Haz sandwich. Charlotte Gainsbourg siente la marca personal. Nymphomaniac de Trier |
Ni aun el seguidor más radical de la obra de
Lars von Trier podría afirmar que Nymphomaniac (2013) no termina en un
prolongado y delirante ejercicio de reiteración. Suspiramos, con alivio, cuando
aparecen los créditos finales. No es difícil que el cine de auteur,
llevado a sus últimas consecuencias, derive en una caminata en círculos –la
trayectoria de Jean-Luc Goddard o Alfred Hitchcock sirven para ilustrar esta
extensión de la industria–, pero aquí las costuras se perciben a primera vista.
Refiero esto luego de la sesión cinematográfica de casi cuatro horas de
duración, de la parte I y II, de una secuencia interminable de encuentros
sexuales de índole personal.
Charlotte
Gainsbourg –hija del célebre Serge y Jane Birkin– interpreta a una mujer con
fuego en el vientre. Se inicia muy joven en los placeres del cuerpo y su
ascenso en esta ordalía de carnalidad parece no tener fin. Un individuo la
encuentra golpeada en la calle y la lleva a su departamento. Aquí comienza un
relato semejante a las mil y una noches respecto de una sed extática que
ganaría la admiración de George Bataille. También de muchos terapeutas. Esta
charla ocasional entre víctima y flâneur
de la noche alcanza filones de sesión psicoanalítica y el espectador se
pregunta si era necesaria tanta confesión.
La
película forma parte de la llamada “trilogía de la depresión”, que incluye Anticristo
(2009) y Melancolía (2011). En Nymphomaniac
hay un homenaje explícito a las escenas de apertura de Anticristo,
en donde un bebé cae de una ventana con la música de Lascia ch'io pianga
de Händel. Un incidente que rompe la circularidad obsesiva de una mujer
afiebrada por los encuentros sexuales. Los apasionados del destape celebrarán
la eliminación cabal del pudor, pues Trier no corta escena y exhibe penes
erectos, flácidos, heridos o a punto de hundirse en la carne. Es el holocausto
de las cortapisas. Esta entrega es una celebración de la carnalidad. Quien no
disfrute el espectáculo mejor que abandone la sala. El maestro interpreta,
poseído por las musas, y los demás cerramos los ojos o abrazamos a nuestro
acompañante. Se percibe soberbia y desprecio por el espectador en Nymphomaniac.
Es lógico
que los caballeros disfruten del espectáculo de Gainsbourg, desnuda y colocada
en situaciones extremas. Es un cuerpo hermoso. Apareció en Anticristo en
escenas similares al lado de Willem Dafoe, pero aquí Trier lleva el
procedimiento al exceso. Barroquismo de fluidos. La sexualidad aún es una
vereda con referentes móviles que flotan a su alrededor. La trama de la
película pudo haberse contado desde una voz vaginal, que refiere encuentros
inesperados y atípicos. Cavidad sonora. El director danés vuelve al ataque con
preocupaciones de índole psicológico –Melancolía relata la historia de
una mujer sin entusiasmo por casarse–, pero explota en mil pedazos al intentar
una narratividad a partir de un entorno claustrofóbico. La sexualidad nos
interesa, cierto, pero en su vertiente patológica irrita sólo a quien la
padece.
La
crítica negativa ha sido generalizada. El tiempo del espectador es valioso y si
ha de sentarse casi cuatro horas a presenciar un producto fílmico, es
indispensable que el motor narrativo sea más complejo que sólo el embeleso de
un director por una actriz de cuerpo impecable. El cierre impacta por la
naturaleza caprichosa de la sexualidad, que no se revela ni aun en pleno
desierto. Con todo es un filme que se atreve, rompe el molde y salta al vacío.
Podríamos estar ante la película más sintética del universo Lars von Trier. O
ante una estafa. ♦
Por Luis Bugarini