Jared Leto de 30 Seconds to Mars |
Jared Leto
arriesgó una carrera de histrión exitoso para hacer su banda de rock. El
pináculo de la aspiración adolescente con las chicas circundando el escenario
como permanente amenaza de la idolatría sin reparos. Contra las advertencias y
consejos de amigos, expertos, críticos y seguidores cinéfilos, Jared dejó el
set para meterse al garaje de los ensayos donde la gran música podría surgir.
Con su
hermano Shannon y un puñado reemplazable de miembros hasta el establecimiento
del bosnio Tomo Miličević, el actor del dolor torturante de Réquiem
(Darren Aronofsky, 2000), o los planes mal hechos de La habitación del pánico
(David Fincher, 2002), parió líricas de otros dolores y otros tiempos de su
ignota mecánica mental, para crear la intensa de un posible culto de explosión
mediática, con esa solidaridad fraterna que se pule en los pequeños bares,
entre cerveza que hierve para ver el amanecer y sentir que la vida vale la
pena, con el puño en alto por las guerras de todas las tierras y los sueños de
todos los mundos.
En la tesis
de un profesor harvardiano con espíritu de cúmulos cuánticos leen la frase:
“Thirty Seconds to Mars…”. La idea aspiracional o apocalíptica de que la
tecnología es un gusano que va demasiado rápido y entonces parece que en
cualquier momento podremos estar logrando lo que sea y en el escenario que se
preste, como el mismísimo, mágico, temible, centro de invasores, monstruos y
bellas en bikini llamado Marte.
Arranque de
sentido mesiánico, estar por delante de todos y cerca de la tierra de la
aventura, la banda se bautiza con atmósfera de misión espacial: Thirty Seconds
to Mars. Y, como el vértigo señalado del científico de avanzada, ellos se
sienten ingresando a la dimensión de los ungidos del stage. Pronto las
clasificaciones internacionales y los referentes mercados técnicos les dan la
razón. No estaba Jared ingresando a la lista de los actores que quieren firmar
discos y padecen la mirada réproba y las sonrisas perdonavidas del medio. Lo
consiguen.
De poner
los instrumentos en madera de balsa a tocar en teatros medianos y pisar Europa,
existió una transición más breve de lo común. Siempre tuvieron la oportunidad
de darse varios lujos, como que su primer productor fuera Bob Ezrin, conocido
por hacer discos para gente como Pink Floyd, Lou Reed, Kiss... Después de un
éxito mediano con el álbum debut (de 1999, titulado como el nombre de la
banda), lanzaron A Beautiful Lie con dos rolas notables: “The kill” y
“From yesterday”. Ya el establecimiento de su sonido base y la calidad
de sus videos, algunos muy largos y formalmente con el acabado de la gran
producción fílmica (dirigidos por Jared con el rimbombante seudónimo de
Bartholomew Cubbins, inspirado en un personaje de Stanley Kubrick, al que
homenajean en el video “resplandoriano” de “The Kill” ), los ponen con
la gran posibilidad de ser una banda de permanencia y no un aullido efímero
como hay tantos.
Es en ese
momento que el infortunio del comercio voraz los golpea para darles excusa del
contragolpe maestro: Virgin Records, su discográfica, quiso hacerles la jugada
gandalla –lo de siempre en la mayoría de los casos– para empacarlos como carne
fría porque debían tres discos, pero los músicos argumentan que el contrato
original se suponía expirado en ese tiempo, etcétera. “O todo o nada”, y los
marcianos de California hacen el gran pleito de la música en los últimos años
(aunque después se arreglaron con EMI, el papá de Virgin). Cruzando el umbral
gélido y belicoso de los abogados, ellos documentan llamadas, juntas,
conciertos, papelería, emociones y gritos libertarios del ente creativo (se
dice que algo cercano a las 3 500 horas de pietaje pujante y rabioso), para
decir lo que les pasa. El resultado es el documental denominado Artifact,
motivo de presencia en festivales fílmicos y exhibición mundial. Se quedan con
sus derechos.
Surge en el
proceso su pieza más elaborada, exitosa y trascendente, This is War (2008).
Caja desgarrada, por momentos desalineada, pero absolutamente genuina, con
algunas rolas que podrán quedar por encima de las listas momentáneas y las
fábulas críticas benefactoras. Sin material prescindible y con varias
indiscutibles como “Closer to the edge” (joya normalmente elegida para cerrar
los toquines en vivo), “Hurricane”, “Kings and Queens”, “Search and Destroy”,
“Night of the Hunter”, “Alibi”, y la
propia “This is War”. Ahí está la energía, el grito, el desplante, la
arrogancia, la técnica, el genio productor (Steve Lillywitte nadamás, figura
esencial para desarrollar algunos de los álbumes memorables de U2, The Rolling
Stones, Peter Gabriel, Counting Crows, The Killers…). Tocaron 300 fechas de la
gira para establecer un récord planetario.
Pisan
México en entregas de premios, pasan por los espacios de conciertos acotados y
la muchedumbre triturándose contra los tubos de contención, hasta que en enero
de 2014 pudieron pararse en el Palacio de los Deportes (se sabía que era
demasiado, pero la terquedad es grande y no los llevan al Metropolitan o el
Auditorio Nacional), donde 13 mil patentan que los Mars ya lo lograron.
La gira
llega con el nuevo disco Love, Lust, Faith and dreams, el paso de
consolidación, el sueño que los refleja, no precisamente la “gran ruptura” con
el pasado en términos de música, pero sin duda diferente y con un mejor acabado
formal (aunque de nuevo con un booklete deficiente, quizá porque todo
está en la red), y su esperado póker de canciones con ánimo al límite de las
fuerzas, ideales para hacer una declaración de principios o cerrar el telón
para decir adiós.
La velada
da para un set acústico de Jared y su lira o momentos a capella. Lo mismo pasan
por “The Kill”, “From Yesterday”, “Hurricane” y hasta el “Cielito Lindo”, que
exponen lo mejor del último disco como “City of Angels”, “Conquistador”, y “Do
or die”, para concluir con “Up in the Air”. Una fan se vuelve loca y quiere
bajar al vocalista a abrazarse con la turba. Como hizo en Monterrey y
Guadalajara, el vocalista pide nombre “mexicano” y le ponen Chucho, lo que dura
sólo unos segundos antes de que le pongan Lupe. El chiste dura para solicitudes
en el encore, y seguro para los próximos afiches locales con su imagen. Hay
tiempo para hacer cover al tema de Rihana “Stay”, sin olvidar la extraordinaria
“Bright Lights”, lo mejor para continuar el desquiciamiento festivo que dejó
“Closer to the Edge”.
Jared es
demasiado galán para que las quinceañeras se preocupen por su ejecución vocal
(que es eficiente, si bien debe refugiarse en el coro de sus huestes para tomar
aliento después de correr entre plataformas), y la euforia es tal que pierden
de vista que parte de la música la suelta Tomo en secuencias de sintetizador
para enfocarse en solos de piano o guitarra (estupendo el bosnio, por mucho el
músico más completo en escena), o que Shanon es menos explosivo en vivo porque
es un obsesionado de la métrica y nunca aporrea un tambor fuera de tiempo. Los
adolescentes salen extasiados del culto. Quizá su propia voz sea parte de los
coros acoplados en grabaciones interactivas, una de las innovaciones de Mars en
la visión globalizada de su paso por la Tierra.
El concierto
es muy bueno, aunque adolece de un gran final. No hay un gran saludo para decir
adiós, de hecho Jared se va, Tomo le sigue, y Shannon se pone a repartir
baquetas sin mayor emoción. Chafea que no usen pantallas (¡la misión a Marte
sin imágenes!). Tampoco se presentan los integrantes, aunque me parece bien que
no pasen por desplantes gastados como hacer solos instrumentales, cosa que a
ellos ni les va. En ese sentido, quizá el pasaje de mayor emoción se da apenas
con la cuarta canción del selecto set list: “This is War”. Tema acompañado de
pelotas inflables gigantes y confeti volador de buena explosión papirotécnica.
Los tres se
vieron en forma y con ganas. Les sorprende que la multitud se sepa rolas
completas, se preocupan por el aplastamiento de los de a pie, su líder agradece
por los carteles que ya lo dan como ganador del Óscar después de que volviera
al set con la cinta Dallas Buyers Club (Jean Marc Vallée, 2013), por la
que ya obtuvo el Globo de Oro. La pirámide y su horizontal intermedia (uno de
sus múltiples símbolos) cesa su emanación multicolor. Se queda la gran promesa:
el concierto de año nuevo puede ser en México. “All we need is faith…”. Salen
los ungidos para las guerras que siguen más allá del domo, en las espirales
poco espirituales del asfalto.♦
Por Raúl Criollo