nueva
estación
de vida
para
mi
cuerpo
mi espíritu […]
mis ojos
toman
todos los reflejos
y colores
que me visten
y cuando… me baño
son… mis
ojos
dos
mares
acurrucados
uno
en
el otro.[2]
Reemprenden el camino hasta
el río Chumando, donde Garduño la capta en prenda de baño: de pie sobre un
tronco, su rostro otea en la lejanía, como ninfa excitada, al amante; sus
brazos, piernas y muslos espléndidos se confunden con las ramas gráciles y
sensuales como ella.
Luego en la playa de Nautla
la retrata desnuda. En una foto la nereida surge del oleaje sensual de la
espuma que la obsequia a los hombres. Se sienta en el agua, pero al verla
indecisa sus hermanas se le acercan, no la dejan marchar del todo, la
acompañan, juguetean divertidas, le golpean la espalda, la empujan a la orilla,
se escurren y vuelven. Se deleita con ellas cuando se frotan a su cuerpo, les
sonríe, las acaricia y apresa en sus manos, pero huyen para no ser arrojadas
del océano como ella. Cuando menos lo espera la abandonan, se queda sola y la
lente la captura reteniendo la arena entre sus dedos húmedos.
En otra, con la piel
brillante se recuesta de perfil en la arena. La criatura acuática, arrojada del
paraíso, tiende desvalida su espalda quebrada. Eleva un brazo, cuya línea
sinuosa desciende del hombro a la cintura de violoncello, sube a su cadera
curvilínea, a la grupa erotizada, redondeada, reluciente. Absorta contempla a
las mujeres-ola que llegan en cadena, la acarician y se alejan presurosas. Se
retuerce sensual la ondina elástica y evita mirar de frente al fotógrafo,
porque sabe que su mirada hechiza, su cuerpo sofoca y sus brazos ahogan de
amor.
En otra pose seductora, la
mujer-ola se para de perfil, flexiona las piernas, muslos, glúteos redondos y
envolventes de Venus calipigia. Arquea su cintura y
espalda, impulsa su cuerpo ondulante hacia atrás, luego dirige el rostro, la
mirada hechicera, sugerente y lasciva a la lente del fotógrafo, le ofrenda sus
labios ansiosos, el cuerpo insaciable y sensualidad primigenia. La violable
nereida baña en luz de plata lunar su vibrante blancura, el pálido azul corre
por las venas de sus brazos que ansían y prodigan caricias.
Terminada la sesión regresan.
Se atasca de nuevo el coche en una brecha, pero no desciende, sino que
contempla con sus grandes ojos y sedosas pestañas las labores para sacarlo del
fango. Los envuelve la oscuridad: ella duerme adentro y ellos en la tienda de
campaña, rodeados de tigrillos y serpientes. Retornan a Teziu-tlán, a Perote, a
la estación del tren y a la soledad desesperada del andén. Aborda el pullman,
se interna por el pasillo entre huacales y animales, el tren avanza y sus
amigos tras el cristal se transforman en un punto en la lejanía.
En julio de 1927, la revista El automóvil de México publica un reportaje del periplo a Nautla.
Colabora con una nota y tres caricaturas sobre los incidentes del viaje, aunque
en la nota del siguiente número niegue su autoría, mas no la de sus dibujos;
Bert, con un texto e imágenes; y Garduño, con un fotorreportaje y un desnudo de
ella que enardece a los lectores y anticipa los posteriores, en su estudio de
la calle de Madero, para la exposición de septiembre.♦
[1] Nahui Olin, “Je ne suis pas riche”, en Calinement je
suis dedans, pp. 107-109.
[2] “A la plage”, ibid: pp. 40-41.