Portada del séptimo aniversario |
Estimado director septianero:
El
letargo es un estado permanente de mi ánimo. Es mi secreto para
conservarme a través del tiempo. Pero, ¿vale la pena comentar la vida
mientras vemos felizmente que la maquinaria eterna de la
corrupción se aceita para continuar en el poder? ¿Tenemos remedio como
sociedad cuando llega el día del debate entre los candidatos a la
Presidencia de la República y los ratings de televisión
posicionan a los Pequeños (de cerebro) gigantes (educandos de Televisa)
en primer lugar, un escote es la sensación y Quadri el payaso sale
triunfador en las propuestas?
Sinceramente
no le veo futuro promisorio a este país. Lo que vale para el respetable
es que existan figuras bonitas de telenovela aunque no lean libros (“La
Constitución no tiene como requisito que un presidente sepa leer y
escribir”, argumentan con vehemencia los analistas sesudos de Tercer grado
–de primaria–) o que surjan idolitos imberbes como Justin Bieber, quien
dice con orgullo que no le interesa estudiar cuando a los 18 años gana
carretadas de dólares. Como en el juego de Maratón, avanza la ignorancia
con singular alegría y la mayoría aplaude emocionada. Pareciera que
esperan el 1 de diciembre para ver la toma de posesión del inculto y la
actriz de telenovela ingresando al Congreso vestidos de príncipes para
darse un beso telenovelero que la Nación se los demandará para un final
feliz y principio del derrumbe de la incipiente democracia.
Por eso ya no colaboro para el honorable Performance
¿Para qué? ¿Quién nos lee? ¿Cuántos serán sacudidos en su conciencia al
leer las páginas de este religioso periódico? Para mitigar mi
desconsuelo fui por otro whisky, me apoltroné en mi sofá en medio de
revistas, periódicos y libros inútiles y veo entre el amontonadero la
siempre inteligente reseña cinematográfica del Raco. Veo que es el
número del séptimo aniversario de Performance y lo cierto es que la foto que aparece para documentar los comentarios sobre George Harrison: viviendo en el mundo material es como mi espejo. Georgi Boy disfruta de la inmortalidad del cangrejo, como un servidor.
Aún
más, leo la revista especial que salió con motivo del séptimo
aniversario y como colofón me encuentro a otro amigo que se ha perdido
en la historia de los tiempos, el catecúmeno del taibol Juan
Palo II, quien me manda un saludo. Con cierta pena (no mucha, la verdad)
tomo mi abrecartas y rasgo la invitación que me hizo llegar para
colaborar en el número de aniversario de Performance. Eso fue en marzo, ahora es mayo. Como en muchas cosas de mi vida, mi condición de outsider me
hace llegar tarde a todo. Doy otro sorbo a mi whisky y brindo por los
siete años del periódico que hace interpretaciones sobre
interpretaciones en una labor que, teniendo en cuenta la banalidad
cultural del siglo XXI, es en verdad estoica.
En
los años recientes hemos visto cómo han sucumbido los suplementos
culturales en los periódicos. Las reseñas, crónicas, ensayos y artículos
de fondo han sido desplazados por los anuncios de ocasión y boletines
pagados. El papel periódico fenece ante la inmediatez del internet y los
textos de largo aliento se pierden en la restricción de palabras del
Facebook y el Twitter.
Justo en el mes de marzo se presentó en Xalapa el libro Horizontes (en
esas costumbres que se niegan a morir y resisten gracias a los amigos y
los tercos autores), una compilación facsimilar de los números
publicados entre 1926 y 1927 de la revista de los estridentistas,
quienes les dieron el “aire cultural cosmopolita” a la Atenas
Veracruzana. Es una delicia encontrarse con el trabajo de Manuel Maples
Arce, Ramón Alva de la Canal, Germán Lizt Arzubide y otros ilustres
artistas que le dieron forma a Estridentópolis. La coedición es del
Fondo de Cultura Económica, la Universidad Veracruzana, el INBA,
Conaculta, el Gobierno del estado de Veracruz y el Museo Estudio Diego
Rivera.
Pienso tal vez, que allá por el 2100, algún investigador de las letras y el periodismo reúna los números de Performance y los publique en varios tomos y diga: “Valía la pena lo que hacían estos muchachos”.
No me queda más que brindar por los siete años. Nunca es tarde para el placer. ♦