Salman Rushdie (1947) ganó el Man Booker
Prize for Fiction por su segunda novela –Hijos de la medianoche (1981)–,
que le representó un aumento considerable de audiencia, pero saltó al
estrellato gracias a que el Ayatollah Ruhollah Khomeini emitió una fatwā
en su carácter de Líder Supremo de Irán, en 1989. Un acto al parecer
inquisitorial, propio de un tirano. Sin embargo, se ha confundido la fatwā
con una sentencia de muerte, lo que es una interpretación errónea. El autor
inglés fue, en efecto, amenazado de muerte debido a la publicación de la novela
Los versos satánicos (1989), pero la célebre fatwā no es sino una
solicitud de interpretación de la ley respecto de un asunto que, dependiendo de
la resolución, podría sentar un precedente en términos legales. En fin, otro
fantasma de los temores arbitrarios a los pueblos islámicos.
La obra
del autor inglés es profusa y, a un tiempo, concentrada. Explora la relación
entre la India e Inglaterra con un estilo cercano al realismo mágico
latinoamericano. Convendría iniciarse en su lectura a través de la novela Shalimar
el payaso (2005), de escritura reciente, ya que sus primeros libros tienen
un acento experimental que no ayuda a un lector primerizo. Iniciar con Los
versos por el morbo de la fatwā desenfoca la figura de un escritor
de talla universal, para quien ese evento está lejos de resumir su tentativa
estética. Por otro parte, no es ajeno al activismo político y a lo largo de su
trayectoria ha hecho declaraciones poco afortunadas, como aquella de apoyo al
bombardeo de la OTAN a la antigua Yugoslavia, que en su momento criticó
duramente el también escritor Tariq Ali. Esto, por supuesto, entra en el
horizonte anecdótico del escritor y nada tiene que ver con el alcance de su
obra en términos literarios, pero es parte de su trayectoria vital.
La
lectura de su obra es una excursión para los lectores hispanoamericanos, ya que
no es fácil entender la composición étnica del subcontinente indio, lo mismo
que sus conflictos étnicos, minúsculos para quien no los entiende e inmensos
para quien los padece. Al igual que sucede con V. S. Naipaul, en Rushdie puede
leerse cómo la posmodernidad no está preparada para integrar usos milenarios y
las creencias de estirpe mítica. Trinidad y Bombay: dos extremos de Occidente.
Los leprosos de Nueva Delhi no tienen acceso a Internet o lo desprecian,
incluso, y bañarse en el Ganges siempre será una experiencia más enriquecedora
que instalar la última versión de Windows.
La
presencia de Rushdie en México es motivo de celebración y la lectura de sus
libros se apunta como una cita para quien desee indagar sobre otro de los
conflictos del mundo contemporáneo: la integración. ♦
Por Luis Bugarini