En la década de los
ochenta, Elías Nandino advertía que la poesía de Víctor Toledo (Córdoba, 1957)
era una poesía que “germinaba con
autenticidad”. Catedrático, apasionado editor y uno de los mejores traductores
del ruso a nuestro idioma, en el libro de poemas Ver de Mar de Ver se revela como un poeta seducido y casi
trastornado por la mar, la mar como origen de la vida y punto de
nacimiento-transformación-renacimiento y tal vez por su misma condición de
insondable, símbolo de la memoria del olvido: el inconsciente.
En la
primera sección titulada “Mirillas de ola”, Toledo no gesta el simple artificio
lingüístico sonoro, sino la intención plena y mediante la posibilidad lúdica
del lenguaje efectos de alta musicalidad cifrados por captación intuitiva. Sus
poemas provocan una ruptura de las impresiones circundantes, genera realidades que el espectáculo
ordinario de la masificación no produce y nos divisa ventanas enmarcadas de
vida que nos dan pistas de duda sobre la existencia de un algo más o de otras
esencias sobre el misterio del ser. Verdades intangibles como soplos creadores
de la belleza y el orden captados por medio de la palabra, donde la armonía y
los misterios de fuerzas creadoras se develan gracias al verbo y al trabajo con
la voz interna: la única, capaz de dialogar con lo divino.
Mediante
fonemas recurrentes y experimentando siempre con la forma de la palabra, con su
semántica y significante, y con la relación que tienen las palabras entre sí,
logra transferencias poéticas regidas por la conciencia lúdica; se trata de una
expresión estilística para conocerse a sí mismo y explorar-nombrar el mundo que
le rodea. Su pericia creativa tiene siempre una chispa para captar el lado
sensual e incluso la fracción graciosa de su derredor vegetativo.
Otra
sección del libro son diecisiete poemas con aires de romance o de esas
seguidillas del siglo XVIII español y que parecieran darle un tono de
cancionero popular. Parte de su estructura sintáctica recuerda los espléndidos
trabajos de Machado, Alberti, Góngora y Lorca. Persiste la experimentación
sonora y las palabras de orden luminoso pero siempre buscando los vestigios de
la voz de Melopea. Su construcción es prueba constante de que siguiendo la
cadencia es más que viable metaforizar. Seducido por su oleaje acústico y
simbólico, los poemas de Ver de mar de
Ver son, a final de cuentas, reflejo
del curso de sus existencia humana en diálogo con existencias vegetales y
animales.
El mar es
el corazón del propio poeta, y aquí todo conduce a la mar. Sede de sus pasiones
y su travesía por aguas agitadas y mansas, que después de perderse dentro de su
barca –en la búsqueda de su Ítaca– y enfrentar así sus miedos, librarse de los
prejuicios de la tradición y del conservadurismo, ha adquirido ya cierta
sabiduría. Vive entonces con la tranquilidad contemplativa, representando su
estado anímico con su atmósfera natal heredada por la matria tehuana.
En la
sección de “Colibrío de Rosamar”, percibiremos su obsesión por la rosa,
pareciera reiterar esta intención como símbolo no sólo de amor y belleza, sino
de un estado místico de conexión con el universo. La rosa, con sus pétalos como alegoría del saber escondido en natura,
de evolución, y a final de cuentas, de amor sublime a toda clase de valor que
represente algo supremo, incluso de dípteros, hormigas, lepidópteros, buitres
carroñeros o de gigantescas babosas (tlaconetes) que según Tablada, citado por
el autor, “tiene catorce mil dientes”. La rosa en Toledo es un emblema del
hombre que asume la herencia de su destino sublime para poetizar el reino de su
universo, todo.
Este poeta
embelesado por “el pequeño espíritu infinito de la mar” y la “vibración sonora
de la aleteante voz áurica e incansable del colibrí” le recordará al lector por
qué “la memoria está en el mar” y por qué hay “lunas que se enroscan sobre el
tiempo” y perseguidores de “regazos aromáticos que consuelan”. Es una poesía de
cantos no pronunciados antes, de coplas entonadas en altamar o en un bosque.
Pero, al final, versos que dejan el caracol de la oreja tintinando de gusto.
Sus registros culturales abarcan China, India, Mesoamérica o la tradición
grecolatina; y también nuestra herencia
ancestral encriptada en las lenguas maternas con que se nombran las plantas,
flores, insectos, mariposas, serpientes y frutas de su “Villa Verde”, o como
nos advierte en esa sección: “Nombre que le dio a su Córdoba natal (Veracruz)
Rafael Delgado, padre de la narrativa romántica mexicana”.
Esta es una
poesía que demanda lecturas microanalíticas, pues Toledo, con la paciencia de
un artista de bonsai enriquece la pluralidad copiosa de las realidades poéticas
mexicana y latinoamericana, con un estilo bien asumido, con un corpus poético
uniforme de expresión lírica; su modo de seleccionar o crear palabras y su
manera de articularlas con esencias verdemarinas es único y distintivo. Su
efecto luminoso, su consistencia fina, su gusto por la eufonía, enriquecido con
un estilo neobarroco pero que no por ello resta importancia al significado es
otro rasgo por resaltar. Parte del encanto de sus poemas es que son justo como
un buen bonsái: reflejo de la naturaleza. Sus poemas son organismos vivos
porque nos permiten preguntarnos o imaginarnos
sobre todo el proceso de creación e inquirir por saber qué se esconde detrás de
lo que vemos.
Destacaré
también su atrevimiento de implosionar o mutar al signo lingüístico para gestar
nuevas realidades rítmicas y coloridas. Por la gestación de logrados
neologismos a lo largo de todo este poemario. No se trata de un seudo
experimentalismo, como en poetas de vanguardia trasnochada, sino una experimentación
poética producto de una genuina asimilación de los mejores poetas del siglo
pasado en nuestro idioma, y que es parte ya de su expresividad como una
necesidad interna de vivir.
Su logrado
laconismo y maestría en la concisión o lo condensación máxima, es otra prueba
de fuego que supera airoso y nos demuestra que estamos frente a un poeta
avezado que nos comparte con su aliento la brisa del mar y la suavidad de una
rosa enlunada para obsequiársela a una amante con ojos de colibrí. ♦
Víctor Toledo, Ver de Mar de Ver, col. Eternos Malabares,
INBA/Conaculta, México, 2013.Por Alejandro Campos