Melo con el chelista Pablo Casals. Foto: archivo personal de Melo |
Inéditos
como conjunto, los ensayos de Juan Vicente Melo que integran La vida
verdadera, publicado a escasos días por el Instituto Literario de Veracruz,
revelan las simpatías y complicidades que trazan la obra narrativa del escritor
veracruzano, “un clásico secreto de nuestra literatura”. De Juan Javier
Mora-Rivera, compilador de esta docena ejemplar de ensayos, ofrecemos un
fragmento del prólogo que antecede a esta espléndida antología.
Uno
Las postrimerías de la vida literaria
de Juan Vicente Melo Ripoll (Veracruz, 1932-1996) parecían una versión de Los
papeles de Aspern: la mítica leyenda de un autor cuyos últimos escritos
terminaron perdidos y extraviados, a pesar de ser referidos con fechas, años y
casas editoriales precisas. Las tramas de esas páginas habían sido ya
imaginadas, trazadas y concluidas por otros, e incluso existían comentarios de
críticos que sostenían haberlas leído en exclusiva, poniendo como constancia de
sus afirmaciones su prestigio personal. Melo, aún en vida, había pasado de ser
el gran autor de la Generación del Medio Siglo o de La Casa del Lago a una
leyenda literaria, sumamente identificado pero pocas veces leído.
Prueba
de ello la otorga Guillermo Villar cuando, en el prólogo a La rueca de
Onfalia, rememora la noche en que un supuesto periodista alababa
exageradamente a Melo. Villar, molesto por la ignorancia del advenedizo –esas
alabanzas exageradas parecían falsas, sonaban huecas–, le sugiere: “si
vamos a hablar de literatura, por qué no hablamos también de otros libros y
otros escritores; de Los muros enemigos o La obediencia nocturna,
por ejemplo. El tipo, mirándome furioso, me contestó: Usted no es otra cosa que
un majadero, y no vamos a hablar de esos libros porque son insoportables, traté
de leerlos y terminé tirándolos a la basura´ ”.
A
diferencia de la novela de Henry James, Juan Vicente pudo presenciar y sufrir
todo lo que sus “atentos lectores” inventaban y el valor que tenía su
literatura para sus “conocedores y críticos”; y en lugar de combatir tal
cantidad de equívocos y malentendidos, decidió cultivarlos, pues veía en ellos
un juego que le divertía, tal vez porque sólo él conocía la verdad de cada
hecho y de cada dicho; tal vez porque esa serie de mentiras e inventos, construidos
y alimentados por él mismo (siempre invento cosas: de mí, de lo que sucedió
respecto a mí, de lo que pasó en una fiesta, de mi personal comportamiento),
le permitían sobrellevar esa realidad que él definía como insoportable, de la
cual descansó sólo hasta su muerte.
Tal
como sucede con Jeffrey Aspern, la posible existencia de un puñado de escritos
mantiene entre algunos el interés por la obra de Melo. A diferencia de la
novela de James, esos escritos míticos mantendrán con vida a Melo hasta el
último suspiro. “Uno creería que usted espera encontrar en ellos la respuesta
al enigma del universo”, afirma la Señora Prest al narrador en la novela de
James. Tal vez esa misma razón podría ser la que llevaba a Melo a construir verdades
alternas: como una estrategia para encontrarle sentido a su atormentada
existencia, donde imaginar, inventar y escribir le ayudaban a superar el agobio
del mundo cotidiano.
Dos
Reviso
varios de los libros de Juan Vicente Melo hasta ahora editados y advierto
ciertos rasgos en común: sólo se consigna su obra como cuentista, crítico
musical y novelista; se refiere su formación profesional como médico, con
especialidad en Dermatología, a partir de sus estudios realizados en París. Se
agrega que luego de renunciar a ejercer su profesión –en una familia
entregada y obsesionada a la medicina–, fungió como responsable de un
efímero suplemento cultural de El Dictamen, director de la Casa del Lago
de la UNAM, del Museo de la Ciudad de Veracruz, del Departamento Editorial de
la uv y de su revista insignia, La Palabra y el Hombre, además de que
recibió varios homenajes en vida por su labor literaria.
Se
citan La noche alucinada (1956), Los muros enemigos (1962), Fin
de Semana (1964), Juan Vicente Melo [Autobiografía] (1966), La
obediencia nocturna (1969), El agua cae en otra fuente (1985), Notas
sin música (1990), La rueca de Onfalia (1996) y Cuentos completos
(1997) –que incluye Al aire libre–, todas con sus respectivas
reimpresiones y rediciones; alguno consigna la traducción al francés de La
obediencia… (La Différence, 1992, versión de Viçent Gimeno).
Casi
ninguno repara en su interés por el ensayo literario o su labor como traductor,
plasmada en Revista Mexicana de Literatura o S.Nob. No se
menciona que fungió como coordinador de mesas redondas y conferencias en el
Instituto Francés de América Latina (ifal)
o la uv; que trabajó en el Comité
Organizador de los xix Juegos Olímpicos en México, dentro de la Olimpiada
Cultural.
Sólo la
Historia de la Literatura Mexicana: desde los orígenes hasta nuestros días
de Carlos González Peña consigna que había publicado De música y músicos (Imprenta
Madero, 1967). O bien, que Notas sin música tenía como inspiración La
música de nuestro tiempo, de Antoine Goléa, el libro que Melo tradujo para
Ediciones Era en 1967, dos años antes de la publicación de La obediencia
nocturna.
En
cambio se habla de El festín de la araña, el “relato largo” que nunca
fue editado, a pesar de que algún diccionario de escritores mexicanos lo
consigna como publicado. Algún estudioso de la obra de Melo explica que se
trata de un “libro perdido, alguna vez publicado dentro de la colección Alacena
de Era”. Desde 1967 al menos, el título se refiere en varias de las
contraportadas de sus libros y es multicitado por varios investigadores, coincidiendo
todos en su supuesta trama, sin que nadie hasta ahora confirme su hallazgo.
Tratando de explicar el origen del tal confusión, Luis Arturo Ramos aduce que
ese nombre fue posiblemente uno de los que Juan Vicente manejó para la póstuma La
rueca de Onfalia, pues esa es la idea presente en el texto: un relato que
se teje y desteje para volver a replantearse conforme se avanza en la lectura,
o bien el delirio de una mujer que, en pleno trance de melancolía,
obsesivamente repasa su historia de desamor juvenil. Otra versión apunta a que
Melo tradujo el libreto de un ballet de Albert Roussel, intitulado justamente Le
festin de l’araignée; y la desidia y falta de rigor crítico permitió que la
atribución se continuara hacia alguna narración de Melo: de ello han dado
cuenta, desde la literatura y la música, José Homero y Luis Ignacio Helguera,
quienes denunciaron varias veces la persistencia de ese error.
José de
la Colina sostiene que Juan Vicente Melo es, ante todo, un clásico secreto de
nuestra literatura. El autor de Ven, caballo gris tal vez se refiera no
al tipo de escritura de Melo o a la manera en que aún circula entre las nuevas
generaciones, sino a la indiferencia que la academia ha tenido para con su
obra; al desinterés de los responsables de las instituciones culturales (¡un
titular de alto nivel de la cultura de Veracruz afirmaba en público, durante la
presentación de una reciente antología de cuentos de Juan Vicente Melo, con
profunda seguridad, haber leído con vehemencia e interés La desobediencia
nocturna!); a la leyenda negra que pesa sobre la vida de Melo después de
1969, construida a partir del burdo acoso y la sucia persecución orquestadas
por Gastón García Cantú que fijó en Juan Vicente a su chivo expiatorio, cuando
su propósito fundamental era librarse no sólo del poeta Jaime García Terrés
–responsable de Difusión Cultural de la unam–,
sino también de los integrantes de la Generación del Medio Siglo que laboraban
en varias dependencias de universidad, cuando conformaban la tan envidiada maffia
literaria, según lo explican por separado Huberto Batis y Eugenia
Revueltas.
Concluyo
por ahora que no hay razón para que parte de la información omitida por otros y
referida líneas arriba sea de obligada cita en cualquier otra edición de Melo.
Sin embargo creo que a Colina le asiste toda la razón. Melo es ese clásico
secreto, inédito aún, que se encuentra a la espera de nuevos lectores; y a
pesar de dicha condición, los ecos de su escritura, manifiesta hoy en esta
breve reunión de sus ensayos, bajo el título de La vida verdadera
–publicados a iniciativa y generosidad no sólo del Instituto Literario de
Veracruz, Rafael Antúnez, Rebeca Piña, sino también de los herederos literarios
de Juan Vicente Melo–, adquieren sentido a partir de lo declarado por Melo a
Humberto Batis en una entrevista de 1964, publicada en Cuadernos del Viento:
“Mi vida verdadera serán los libros que algún día escribiré”. Esta breve
selección de ensayos, dispersos hasta ahora, escritos desde ayer, nos permiten
ver el rostro siempre nuevo de Juan Vicente Melo.
Tres
¿Persiste
en los ensayos literarios de Juan Vicente Melo la “prosa musical” propia de su
narrativa, de acuerdo con la crítica especializada? No es una pregunta sencilla
de responder, considerando que se habla de dos expresiones literarias
distintas, de intenciones diferentes. Más aún, la “prosa musical” señalada por
la crítica, advertida por Melo mismo (se ha convertido ya en un lugar común
que me fastidia), podría sólo apreciarse en la obra narrativa.
En el
ensayo Melo tiene otra serie de intenciones y lo organiza de forma distinta.
Para Juan Vicente, faro y guía en este género fueron Tomás Segovia y Octavio
Paz, no sólo como inspiración literaria sino como un ejemplo de lo que
implicaba ejercer la crítica: “en un mundo regido por cadáveres, tanto Octavio
Paz como Tomás Segovia nos obligan a sentir confianza en nosotros mismos,
confianza en el arte […] En la poesía, en el ensayo, en su investigación
creadora, han señalado nuevos caminos, han puesto en vigencia mitos enterrados,
han hecho brillar soles extinguidos, han examinado al hombre y su lenguaje como
objetos mágicos y como estructuras”, escribe nuestro autor. De Segovia adquiere
la disciplina, el acercarse a temas filosóficos y del arte; de Paz, las ideas e
interpretaciones acerca del significado de la escritura y la búsqueda que se
persigue en la literatura, detallados en El arco y la lira, lo que
resulta evidente en toda su generación –desde Arredondo hasta Colina, pasando
por García Ponce, Elizondo, Valdés, Pacheco o Becerra– y en sus obras, se trate
de poesía, cuento, novela o ensayo.
Melo,
es cierto, es identificado como el creador de la crítica musical en México,
pero también fue un intenso difusor de las letras francesas en nuestra lengua
–como también lo era Tomás Segovia, o Juan García Ponce, Carlos Valdés y
Salvador Elizondo de los autores germanos o Isabel Fraire de los
norteamericanos del siglo xix y xx–. Melo, para decirlo más claro y sin
menosprecio de sus contemporáneos fue quien tenía más por perder al decidir ser
escritor. A diferencia de todos, Melo había estudiado una carrera profesional,
y era uno de los especialistas más brillantes en Dermatología a principios de
los años sesenta, pero como casi todos sus amigos era originario de la
provincia, espacio que volvieron ficción y poesía una y otra vez a partir de
temas universales. Como en parte hicieron García Ponce y Arredondo, renunció a
una herencia familiar por alcanzar su afán de escribir libros tan excepcionales
como La obediencia nocturna o Fin de semana. Junto con Pacheco y
Pitol posee una obra narrativa y ensayística brillante e impecable. Al igual
que en el caso de Colina, Valdés, Ibargüengoitia o Arredondo, ahora su obra no
se lee y se estudia poco.
En este
género, en la breve selección incluida en La vida verdadera, Melo aspira
con rigor, orden, disciplina y análisis críticos a desentrañar la búsqueda y
transformación del otro, el encuentro con Dios, la soledad como forma de
subsistencia y de defensa ante el dolor ocasionado por el amor, la imaginación
y el deseo como opciones para vencer a la muerte, el descubrimiento de
la noche (nuestra parte nocturna diría Paz) como elemento esencial e inherente
del hombre, los vínculos entre el amor profano y el amor divino, sus hallazgos
de nuevos autores…. Podemos reconocer en sus palabras un espejo en el cual se
proyecta la obra de los autores que admira y le obsesionan respondiendo
preguntas que tal vez de tan obvias parecieran no requerir más explicaciones.
Ejemplo de lo anterior sería la nota de Juan Vicente para atender la edición de
Dormir en tierra de José Revueltas, publicada originalmente en Revista
Mexicana de Literatura, aunque lo antes afirmado sirve también para referir
sus ensayos sobre George Bernanos, Julien Green, Max Aub, Tomás Segovia, José
Emilio Pacheco o sus comentarios a la obra de los poetas que le deslumbran:
Paz, Pellicer, Becerra, Hernández…
El
horizonte de producción de los ensayos de Melo, en su mayoría, corresponde al
periodo que va de 1959 a 1988, años en los que “vivió en una suerte de vértigo
los que fueron, seguramente, los años más importantes de su vida”, como afirma
Guillermo Villar. Luego de esos años Melo no dejó de escribir y es posible
ubicar notas y comentarios dispersos hasta el mismo año de su muerte, aunque su
prosa manifestaba menor contundencia.
Definitivamente
no encontraremos en el ensayo literario de Juan Vicente Melo esa prosa musical
que hipnotiza a los lectores de sus novelas y cuentos. Melo-Juan Vicente supo
ver en el ensayo el campo fértil para la construcción de una poética personal,
útil también para explicar su universo literario, convirtiendo sus palabras en
logro estético que fuera más allá de lo periodístico al aspirar, como
recomendaba Paz, a la voluntad por el conocimiento y el saber, exento siempre
de pretensiones personales. Melo nos guía en el descubrimiento de los modos de
pensar y de sentir de sus autores, deslindando razón, moral o buenas costumbres
en cada obra literaria analizada y advirtiendo la búsqueda que cada autor o
personaje realiza de la parte nocturna de su ser. Sueño e imaginación continúan
presentes en estos párrafos, enfrentado a Melo la disyuntiva: entre dos
posibles explicaciones de un fenómeno o un hecho, pudiendo optar entre el
argumento racional y el maravilloso, Juan Vicente elige aquel que da paso a la
fantasía, a lo extraordinario, no sólo porque le parece el más convincente,
sino porque le permite explicar y enfrentar la intolerable realidad. ♦
Por Juan Javier Mora-Rivera