Boxeo intelectual


Publicado porEzra Crangle el 10:00 p.m.

El filósofo en su salita

Sin duda es importante y fundamental para ampliar y mejorar los criterios del espectador xalapeño, el poder ver teatro de otros orígenes, diferente a lo que estamos habituados, ya que renueva, refresca, confronta las ideas al respecto y por tanto produce un diálogo entre lo que estamos acostumbrados a ver y lo que están haciendo los demás, que llevado de buena manera nos ayudará a ampliar nuestra visión, por decir lo menos.
Ahora, todo es mejor cuando tenemos la suerte de que llegue algo que, más allá de que nos guste o no, posee calidad artística indiscutible. Y si además nos gusta, uno sale del teatro gustoso de haber sido testigo y parte de un hecho cada vez menos frecuente que suceda: el teatro.
Dentro del Hay Festival Xalapa se presentó el 3 de octubre en la sala Dagoberto Guillaumin del Teatro del Estado la puesta en escena El filósofo declara, de Juan Villoro, dirigida por Antonio Castro. El peso de la puesta en escena está en el texto de Villoro, mucho más conocido como narrador que como dramaturgo, pero que con tal obra nos demuestra su habilidad y conocimiento del sentido dramático. Podría parecer extraño que un especialista en otra rama de la escritura consiga buenos resultados en un terreno que no sea el propio; otros escritores que lo han intentado han obtenido resultados desfavorables: Octavio Paz, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, por citar sólo tres grandes escritores que como dramaturgos no han sido lo suficientemente eficaces. Sin embargo,  a Juan Villoro no sólo le ha interesado escribir teatro sino que se ha acercado al fenómeno teatral; en algún momento colaboró con la traducción de Cuarteto de Heiner Müller para el prestigiado director Ludwik Margules, además tiene publicada la obra Muerte parcial, en la editorial El Milagro. En conclusión, digamos que es alguien que ha sabido entender el teatro desde dentro de la escena.
Por otro lado, Juan Villoro sabe de lo que está hablando. Hijo de Luis Villoro destacado filósofo, no es extraño que los personajes sean la síntesis de gente bien conocida por él, donde el lenguaje no es un obstáculo o sólo entendible para especialistas sino que lo verdaderamente importante está en lo que les sucede internamente a los personajes.
Las virtudes de la puesta no terminan en el texto; están también en la dirección, dan orden y concierto a la trama, que realiza lo conveniente y necesario para que la ficción suceda dentro de un teatro aparentemente convencional y que muchos podrían decir “aburrido”, porque no experimenta nada. La sala de la casa de un filósofo, con dos entradas a las otras habitaciones, clase media alta, decorada con sobriedad, sillones, una mesa, etc. Nada extraordinario, sólo lo necesario.
Pero lleguemos a lo que resulta fundamental para el teatro: las actuaciones. Para empezar, es un acierto la selección de actores; son los que deben ser, corresponden de manera cabal a lo que requiere la ficción. Aún más, son actores profesionales, y lo demuestran con suficiencia. Cualquier obra propone personajes, donde la tarea del actor es “darles vida”, esto se dice fácil pero es uno de los mayores retos que se pueden tener al hacer teatro. Sin personajes creíbles, sólidos, consecuentes, claros, en fin, “vivos”, no hay ficción que lo resista. Aquí estamos ante brillantes profesionales que conocen su trabajo y nos dejan ver lo que el dramaturgo propuso sin que el espectador tenga que hacer concesiones de creer por la pura convención o buena fe. Destaca, claro, Arturo Ríos, excelente actor, pero esto se debe al hecho de ser el eje de la obra; y del mismo modo lo son Pilar Ixquic Mata, Emilio Echeverría, Sophie Alexander Katz y Edgar Parra, ya que construyen personajes con eficacia y adecuados a la historia.
De lo que podría concluir después de revisar los anteriores aspectos es que no necesariamente la maroma y la machingüepa son el camino para lograr resultados artísticos, que no sólo lo experimental merece el elogio, sino que se puede aprender de los buenos trabajos que llegan al éxito.
La anécdota, ¿de qué va? En términos estructurales pero metafóricos podría decir que se trata de una pelea intelectual entre dos filósofos relevantes, que se cuenta en dos actos. En el primero, el boxeador protagónico “calienta motores” con su esposa, su sobrina y su chofer; en el siguiente vemos al contrincante que también muestra sus virtudes y saberes; y, finalmente, viene el punto culminante del enfrentamiento entre estos dos rivales donde el visitante habrá de caer “fulminado” definitivamente en un solo asalto, en razón de la argumentación final.
Sin duda hay muchos puntos sobre los que borda la trama: el amor, la amistad, el carácter, las relaciones políticas, el prestigio, la soledad, la compañía, el afecto, la traición, el perdón, etc. Pero en lo profundo nos plantea el terrible dilema de la unión de la mente y el cuerpo, entre la razón y nuestras emociones, en este caso, el de un hombre consagrado a pensar que no sabe manifestarse emotivamente en forma adecuada; lastima en lugar de amar, agrede en lugar de reconocer, se aísla en lugar de participar, se autodiscapacita en lugar de actuar y, sin embargo, por mucho, tiene razón de ser, ante una realidad adversa, falaz, agresiva, apabullante. ¿Cómo no volverse un misántropo, digo yo? Este hombre, cerca del final de su vida, está puesto en una situación definitiva, coyuntural, donde necesariamente tendrá que mostrarse, donde enfrenta su pensar con su sentir y donde habrá de llegar a revelar sus verdades últimas en una terrible batalla que le permita seguir viviendo. Al igual que el profesor Borg en Fresas salvajes de Ingmar Bergman, a la soberbia termina destruyéndola el reconocimiento del amor y la necesidad de afecto. La debilidad de ser un ser humano.
Otra peculiaridad más que caracteriza a El filósofo declara es el tono, sin duda de comedia, por momentos con una velocidad vertiginosa. El texto es hábil, lúcido e inteligente. Gracias a los personajes se establece una comunicación con el público casi incondicional, es de esas obras que uno quisiera que no terminaran nunca, pues a cada momento sigue diciendo cosas importantes.
Finalmente, y hay que decirlo, la puesta es un éxito. No sólo de público sino artísticamente hablando. Así que si no la pudo ver y tiene la oportunidad de hacerlo en el Distrito Federal, hágalo, es altamente recomendable.
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