A principios del mes de septiembre
una declaración cimbró, aparentemente, al mundo, Cristiano Ronaldo, CR7, el delantero
del Real Madrid y referente de la selección de Portugal, dijo sentirse triste,
y eso bastó para que la prensa mundial hiciera eco de una declaración
intrascendente pero que durante semanas propició una serie de textos en los que
se hilvanaron las teorías más disímbolas tratando de averiguar las causas de la
saudade, sin que hasta el momento haya trascendido el motivo real de ese
bajón anímico del goleador luso (hoy, al parecer, el incremento salarial del
delantero –algo así como 19 millones de dólares por temporada– le ha devuelto
la sonrisa).
Alguien
de su propio club defendió el derecho de Ronaldo a estar triste; el periodista
John Carlin lo atribuyó a la carencia de un entorno que le haya ayudado a poner
los pies en tierra; hubo quien hizo psicosociología y señaló que la queja
ronaldiana era reflejo del sentimiento que permea a la sociedad española
afectada por la crisis económica e institucional que vive.
La
dimensión mediática que adquirió la queja del futbolista demuestra lo
banalizado de una sociedad como la nuestra, pendiente de situaciones tan poco
trascendentes como el estado anímico de un jugador de futbol. Si bien todo el
mundo tiene el derecho a sentirse deprimido y expresarlo abiertamente, eso debe
ser algo que sólo al entorno cercano del afectado debiera o no interesarle,
pero de ahí a convertirlo en motivo de preocupación nacional e internacional es
un despropósito.
En
México, el CCII aniversario del inicio de la guerra de Independencia nos hará
olvidar, por un lapso de setenta y dos horas en el que habremos de desbordarnos
en gritos y mentadas contra el “masiosare
enemigo”, la tristeza que como nata gris se ha pegado en el ánimo de la gente,
afectada por la violencia quística; por una crisis económica de una nación cuya
economía emergente no alcanza a borrar la brecha de la desigualdad en el
reparto de la riqueza.
¿En qué
momento podremos declarar nuestra tristeza por la incertidumbre que genera el
regreso de un partido como el PRI al poder? ¿Es válido sentirse triste por el
cinismo del supremo tribunal electoral cuando señalan que la elección pasada
fue la más transparente de la historia? Quizás en realidad haya sido un exceso
de sinceridad, pues la trácala institucionalizada –de todos los bandos– fue la
divisa que privó en el proceso.
Los
jóvenes del 132 que volvieron a ser defraudados al tomar parte de una
movilización que creyeron –por esnobismo en un porcentaje amplio– le daría la
vuelta al sistema ¿tendrán un altavoz donde declarar su aflicción?
La
salida de Andrés Manuel López Obrador de la izquierda institucional ¿es motivo
para estar deprimido? Siempre he creído que el papel de López Obrador ha sido
el de pulverizar una izquierda partidista comodina. Hoy, soberbios, se ufanan
de las posibilidades de ganar el municipio de Xalapa en el 2013, sin caer en
cuenta que en la elección federal el 52% de los votos que obtuvieron se los dio
El Peje y el otro 48% fue producto de las pugnas internas de los grupos del PRI
(la familia Zúñiga, Elizabeth Morales) que se disputan la posibilidad de obtener
la candidatura a la alcaldía y para quienes Reynaldo Escobar representaba un
obstáculo, por ello había que descarrilarlo y quitarle el trampolín de la
diputación federal que lo impulsara a la candidatura.
La
elección local apenas empieza y en Veracruz nos vemos afectados por el vacío de
poder que representa este último trimestre de la administración calderonista;
el acomodo y el establecimiento de nuevos pactos, así como la confirmación o no
de lealtades no augura un panorama halagüeño en materia de seguridad. Las
acciones de la Marina y el Ejército habrán de sufrir con este impasse, y
en la confrontación con los grupos del crimen organizado eso puede representar
serios retrocesos.
En la
coyuntura electoral, la cuestión criminal será la divisa y el mejor mecanismo
de presión política de quienes buscan posiciones a corto plazo y de aquellos
grupos que han establecido ya, al ser incluidos en la estructura de gobierno,
una cabeza de playa con miras al 2016. Nuestra tristeza, a diferencia de la de
Cristiano, es sólo producto de la incertidumbre, la inseguridad y la
desprotección, y no hay a la vista manera de remediarla. ♦