Peter le gusta pura araña |
Si trazáramos una cronología de las cintas de superhéroes, los últimos treinta años arrojarían algunas de las mejores: allí el Batman de Burton, allí el Darkman de Raimi, allí la Chronicle
de Trank. También, claro, el Spider-Man del único director que repite
en la lista: Sam Raimi. Entre la primera y segunda entrega –de la
trilogía arácnida que dirigió–, podría decirse que hay cierta definición
o traslación de las características más o menos comunes al origen y
desarrollo del superhéroe: el trauma de la ausencia paterna –o la
orfandad definitiva; la torpeza social; el evento inusual que lo dota de
un sentido extraordinario de la justicia, la venganza o, en el caso de
muchos de los superhéroes de Marvel Comics, superpoderes.
No
es el único modelo que Webb parece calcar. El rol del villano, un
científico destruido por la locura, es también el mismo. Es cierto que
estas son características del cómic, pero es Raimi quien las implementa
de cierta forma en el cine, y es Webb quien las sigue con el cuidado
puntilloso del estudiante atento. Aquí, Rhys Ifans es Curtis Connor, el
doctor que se convertirá en El Lagarto, el enemigo del Hombre Araña. Su
transformación es repentina, hasta abrupta; el recurso –presente en el
Norman Osborn/Duende Verde de Willem Dafoe– de la voz en la cabeza como
manifiesto de la locura que se desborda es utilizado con torpeza: a
diferencia de la escena en el espejo
del Osborn de la primera entrega, las habilidades actorales de Ifans
lucen limitadas; la herramienta de la voz parece desperdiciada,
repentina: un empujón del guión, cuya función es demostrarnos que este
tipo sí se volvió loco, pero que en pantalla luce forzado, poco
auténtico. Uno de los mayores puntos débiles de este Spider-Man es,
precisamente, su villano; los encarnados por Dafoe y Molina tenían una
correcta exposición como buenos tipos que se veían corrompidos por el
poder de la ciencia mal aplicada –el arquetipo del científico loco–; el de Ifans nunca genera empatía a través de su actuación.
Un
punto en el que Webb y Vanderbilt toman afortunada distancia del modelo
de Raimi es en la pareja sentimental de Parker, Gwen Stacy,
interpretada por Emma Stone. A diferencia del acartonamiento y la
ñoñería de la Mary Jane de Kirsten Dunst, la Stacy de Stone sí toma
parte activa en la actividad de vigilante de Spider-Man: se entera
prontísimo de la identidad secreta de su novio y está consciente de las
consecuencias de su relación (‘I’m in trouble’, define su
naciente relación en un buen momento). Desde el comienzo del filme hasta
la última escena se puede ver a una novia inusualmente fuerte, capaz de
tomar decisiones y de, por ejemplo, colgar el teléfono al novio
superhéroe que intenta darle instrucciones. De los pocos renglones en
los que está cinta logra destacarse por encima de las de Raimi, quizás
el más logrado sea esa diferencia notable entre la pasiva personalidad
de la Mary Jane que vimos en la saga anterior y el férreo carácter de la
nueva Gwen Stacy.
The Amazing Spider-Man
es la primera de, cuando menos, dos cintas –la segunda, ya anunciada
para 2014. Cierto es que no supera a la obra de Raimi; verdad es también
que cuenta con suficientes méritos propios para hacerse de un sitio en
esa interminable lista de buenas cintas de superhéroes. El camino hacia
la gran película superheroica ha sido largo: lo mismo han existido
grandes aciertos que tropiezos imperdonables. Dentro de esos grandes
aciertos podríamos incluir a este primer Amazing Spider-Man: en un año marcado por la desafortunada Avengers,
este regreso del arácnido devuelve un poco la esperanza en la posible
cinta de superhéroes definitiva. Ojalá no tengamos que esperar mucho
más. ♦
The amazing spider-man.
Dir. Marc Webb. Con: Andrew Garfield (Peter Parker/Spider-man), Emma
Stone (Gwen Stacy), Rhys Ifans (Doctor Curtis Connors/The Lizard),
Martin Sheen (Ben Parker), Dennis Leary (Capitán Stacy) y Sally Field
(Tía May). Duración: 136 minutos, E.U.A., 2012
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